viernes, 4 de diciembre de 2009

Libros

"Evocación de la tierra habitada"



Dra. Susana Cordero Aguilar
RECTORA DE LA UNIVERSIDAD DE OTAVALO


Tengo en mis manos una carpeta en cuya primera página leo el siguiente bello título: Evocación de la tierra habitada. Se trata de la recopilación de sucesivos artículos aparecidos, en su mayoría, en diario El Telégrafo, pero también en diario El Mercurio de Cuenca, Diario La Hora, alguna revista y en muy distintas fechas: aunque la mayoría se publicaron entre el año 2010 y 2011, hay alguno del año 2000 y otro de algún año anterior. Lo que importa este momento es preguntarnos por qué esta recopilación, cuando los artículos periodísticos, aun los de opinión, están condenados a una vida efímera.

Creo que el título citado lo explica: los artículos en referencia tienen, todos, que ver con temas relacionados con esta tierra habitada que es Otavalo. Permítanme hacer una mínima digresión sobre el significado de este título: Evocación de la tierra habitada parece más bien un primer bello verso, pero está concebido para responder a aquello que designa y, a la vez, sugiere: a través de cada artículo podemos, sus lectores, tener una idea de la ciudad –la tierra, Otavalo- a la que se refiere, precisamente, porque es una tierra doblemente habitada: existe en ella una población constante y orgullosa de haber nacido aquí, de vivir y trabajar en la ciudad de esta privilegiada región del Ecuador; existen quienes llegan, conocen y pasan, y luego hablan de la ciudad, de sus habitantes, de su gastronomía, sus textiles, su gracia y su belleza, y existen, además, quienes, viviendo en Otavalo, la habitan de otra forma, en la palabra. Es decir, la conocen, la viven, la interpretan y le dan perduración a través de sus escritos. Cuentan de ella, la narran, la evocan, la sostienen y recrean en sus trabajos. Y me atrevo a decir que esta manera de vivirla, el ser capaces de escribir con eficacia sobre temas atinentes a Otavalo, es una forma de habitarla y de vivirla doblemente, en la realidad real y en la de los comentarios, historias, aspiraciones y sueños que se expresan para todos. Perdón, creo haberme equivocado al decir que Otavalo es tierra doblemente habitada, porque los artículos que nos la devuelven no responden solamente a una doble manera de vivir la ciudad, sino que cada uno de ellos se multiplica por el número de lectores que los recrea en su lectura. La palabra escrita es, en esencia, multiplicadora. La ciudad de Otavalo está, pues, mil veces requerida y vivida en los artículos cuya recopilación hoy presentamos. En la soledad y en la compañía, en la nostalgia y el arraigo y también en el indeseado desarraigo, Otavalo es el tema fundamental.

Los títulos y temas de los artículos son, obviamente, diversos, pero los resumo en los temas y motivos que inducen al escritor Aníbal Fernando Bonilla a desarrollarlos: el motivo básico es el de la ciudad. Desfilan en ella, en cada artículo, sus diversos aconteceres, sus fiestas y celebraciones, sus acontecimientos culturales, sus escritores, sus poetas, sus pintores. La fiesta del Yamor tiene un lugar privilegiado, pues hay, al menos, tres artículos sobre ella. Temas como la interculturalidad e incluso, tratado con honestidad y sin tapujos, el racismo que podemos encontrar en Otavalo, y que, lamentablemente, existe aún. Al respecto, no hablar de ello o negarlo no es una política clara: hay que aceptarlo y corregirlo, pues solo se puede corregir lo que se conoce y se acepta, porque solamente entonces podemos aspirar a cambiar… En cuanto a lo cultural y artístico, el escritor se refiere sobre todo a pintores en sendos artículos: desfilan en sus líneas la creación de Whitman Gualsaquí, de Perugachi, del pintor César Hernán Dávila Orbe y sus hermosas acuarelas, de Raymundo Mora y José Bastidas; también se refiere a la exposición permanente del Museo al aire libre. Tras esta enumeración y la lectura de cada artículo, colijo que la expresión pictórica es, para nuestro escritor, fuente fundamental de gozo estético lo cual no es raro, en una ciudad como Otavalo, llena de color desde su cielo de azul deslumbrante, sus montañas oscuras coronadas algunas mañanas por nieve blanquísima, el verde de sus árboles…

Culturalmente, se refiere a los grandes hechos que a lo largo del tiempo han ido marcando el pensamiento y el ámbito intelectual de Otavalo, ciudad privilegiada, durante el siglo veinte, por lúcidas generaciones que buscaron lo esencial de su espíritu y de su pensamiento. La ejemplar Liga Vasconcelos tiene lugar privilegiado, pues, además de un artículo expresamente dedicado a ella, se refiere inevitablemente a este grupo cultural en el artículo titulado “Dos generaciones, un objetivo: Otavalo”, comentario lúcido de la obra del canciller de la Universidad de Otavalo, don Plutarco Cisneros Andrade y publicada por nuestra Universidad: Pensamiento otavaleño, aporte de dos grupos culturales al Ecuador del siglo XX… Dedica sendos artículos al insigne otavaleño don Isaac J. Barrera, a Gonzalo Rubio Orbe, a Gustavo Alfredo Jácome; entre las instituciones no podía faltar el Instituto Otavaleño de Antropología, ni la referencia a sus miembros iniciales, a quienes realizaron su fundación… El paisaje físico y humano otavaleño se desliza en sus páginas; la laguna de San Pablo tiene tratamiento aparte, como lo tienen temas sociológicos, políticos e incluso históricos que no podían faltar: unos, atinentes a la interculturalidad que vivimos en la ciudad, a la resistencia indígena, a la diversidad cultural, a la historia cotidiana; desfilan ante nuestros ojos historias de estudiantes del colegio, con toda la nostalgia que esos recuerdos suponen; testigos o protagonistas de acontecimientos culturales como la del único hebdomadario otavaleño que logró publicarse durante cuatro años, esencial en su relieve cultural, Presencia. Dedica otro artículo a las Actas del Cabildo Otavaleño, publicación del Gobierno Municipal de Otavalo, titulado Testimonio de las actas de la conformación constitucional del cabildo otavaleño, de don Polibio Tabango, técnico del archivo general municipal y ex bibliotecario del Instituto Otavaleño de Antropología.

Y pues estamos cerca de finados, el artículo titulado “La muerte y otras visiones”, que se enfrenta desde ‘la apreciación indígena’ y uno de cuyos párrafos, tocante a costumbres y maneras autóctonas, traigo para ustedes: “Los indios invocan por el descanso eterno, a través de la plegaria propagada por el místico animero, quien transita sigiloso con la campanilla y la Biblia en sus manos, en pos del responso y el sosiego de las almas. Este acto de fe se complementa con la preparación y consumo de la comida comunitaria, la cual reposa como ofrenda especial encima de la tumba. Varios son los alimentos compartidos entre los deudos: mote, papas, gallina, cuy, habas, fréjol, tostado, chochos, melloco, guagua de pan, champús, mazamorra con churos, colada morada, frutas, chicha o un refresco adicional. Este ritual es conocido como el wakcha karay, en concordancia con el recuerdo del difunto, y un acto solidario y de fraternidad colectiva”.

Sitúa a Otavalo geográfica, social y culturalmente, así:

Otavalo es uno de los seis cantones de Imbabura. Con más de 110 mil habitantes, con un fuerte componente interétnico reflejado en la presencia mayoritaria de indígenas quichua otavalos y de mestizos. En menos grado conviven grupos afroecuatorianos provenientes del hecho migratorio provincial (Intag y Valle del Chota). El intenso movimiento comercial y la labor artesanal son un factor atractivo para la presencia foránea. Otavalo es conocido, además, por su encanto natural; sus lagos y montes son la mejor carta de presentación en el ámbito turístico. Por eso, el flujo de visitantes nacionales y extranjeros es un elemento cotidiano en el contexto cantonal; ya sea en la urbe (dos parroquias citadinas) como en la ruralidad (nueve parroquias rurales). En este último sector sobresalen añejas actividades de corte agrícola y manufacturero.

Y continúa:

Otavalo, en el devenir pretérito, tuvo sus antecedentes político-administrativos como cacicazgo, asiento, corregimiento, villa y, posteriormente, ciudad; denominación final suscrita por puño y letra del mismísimo libertador Simón Bolívar el 31 de octubre de 1829, por considerarle sitio “susceptible de adelantamiento…

Desea para la ciudad y para quienes estamos relacionados íntimamente con ella que la interculturalidad en la cual, inevitable y felizmente se desarrolla, siga siendo fecunda. Que aprendamos, no solamente a tolerarnos unos a otros, sino a apreciarnos y a querernos: todos dependemos de todos los demás y en esta medida, a todos nos conviene el desarrollo y el progreso en unidad y concordia. Atribuye a la educación, explícitamente o entre líneas, toda la importancia humana que merece, y evoca con ternura no exenta de nostalgia, como ya lo referí, sus propios estudios juveniles, la institución en la que los realizó…. respondiendo a aquello que late en todos nosotros, el recuerdo ilusionado de esos gratísimos años.

Maestro en enumeraciones, de estilo pulcro y cuidado, el escritor de opinión, y poeta, ama el arte y todas sus posibilidades. No puedo dejar de anotar, personalmente, lo que el filósofo alemán Federico Nietzsche manifestaba: “El arte y nada más que el arte, tenemos el arte para no morir de la verdad”. El filósofo sabía, sin duda, lo que decía y por qué… En medio del tráfago informativo que vivimos en nuestra cotidianidad, la poesía, la mirada poética es un remanso de luz, pero también de lucidez dolorida y de vigor interior. Y el arte, que es, sea cual sea su expresión, poesía, es decir, creación, aquel arte de que todos vivimos para no morir de una realidad tan a menudo opaca, triste y rutinaria, cuando no, cruel y desasosegante, nos libera y nos ayuda a crecer…

Por último, quiero acudir, ya no al poeta, ni al articulista, sino, de alguna manera, al camino que él ha elegido de servicio a su ciudad y para el que la misma ciudad lo ha elegido también. En estas condiciones distintas de poeta, articulista y alcalde encargado, sé que él me escuchará.

Creo firmemente que el don de la palabra no se nos ha dado en vano. Que nuestro deber como periodistas radica en ver lo hermoso, lo positivo, lo noble del existir ciudadano, pero también en señalar sus graves carencias, para corregirlas.

Aprovechar esta oportunidad no será, ciertamente, ofensivo para la ciudad ni para nuestro alcalde encargado, pues quiero señalar algunos datos que desdicen de la hermosa condición de nuestra ciudad otavaleña y contra las que tenemos que luchar.

Mi primer señalamiento será el siguiente: a menudo, estando en el centro de la ciudad, en la calle Bolívar, en la Sucre, en la Roca, en cualquier parte, resuena y tiembla el lugar en que nos hallamos. El ruido es, simplemente, espantoso. Creo no equivocarme al afirmar que a ciertas horas la contaminación por ruido en Otavalo es sensiblemente mayor que la que existe en cualquier otra ciudad de su mismo tamaño y habitación en el mundo: ¿qué es lo que produce ese ruido? La insoportable, casi salvaje exhibición musical desde el fondo de los carros, con muchachitos generalmente jóvenes al volante. Parecen querer gritar, “sepan, por favor, que existimos, soy yo, estoy aquí, y tengo este carro”, en un afán exhibicionista absurdo y grotesco; vuelven así invivible, simplemente insoportable el centro de la ciudad a mediodía y, a menudo, a otras horas de la mañana y de la tarde… Pronto habrán perdido, sin darse cuenta, el oído pero, además, ¿cuál es su capacidad de pensar? ¿cuál, la de sentir? En el ruido, en la dispersión no existe concentración alguna. Hemos olvidado, ellos han olvidado la gloria oculta y bella del silencio…
Sé también, que por las noches es casi imposible circular por ciertas calles del centro, pues hay guardias que vigilan con perros sin entrenamiento. Uno de estos perros ha provocado tal corte en el brazo de un turista argentino, que nadie sabe si lo perderá… So pretexto de proteger a los animales, se desprotege a la gente…

A menudo, en mi camino cotidiano, he visto a dueños de almacenes que barren entusiastamente el ámbito callejero que limita su tienda, pero amontonan la basura y la dejan en la calzada… ¿Tiene sentido esta forma de limpieza? Otavalo goza de un envidiable sistema de reciclaje de basura, habría que educarnos a todos nosotros, para colaborar en él.

En la zona rosa suele verse beber indiscriminadamente a muchachitos jóvenes, los padres, la familia debe ser vigilante al respecto. ¿No saldrá de aquí la enorme cantidad de adolescentes embarazadas que vemos deambular por nuestras calles?

Ustedes dirán que son problemas comunes a muchas ciudades ecuatorianas. Ciertamente. Y nuestros periodistas, nuestros escritores, todos nosotros debemos contribuir a que eso no suceda, a que los padres eduquen y vigilen a sus hijos. Aun en el mundo desarrollado, se comprueba cada vez más que la desarticulación familiar es origen de enorme tristeza, de desasosiego y soledad, producto de desorientación y vicios que pueden controlarse en este mundo del consumo, si ponemos nuestro amor y nuestro afán por lograrlo. Volvamos a valorar la vida familiar, volvamos a la alegría de compartir, de educar, de dirigir y de ser dirigidos. Todos podemos y debemos aprender de todos: si amamos la ciudad, no la convirtamos en un mito que alabamos con las mismas palabras repetidas desde un ya demasiado antiguo pasado. La ciudad es el presente, Otavalo es su presente. Veámosla con ojos llenos de amor, y, por lo mismo, con el necesario sentido crítico para mejorarla y engrandecerla. Su grandeza nos toca a todos, es deber de todos. Desde nuestra Universidad tratamos de dar lo mejor a nuestros jóvenes, de formarlos a fondo. Desde el periodismo, desde la política, debemos hacerlo también.

En su calidad de escritor, de poeta altamente sensible, de político eficaz, sé que Fernando -así lo llamo con entera confianza y amistad- comprenderá mis requerimientos pues, sin duda, son también los suyos y se sentirá abierto a cumplir de ellos los que den mayor significado a nuestra vida cotidiana, a nuestra singularidad.

Gracias, Fernando, por haberme dado la oportunidad de leer sus trabajos, de apreciarlos en su valor, de pronunciar estas palabras que manifiestan, una vez más, mi amor sincero y quizá fecundo por la ciudad hermosa y noble que nos cobija.

Texto leído por la autora en el acto de presentación del libro "Evocación de la tierra habitada", efectuado en el Centro Intercultural "El Colibrí", Otavalo, 26 de octubre de 2011



Un Quijote más

Por: Xavier Oquendo Troncoso

Los verdaderos gestores culturales del Ecuador son muy pocos. Están siempre galopando el caballo enfermo del Quijote de la Mancha. En la literatura se encuentran muchos menos: la literatura es siempre más ingrata, menos “comercialmente” correcta, más amparada en el espíritu que en cualquier cosa.

Conozco un gestor cultural intenso y verdadero. Se llama Aníbal Fernando Bonilla, nació y vive en Otavalo, es actual Concejal del municipio de su ciudad. Trabaja siempre en nombre de la cultura y de las artes. Trabaja siempre con la brújula del artista. Deja a un lado el reloj. El mismo es un artista. Hace pocos meses acabó de publicar dos libros: “Contextos: artículos de opinión” y “Liturgia del ensueño” un breve e intenso libro de poemas donde figuran versos como estos: “Hablamos/ desde la moribunda memoria,/ irónicamente,/ desde el silencio/ de nuestras ideas”.

De él, ha dicho el poeta colombiano Felipe García Quintero que “se constituye en una de las voces jóvenes más promisorias de la nueva poesía ecuatoriana”. Éste es ya su cuarto poemario: lúcido, diverso, minimalista, cada vez más decantado, más purista, y más vanguardista. Cada vez más decidor. Y está también su libro compilador de varios de sus artículos escritos en los más importantes periódicos de su provincia. Artículos de mucha solvencia intelectual, de mucho tesón y gran factura intelectual. Por las páginas de este tomo bellamente editado pasan: El Che y Benjamín Carrión; Leonidas Proaño y Eduardo Kingman, Salvador Allende y Guadalupe Larriva. Es una pluma comprometida la de Fernando Bonilla. Y el compromiso no es solo con el lenguaje o con su obra literaria, sino con la obra y la palabra de los demás. Generoso, logra verificar los caminos por donde pasarán los otros Quijotes y los Sanchos de su patria. Bonilla siempre está trabajando por los demás, es un gestor tesonero, de enorme y verdadera humildad.

Seres así necesitamos para estos tiempos donde el común de los mortales nos agobia con su ignorante consumismo.

Diario La Hora – Tungurahua
29 de Marzo de 2010



Liturgia del ensueño (*)



Nuevamente brota silente la huella de la metáfora, la fuerza del símil, la descripción a través de la imagen, la distorsión de la praxis por medio de la hipérbole, la constante contrariedad esbozada en la paradoja, es decir, el maleficio de la lírica.

La literatura es la expresión fidedigna del hombre, que se afana en descubrir interioridades y códigos ocultos, que se ufana en describir las aguas secretas que se resisten a fluir por los ríos vivenciales, que se detienen abruptamente ante el espasmo de la tragedia. El oficio atado a las letras se asocia con el filo de la madrugada y el encierro del creador.

Precisamente, como acto creativo las palabras tienden a entrelazarse en un ritual torturante; a confundirse al borde del papel en blanco. Desde el silencioso abismo de los placeres el poeta cultiva sus ideas sin aspavientos, ni falsos sentimentalismos, sino, con la firme convicción de la orfebrería intelectual. Por ello, tengo la plena convicción de que la poesía es bello enunciado de vida, aunque exista la constante evocación a la muerte. La poesía es savia emancipadora que se nutre de individualidades y otredades, de lecturas y quebrantos, de saudades y desvaríos, de quimeras y rasgado de guitarras añejas, de amores y desventuras, de paisanajes y ternura.

A partir de la construcción de las estrofas el poeta se libera de dudas e interrogantes, de pájaros juguetones y océanos audaces, de miradas íntimas y espejos clandestinos, de amores efímeros y batallas perdidas, de besos anónimos y abrazos de victoria, de lágrimas demoledoras y fantasmas imprudentes, en fin, de la propia condición humana.

“Liturgia del Ensueño”(CCE-I, Colección: “José Ignacio Burbano” No.5, 2009), titula mi último trabajo poético. Textos cortos, a la más pura tradición japonesa. Ejercicio de precisión y síntesis.

“En todas las cosas hay una palabra interna, una palabra latente y que está debajo de la palabra que las designa. Esa es la palabra que debe descubrir el poeta”, sugiere Vicente Huidobro.

Tal vez por ello digo sobre el amor:

Caricias sumergidas
entre el grito delirante de impudor
y el estoicismo de la patria lastimada.
Costumbre indefinida de caracolas
cuyo sonido recuerda la agitación del mar
fiebre penetrante en la hondura del sexo
lágrima traslúcida derramada con la muerte.


O sobre el vacío:

El vacío:
parábola de mis días grises,
rama sacudida del árbol
de las imprecisiones,
estratagema que se burla
de la propia sonrisa,
amigo de la nada.


En la portada de la obra de bolsillo, resalta una ilustración pictórica del maestro Whitman Gualsaquí, ante la cual poetizo:

Cara angelical
reposando en un día cualquiera.
Yace adormecida entre frutos
de la tierra nuestra
y flores silvestres.
La ternura es una devota
expresión poética,
los colores nos conmueven hasta
la médula del alma.


Con “Liturgia del Ensueño” reaparece el Dios noctámbulo de la poesía, bienvenido sea siempre, para tragedia del poeta y complacencia del lector.

(AFBF)

(*) Palabras emitidas en el acto
de presentación de “Liturgia del Ensueño”
Auditorio IOA - Otavalo, 28-enero-2010



LITURGIA DEL ENSUEÑO

Carmen Haro

“Mientras seamos capaces de experimentar como un lenguaje de la esencia, el lenguaje del ser. Entonces estaremos en el camino del pensar y del poetizar” reflexionaba Heidegger en sus escritos filosóficos.

Creo que sin lugar a dudas, Aníbal Fernando Bonilla, con su poemario Liturgia del Ensueño nos ha convocado en esta tarde a celebrar la imaginación, a encontrarnos con su pensamiento enriquecido de figuraciones para conducirnos al descubrimiento de la esencia de nuestro ser.

Libre de sujeciones métricas, la palabra pensada y estructurada en forma poética expresa el sentido de la condición humana, aquel que muchas veces tememos descubrirlo o lo hacemos irreconocible mientras carcome silenciosamente nuestra intimidad.

Muy rico en metáforas y analogías que provocan recurrencia, la poesía corta de Fernando nos ayuda a entender esos sentidos de la vida. “En la soledad exhausta de la melancolía un hombre desconocido se aferra a un proverbio maltratado. Vale la pena intentar, mientras el crepúsculo se ahuyenta temeroso”. Hermoso para entender la razón de la dignidad.

Esta liturgia del ensueño, este encuentro con la esencia, nos permite saborear la necesidad del reencuentro, del recogimiento, aquel que nos vuelve al silencio para discernir la palabra del ruido. “Infortunio. Me extravío en la gruta antes que el bullicio evoque alegorías pasadas y el peregrinaje me conduzca a camino equívocos. Me acompaña solamente la desdicha, desde la oscuridad titila un remanso de dolores olvidados. Una última lágrima derramada hacia el abismo…”.

Con capacidad intelectual, no por eso menos expresivo y apasionado, devela la cara oculta del sentimiento y condición humana: el amor, la comprensión de la vida, la necesidad de reivindicación, de reconciliación.

“Amor I. Sello diáfano en la intemperie, expresión natural de masoquismo, testimonio legítimo de pesadumbre, ambigüedad conceptual en la noche, práctica inesperada de palomas frágiles, regalo veraz en la inclemencia de la vida”. El autor con gran talento nos permite descubrir nuestro interior y aceptarlo.

Un mundo de significaciones provoca el autor, reconocerlos es nuestra esencia de ser. Dolorosos y afligidos pero ahí están en la condición humana.“Desamor. Permanente estado de ánimo en la bestia, mordisco de desaliento y dolor. Palabra fidedigna y ridícula, extraída de la alforja de la crueldad".

Creo que la intención en su trabajo literario, a más de mostrar con honestidad y valentía su mundo interior, sorprendente y apasionado, revestido de metáforas que diversifican y multiplican con gran elocuencia la imaginación, nos permite romper la comodidad de la inercia del vivir, la simpleza y la frialdad con las que se toma el sentido de la vida. Nos hace reconocer esa tensión interior que le hace al ser humano anhelar lejanías inalcanzables, suspirar por la insatisfacción de su plenitud.

Digo, su intención detiene nuestro paso para sensibilizarnos con nosotros mismos en la necesidad de mirarnos de de frente con nuestra condición humana.

Así como plantea la existencia del dolor del desamor, la compañía recurrente de la desdicha y la tortura del amor; evoca la necesidad del reencuentro con el recato, con la alegría, con la memoria, con el recogimiento para nuevamente encontrarse con la vida, con la ensoñación, con la tolerancia. “Varios rastros demandan la salida del laberinto, en tanto nos refugiamos en el túnel de la indulgencia”.

Fernando Bonilla, plasma su juventud y pensamiento nuevo en su poemario. Un hombre que trabaja y construye sueños y realidades con la palabra, nos ofrece una nueva propuesta de poesía, con estilo auténtico e inteligente.

Fernando, felicitaciones y gracias por entregarnos su pensamiento, por permitirnos crecer en el constante reconocimiento de nuestra esencia, de nuestro ser.

Otavalo, enero 28 del 2010


ConTextos



David Andrade Aguirre

Solo quien trabaja bajo la tiranía del plazo para entregar el artículo diario o semanal, puede entender la indecible angustia de la página en blanco, cuando las fauces rechinantes del editor -palpitantes en la memoria- acechan más que un dogo y uno siente que -les pido me acepten la frase hecha-, el tiempo vuela y las palabras nos empiezan a parecer torpes y repetitivas. Entonces, cuando la tragedia parece inevitable, una idea, un tema, una situación se abre paso y, prodigio de la era informática, escribimos y escribimos, para más adelante corregir, ese artículo que deleitará a unos pocos, molestará a muchos y nos permitirá, mal o bien, seguir viviendo -y a veces hasta comiendo- de ese arte inefable de unir palabras.

Cuando Aníbal Fernando Bonilla tuvo el gesto de visitarme y entregarme las pruebas de su libro “ConTextos”, me sorprendió de inmediato no encontrar esa ANGUSTIA, no percibir esa lucha con el tiempo, no advertir en sus artículos las urgencias que normalmente tenemos los periodistas. Su prosa fina, serena, morosamente trabajada, con la delicada obsesión de un orfebre, corresponde más a los poetas de siglos pasados que, pluma de ganso en la mano, componían sus obras con delectación, gustando de cada palabra, midiendo cada verso.

Del ensayista riguroso, trae Aníbal Fernando a estos “ConTextos” todo su bagaje cultural, su conocimiento, su erudición. Y los expresa con acierto, construyendo escenarios lingüísticos poderosos, frases modeladas con paciencia, conceptos trabajados desde el conocimiento y expresados con elegancia, excesiva tal vez si tomamos en cuenta que están dirigidos hacia un público masivo. Desfilan así por las páginas del libro, los amores y obsesiones del autor, en especial cuando habla de los personajes contemporáneos que conforman su particular galería de hombres ilustres de la humanidad.

Uno encuentra alta sensibilidad en su homenaje a Paz cuando dice que las calles de México no serán las mismas sin la luz de sus versos o cuando habla de Kingman en cuanto pintor social; exaltación al mencionar los versos de ese “generador incansable de poesía” que fue Rafael Larrea; admiración profunda al referirse a Carrión, el lojano ilustre cuyo sueño parece hoy tambalear; ilustración cuando analiza la obra de Montalvo; pero, en especial, algo sorprendente para un escritor, la pasión inagotable de quien cree en la profunda transformación del hombre y la sociedad, como en su artículo en torno a Ernesto Guevara, el mítico Che, al cual admira “hasta la victoria siempre”.

Esa pasión de la década perdida se va atemperando en el nuevo milenio que nos muestra a un escritor más reflexivo, cuya prosa se ha vuelto más esencial, directa, a lo mejor con menos poesía, pero con mayor rigor.

En su temática se recogen no sólo los temas habituales, muchos sociales, otros nostálgicos -un delicado homenaje a su madre, un precioso retrato del padre- sino también temas más profundos, cosas más terrenales como un acercamiento a Serrat y Sabina o un artículo en el que recuerda a Otilino, el “man de la máscara de hombre araña”.

Esta propuesta merece una lectura atenta, pues en verdad, como lo dice el autor, son escritos que se resisten a morir.


Escritos que se resisten a morir

009-11-13 | Opinión | Diario El Norte


Enrique Vallejos
evallejos@diarioelnorte.ec

"ConTextos, artículos de opinión", es el resultado de una intensiva labor periodística del joven escritor otavaleño Aníbal Fernando Bonilla Flores que le tomó varios años, y en la cual se abordan aspectos sobresalientes de la política contemporánea, de personajes emblemáticos de la cultura y la revolución americana.
En estás páginas revaloriza el pensamiento de Juan Montalvo, Benjamín Carrión, Monseñor Leonidas Proaño quienes convirtieron a la palabra en acción humanitaria y reivindicativa de los pueblos que anhelan cambios sustanciales para la humanidad.
El libro, de 85 páginas es una manera ideal de situar a los lectores en el contexto de los conflictos, esperanzas, utopías que se viven actualmente en el mundo y que afectan a miles de ciudadanos. Al descubrir la variedad de temas impulsa a desentrañar la complejidad de la realidad como también el perfil humano de aquellos pensadores que trascendieron en las letras ecuatorianas, como el poeta y músico Rafael Larrea Insuasti, con quien tuve la suerte de acompañarle en la construcción de utopías culturales.
En el prólogo el intelectual cubano Juan Nicolás Padrón considera que: "Los escritos de Aníbal Fernando tienen la capacidad de sugerir o de seducir mediante la inteligencia periodística y la vibración poética, por lo cual su efectividad persuasiva colabora decididamente en la formación de lectores más cultos y menos sugestionables o seducibles por falsos conceptos que se repiten de manera rutinaria e inescrupulosa.
Sus nobles intenciones contribuyen a formar una conciencia favorable en torno a la concordia de la familia o la armonía social, y sus atinados comentarios siempre se alinean junto a las causas más justas". Bonilla, poeta y escritor, desde hace más de dos décadas que recorre caminos de la cultura con trazos firmes y seductores.
Genera, provoca y entusiasma en cada escrito una opinión con alta responsabilidad. "ConTextos" será un espacio donde "esos escritos que se resisten a morir", se vuelven más poéticos e históricos.


Personaje inolvidable

2010-01-29 | Opinión | Diario El Norte

El cumplimiento del primer centenario del nacimiento del eximio imbabureño Monseñor Leonidas Proaño es digno de permanente recuerdo. Hay hombres -lo dijimos al referirnos ayer a José Martí- que trascienden en el tiempo por su personalidad, su trabajo, carisma y ejemplo. Eso es lo que ocurre con Monseñor Proaño Villalba, un hombre íntegro, humanista, sobrio en lo que hacía y dueño de una visión justa que siempre buscó reivindicar el derecho de los más pobres. Hoy que recordamos el centenario de su natalicio es bueno mirar que personas, instituciones, gremios, el propio Gobierno y la Asamblea Legislativa han dicho presente para peremnizar el nombre del Obispo de los pobres como ejemplo nacional. En estos días, en Otavalo, el escritor Anibal Fernando Bonilla presenta su nueva obra titulada "Contextos" y en una de sus páginas, está una referencia en torno a Monseñor Proaño. "Su sonrisa grabada en nuestros corazones es el preámbulo de la alegría y el sendero que pretende llevarnos a la paz espiritual. Monseñor Leonidas Proaño es uno de esos referentes que dificilmente podemos olvidar", dice Bonilla. A Proaño en verdad hay que recordarlo alegremente, como el personaje que contagio de esperanza a los marginados de siempre.


Canto Nocturno



SINFONÍA NOCTÁMBULA EN MEDIO DEL MISTERIO Y LA SOLEDAD

La poesía es un cofre que contiene lágrimas y esperanzas, caos y anarquía, es el salvoconducto que alcanza esa línea perfecta de la que habló Mallarmé, es la estratagema que busca la luz al final del túnel.

CANTO NOCTURNO (Coedición b@ez.oquendo.editores-Libresa, 2000) es mi tercer hijo literario, gestado desde la soledad y la contemplación. Este poemario le pertenece a la noche. A sus misterios y confabulaciones. A su silenciosa y fría oscuridad. A su pesadumbre y nostalgia. A su violencia y profanación. Recoge el sacrificio generado por los bolsillos rotos. Surge desde la sombra del amor con sus inevitables aristas. Tiene la fuerza corporal derramada en el papel como expresión lúdica. Confronta la compleja relación de pareja desde las interioridades del ser.

Es en esta catarsis desgarrante donde los versos fluyen como inevitable cascada de interrogantes más que de respuestas existenciales, porque la poesía tiene la virtud de interpretar el entorno cotidiano según el ojo creador de quien la escribe, y posee el defecto de convocar a los demonios internos que destruyen la normativa rígida de la convivencia establecida, induciendo al camino irreverente y perturbador frente al cosmos.

“Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo”, increpó César Vallejo. Es decir, aniquilar cualquier forma de sometimiento individual, y construir desde los escombros, diversas maneras de advertir el alumbramiento del día. Se escribe desde la experiencia, desde el recorrido diario predispuesto por la incertidumbre y el inentendible destino. Desde el oráculo extraído de la madrugada, desde el crepúsculo pintado de sueños. Se escribe desde el remolino de la confusión, distrayendo a la realidad para recrear un mundo diferente donde la palabra es la principal condena no en contra, sino a favor del escritor. El acto íntimo de la escritura tiene en la libertad creadora a su elemento purificador y vital. De alguna manera se constata que la existencia es sólo un cúmulo de sucesos que conducen al descalabro de la muerte, como razón fidedigna en esta inmensa paradoja de la vida. Así es, la muerte es representada en la lírica desde sus orígenes, como la expresión desacralizadora y concluyente.

Para García Márquez, la poesía es “...esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos”. Lo mínimo que puedo decir, es que esas imágenes en los espejos se reproduzcan en el tiempo y en el espacio como reflejo de quienes aún creemos en la belleza de la palabra escrita, es decir en la estética de la palabra eterna.

(A.F.B.F.)
Otavalo, febrero 28 del 2001




Selvadentro



Diego Alejandro Jaramillo (*)

Algo en lo que siempre he discrepado con los críticos literarios es en el apego por descifrar los intrincados laberintos creativos. Si bien es cierto que los valores artísticos terminan por volverse subjetivos cuando pasan la barrera de los parámetros lógicos, puesto que tanto el libro escrito como el libro leído, dependen de lo que cada individuo es en esencia como ser humano, con el cúmulo de pasado, raíces, recuerdos, experiencia y formación, podríamos decir que el primer libro sería el del escritor, que tal vez esté lejano de lo que él mismo pretendía antes de violar el papel; y el otro libro, que en realidad es muchos libros, infinitos libros, sería el del lector, que también ha sido forjado por acontecimientos. Entonces, ponerme en el asunto de entender el proceso poético de Aníbal Fernando Bonilla es caer un poquito en esa trampa fácil y aburrida de explicar una obra, perdiendo primero, el gusto de saborearla a mi antojo; y segundo, tratando de imponer mi punto de vista a los demás. Sin embargo, puesto en la labor de entenderla y deshuesarla, arrancarle la piel a jirones y observar en su interior de animal vivo, pude encontrar que Selvadentro era en realidad cinco selvas distintas y un solo poemario verdadero.

La primera jungla a la que nos enfrenta el narrador, es la del camino que lleva a la morada de la muerte. Comienza con el poema Dibujo Astral, donde Bonilla descubre que la muerte es una mujer, no es un secreto, esto se ha dicho desde el principio de los siglos: “Dibujo tu nombre/ con frescura apetecible;/ al filo del horizonte tiembla el silencio”. Lo interesante es que esta mujer, que puede ser cualquier mujer, la que nos trajo al mundo o la que ha dormido a nuestro lado durante años, se deshace de su máscara para dejar ver su verdadero rostro. “Como topógrafo del cielo/ detecto la caída exacta/ del blanco alumbramiento”, y más adelante: “Ahora…/ ¿quién iluminará mis versos?”. El poeta comienza a sentir la soledad, el abandono, y revela su identidad. El camino entre la selva es acompañado por la luna, envuelto en un canto lastimero y nostálgico que le devuelve el pasado; “aventuras, secretos y picardías” son palabras que resuenan en el poema “Amiga luna”, con la convicción de que su paso por el mundo puede ser olvidado, que es la peor muerte para el poeta que lo es de alma y oficio: “Tal vez a la mañana/ ni te acuerdes de mí”, murmura con tristeza, aunque se resigna, porque por lo menos, tuvo algunos momentos memorables:”Gracias/ por concederme/ estos minutos profundos”. El desvarío del miedo y la angustiante soledad, lo hacen ver en la luna el rostro de la misma mujer, quizás el camino tortuoso le de una capacidad visionaria y él pueda ver lo que está oculto para nosotros, porque la muerte es inminente: “Y, lo peor de todo/ registrarán/ tus actos nocturnos/ como subversivos”. En el final de esta primera parte es donde encuentro un acertijo indescifrable: la selva conduce al valle de la muerte, y este valle está situado en el sur. “Conduce la ruta desafiante/ del itinerario/ comprobado por Magallanes”: la única forma de escapar es internarse más.

Obviamente, entre el follaje y la compañía de la mujer, tiene que recordar el amor y el terruño ancestral, las raíces que desde la tierra nos corren por las venas. Al devolverse en los recuerdos, el poeta Bonilla nos enfrenta con todas las muertes posibles, desde el desamor hasta la rutina, quedando tan solo un “recordatorio de esperanza” que inevitablemente es otra forma de morir. Pero recordar un primer amor que se desgaja entre las paredes de las primeras estancias, es volver a las raíces, las raíces indígenas que decoran con orgullo nuestra sangre sudamericana.

Esta es la entrada a la segunda selva; por el valle de la muerte se ve la historia del hombre: “Códices perdidos/ en los cíclicos espejos”, y más adelante “cientos de guerreros/…bailando la tragedia del destino”.

¿No es acaso el poeta un valiente guerrero? “Un animal emplumado/ que juega/ con el alma de sus devotos”. Remitentes importantes como los umbrales de Tiahuanaco o la ciudad que se desfigura en las aguas del Titicaca, nos hacen sentir el paso por las ruinas de las grandes ciudades incaicas, el maravilloso reino sepultado por el tiempo y la vegetación: “El diluvio incrustado en el altiplano/ no detiene los solsticios/ ni altera los equinoccios:/ amamanta la necrópolis sagrada/ de los Muertos Sentados”. Este último es uno de mis párrafos preferidos, tal vez porque los muertos sentados viendo pasar a los que serán sus próximos compañeros me hacen recordar con terror a Lovecraft, que a lo mejor en una de sus pesadillas trasegó por los mismos parajes.

Ahora entremos a la tercera selva, la interior y la citadina, la muerte que padecemos día a día, el asfalto, los puñales, las balas y el odio que se regocija entre el humo de las chimeneas y el pitazo de los colectivos, “el temor de sus gotas/ que terminan acariciando/ a una ramera trepada/ en el cuerpo de su cliente”, o los versos del poeta José Samuel Arango, donde los clientes de la casa de citas escuchan el llanto de un niño que viene desde el fondo de la casa, o del fondo de sus almas. Aparece de nuevo la mujer con sus mil máscaras, antes la mujer amada, después la luna, y ahora la lluvia. Aquí me siento obligado a citar a Álvaro Mutis: “La mujer como la selva y como las tempestades, se nutre de los más oscuros designios celestiales”. Ahora cito a Aníbal Fernando: “¿De dónde vienes hembra mojada/ hacia dónde vas/ con tus húmedas explosiones?”. Entonces llega la muerte, la tercera selva por la que ha de trasegar el lector de la mano del poeta.

Esta tercera parte comienza en el poema Página Luctuosa: “Quiero estrellarme/ en la paz de los difuntos/ y contener la respiración/ por el resto de mi muerte”. La muerte, aunque atroz, es bien recibida por ser la esencia de la vida, comparada con figuras suaves y cotidianas como la “diminuta hormiga”, “ciempiés”, “caballito de mar”, “alacrán colorado”, hasta “país sin alma”, comprendiendo que la vida también es muerte “la muerte hecha obra de arte/ en las pupilas/ de los cuerpos reencarnados”. Lo más desanimado del recorrido es que el dolor no termina con la muerte, como él intenta creer, anuncia que la selva continúa en una especie de recorrido para deshacer los pasos, y lo anuncia “¡Cuidado!/ la tempestad prosigue…”.

La cuarta parte supuestamente es la llegada al límite, la neblina, que según las escrituras debería ser el paraíso, algo así como infierno-neblina-cielo, pero, sorpresa, nos estafaron, la tierra prometida es igual que el infierno.

Retoma lo urbano, la selva de cemento, incluso el lugar común: “Una mujer acostada/ en la panamericana norte/ guiñe el ojo de su ombligo,/ aprieta con sus manos de terciopelo/ el vacío de la de-sol-acción”, aunque el juego de palabras y el nombre reconocido rompen con la estructura hasta ahora mantenida, vale la pena resaltar la figura, por ser espantosamente cotidiana y dolorosa. De manera que salir de la selva es como salir de la muerte, para comprender que la civilización es una copia fiel de la jungla, y volverá a morir una y otra vez, pero no importa, siempre habrá tiempo para morir y lo celebra: “La desnudez/ es el mejor pretexto/ para celebrar la ausencia/ de la lluvia”. Se acaba el lenguaje selvático y urbano, y se enfrenta al amor.

Aquí me detengo para preguntarme si en realidad está vivo, o muerto, o muriendo y viviendo infinidad de veces, y me confirma lo que siempre he creído. La buena literatura debe crear interrogantes, no dar respuestas. Le habla a la mujer amada, la busca de nuevo ahora que acabó la ausencia, la redescubre en otras mujeres, olvidando que es la misma la que lo ha matado a lo largo de la historia. “Quiero amarte íntegramente,/ sentir el aroma/ de tu frágil cabello,/ deseo conquistar el zumo/ de la bienaventuranza”, y en forma casi de disculpa se dirige al lector, porque en el fondo sospecha que le está reprochando su debilidad: “Quiero aprovechar este desvelo,/ para contarte mi desdicha” y luego “no sé,/ porqué desfallecí/ en el intento/ de cimentar/ un próspero destino”. Después hace un recuento del itinerario, entre ellos está, a mi juicio, el mejor poema: “A un amor en el mes de junio”, llegando a conclusiones vagas que en el fondo cargan la amargura de no convencerlo, pero dando algunas claves definitivas: “Los automóviles cruzan/ esta secreta selva/ escondiendo a los cazadores cautivos/ eligiendo pedernices maltratadas”, dando un súbito giro en el tono pesimista y retratándose de nuevo a modo de despedida: “mi mano tiembla,/ mientras escribo/ estos profanos garabatos”.

La juventud de Aníbal Fernando Bonilla no es un impedimento para unas páginas bien logradas, una poesía que no cumple con una estructura uniforme, pero que atrapa al lector con su densidad selvática.

Por eso hay que leer Selvadentro, para vivir la propia muerte, sentir el lamento de los antepasados, y asistir al primer día del resto de la vida, de un poemario que no debe ocupar un lugar más en los anaqueles literarios porque tiene fuerza, hambre de vida, a pesar de la muerte, porque cada buen libro es un oasis de paz, en esta travesía árida y desventurada de fin de siglo. Atrévase, tal vez descubra que usted también ha muerto, que lo ha estado a través de los siglos, y Selvadentro es el pretexto de volver a la vida.

Santiago de Guayaquil, 1999

(*) Diego Alejandro Jaramillo Arango (Medellín-Colombia, 1969). Escritor. Docente universitario. Licenciado en Idiomas y especializado en Literatura Latinoamericana. Ganador de varios concursos literarios en su país natal. Ha dirigido talleres literarios en varios centros académicos. Es autor de: El Callejón de los desentendidos (novela), Lo que no cabe en el día (relatos), Y ellos querían más soledad (cuentos), Olvidé morir en primavera (novela), entre otras publicaciones.


ANÍBAL FERNANDO BONILLA O LA FASCINACIÓN POR EL VACÍO

Por Juan F. Ruales

Debe ser por el signo de los tiempos que Aníbal Fernando Bonilla vive al filo de un piélago, cuyo fondo no se logra vislumbrar jamás en su poesía. No en balde, Aníbal Fernando evoca a Medardo Ángel Silva a medio camino de su libro y, todos sabemos que, salvo el Fakir César Dávila Andrade, Medardo Ángel Silva es el más grande arúspice del desconsuelo en la poesía ecuatoriana, el más trágico de los desencantados hijos del romanticismo y de la fatalidad, camino que un siglo más tarde pareciera querer asumir este, no por joven, menos gran poeta otavaleño, Aníbal Fernando Bonilla Flores.

He seguido el rastro de este poeta desde que era adolescente: Adolescente en las tres acepciones de la palabra. Quiero decir que conocí de sus inquietudes literarias cuando todavía no cumplía la mayoría de edad, esa fue la primera versión de su adolescencia. Pero también lo conocí desde cuando, a pesar de su inefable vocación poética, adolecía, como adolecimos todos en nuestra primera etapa de escritores, de los instrumentos idóneos para expresar con profundidad los desencantos de nuestra alma eclosionada, segunda acepción de su nubilidad y la tercera versión, desde cuando por haber sido escogido por la fatalidad de la poesía, Aníbal Fernando empezó a padecer las dolencias humanas ontológicas, aquellas que la poesía nos condena a develar tras de la máscara de la cotidianidad de este espacio y de este tiempo que se derrumban.

Desde entonces han transcurrido algunos años, y aunque Fernando es todavía un poeta muy joven, acaso el más joven poeta imbabureño, su palabra es ya mármol pulido y su pensamiento tiene las agallas de la de aquellos dragones pensadores, de los monjes abisales que, arriesgándolo todo, se atreven a investigar, a juzgar y a sentenciar los mitos más importantes de este siglo: el del amor y desamor, el de la paz y el de la guerra, el de la identidad y la alienación, el de la revolución y ese asqueroso antimito de la globalización total. Eros y Tánatos.

Imbabura es una provincia plagada de versificadores. Los hay de toda laya y de toda clase de mediocridades. Muchos de estos versificadores manejan la técnica del verso con singular maestría y cualquiera que no sepa de la diferencia entre poetizar y versificar, bien los podría confundir y de hecho los confunde con prototipos del linaje de los poetas.

Mas, no siendo la poesía una técnica, sino un convenio con la vida, una cruzada contra los demonios que nos habitan, la poesía no les concede el lauro de reconocerles poetas a estos menestrales audaces y habilidosos, aun cuando ellos piensen de sí mismos lo contrario, deviniendo su actividad cuasi-literaria en una simple artesanía, en una simple operación de holganza sin desgarraduras, en una afición burocrática de periquete.

Pero Fernando Bonilla no es un versificador. Su compromiso con la poesía es una consecuencia de su compromiso con la vida y por cierto con la muerte.

En su caso, escribir poesía no es un solaz de domingo sino una desgarradura permanente e inmanente. Un harakiri. Aníbal Fernando es como todo poeta auténtico un bonzo que se incinera con o contra su voluntad en la pira del lenguaje, pero antes que en la alcandora del lenguaje, en el torbellino de los conflictos existenciales de fin de siglo, quiero decir, en la soledad y en el silencio, en la desolación y el vértigo, en la agonía de los mitos y en la resurrección del vacío. En la persistencia de las utopías. O, como dice el mismo, en “las joyas del candelabro robadas por el compás de la rutina”.

El último año Fernando ha tenido la osadía de aproximarse a mis linderos y eso me ha dado la oportunidad de conocer y sopesar su ambivalencia humana. Por un lado, Fernando es el joven políticamente comprometido con las luchas de su pueblo y de su patria. En este caso, sus preocupaciones y límites son transigentes y contingentes. Por otro, Fernando es el poeta que perfora la contingencia de la política que siempre será prosaica y de ufanas utopías coyunturales y asciende a los grandes argumentos universales, a los mitos recurrentes de la libertad y del amor, al asunto de la identidad y de la justicia universal, a la cuestión de la guerra y de la muerte.

En fin, tópicos que desde Lao Tse, hasta Williams Burrougs, desde Safo hasta César Vallejo, desde Mensio hasta Jorge Carrera Andrade, han sido y siempre serán los vértices eternos e infinitos de la poesía, mientras esta exista y la poesía consubstancial a las incógnitas humanas, existirá mientras exista el hombre.

Y es por este andarivel que Fernando arriba a este hermoso libro-muelle o muelle-libro que él titula “Selvadentro” (abrapalabra editores, Quito, 1998). Ahora que lo he releído y he dialogado con sus riscos de arena y luna, preferiría que el libro se llamara “Mar-Afuera”.

En efecto, como toda poesía, la de este libro es intimista y su intimidad, salvo esporádicos escalones, no es sino una balsa sobre la que el poeta navega entre un archipiélago de poemas-islotes en cuyas entrañas, va descubriendo y describiendo los espectros sórdidos y truculentos que allí habitan. Estos espectros son, como en los círculos de la Divina Comedia, los signos de la decadencia de este siglo. La agonía de las utopías falaces como la del libre mercado. El triunfo del desamor sobre el humanismo. La victoria de Goliat contra David. El óbito de la “serpiente acosada por la virulencia de los hombres”, según el propio poeta.

Desde el interior de la manigua, “Selva-dentro”, jamás se pueden ver los astros como Fernando los ve en la mayoría de sus versos. A la luna y a las constelaciones se los podría divisar con semejante erotismo solo desde las dunas ecuatoriales de una playa. Por eso, este poemario más que un safari a las tinieblas de un bosque umbroso, es una travesía nocturna por un mar desconocido.

El poeta es el pobre huérfano astral abandonado por las constelaciones, y su poesía no es sino la añoranza del ángel interplanetario que llegó desde el sinfín venturoso a un espacio y a un tiempo donde: “el alba testifica con ojos ancestrales, un ritual que sonríe el enigma del cataclismo”.

El mismo poeta lo asevera al sentirse “una intromisión astral llena de energía purificadora”. No siendo entonces el poeta ni un ser terrenal, ni de este tiempo; este poema-laberinto parece conducirnos a un dédalo de la cuarta dimensión donde pasado, presente y futuro se funden y se confunden. Se niegan. Se complementan.

Como un murciélago de murano, el poeta traspasa las barreras del tiempo y del espacio y con una versatilidad terrorífica, en un determinado poema está ya en medio de un círculo sagrado donde “cientos de guerreros tlazaltecas danzan en el cósmico ritmo de la muerte”, y en otro nos transporta, sin que reparemos en la vertiginosidad del viaje, a través del túnel del espacio eterno, a un paisaje citadino del presente, donde “al fondo de un departamento los cuerpos redescubren su lujuria…”.

Este libro que Fernando nos ofrece es como uno de aquellas parihuelas mágicas que uno va destapando de cubierta en cubierta para descubrir que adentro no hay sino otra tapa misteriosa que nuevamente debemos destapar para encontrarnos con la misma sátira infinita. Exactamente como los círculos del infierno de Dante.

De pronto nos encontramos con una visión interplanetaria de alguien que se siente “un pobre diablo surgido de las entrañas inverosímiles del planeta”, viendo como “los indios muertos bailan en la vía láctea…” y repentinamente ya estamos bajo unas sábanas de escarcha sintiendo “el roce sensual de la piel, el mordisco excitante de los labios, el profundo orgasmo de los sueños”. Amor. Astralidad. Erotismo. Poesía cósmica.

Pero también este poemario es una “necrópolis sagrada” y el poeta se transforma en un reportero sombrío. La diosa quimera y Quetzacoalt resucitan abrazados para acompañar al poeta-reportero a recorrer esta “tierra inmunda” y verificar que este no es sino un “país sin alma, donde todos duermen al mediodía”.

Desde el punto de vista formal, la poesía de Fernando, como bien la define Xavier Oquendo, es una poesía barroca. Mas su barroquismo no depende solo de la riqueza de las adjetivaciones y de los tropos. Es barroca fundamentalmente por la heterogeneidad casi churrigueresca de imágenes, resonancias, y más aún, por la carnavalesca perspectiva de sus visiones, a ratos alucinantes y alucinadas.

Este barroquismo es resultado de una identificación ontológica con el saber andino al que apela en varios de estos poemas para recuperar imágenes esotéricas de indeleble raigambre telúrica.

El poeta-reportero entonces abandona este rol y asume el de un shaman que se inmiscuye en la hierofanía andina para experimentar en carne propia “el sosiego que trasunta el Gran Espíritu”.

“Nosotros te entregamos la energía del monte
magullado de amargura, el cuy que se cruza
por nuestras piernas queriendo escapar del sacrificio…”
.

“Nosotros te brindamos el sorbo de la magia,
el humo que retuerce a la cabeza de universos macabros…
”.

Y evoca a la ayawashca llamándola “hierba de extraños dioses”, acaso para denotar que los estados psíquicos del eremita exaltado por el influjo de las drogas sagradas, es semejante al de los poetas genuinos, cuyas visiones horadan la lógica y la razón para entrar en aquellos rincones esenciales de la inteligencia humana, donde se tuestan las mejores semillas de la poesía, la utopía y la locura.

Ingresé a este libro en pie juntillas para no asustar a los duendes y guacaisiques que le habitan. Cada uno de sus poemas constituyen adoquines de los que está hecha la piedra de los sacrificios donde poeta y poesía buscan exorcizarse, purificarse, en busca de una trascendencia indescifrable. Y aunque desde temáticamente, cada poema es distinto uno del otro, tras esas diferencias retóricas se extiende un mismo alambre ideológico y filosófico, vale decir poético, algo que se podría definir como un existencialismo fatídico-erótico.

Solo que el erotismo de Fernando es paradójico. Se siente seducido tanto por “los provocativos senos” de una tierna muchacha, como por “el cósmico ritmo de la muerte”.

Al menos en este libro, Fernando asume el libreto de un testigo del vacío y de la crisis. A ratos de simple testigo pasa a ser el severo fiscal y la mayoría de las veces, el convicto condenado a padecer como castigo la mediocridad y la decadencia de sus contemporáneos.

Fernando nació como poeta en una década en la que, como dice el grafiti, a las respuestas se les quitaron las preguntas. Por eso él piensa que “nadamos contra-corriente sin lograr el cometido”. Como muchos jóvenes de su generación el poeta se sabe víctima del desconcierto. Representa el desencanto de fin de siglo y de milenio y quien sabe si por esa falta de visibilidad del porvenir, Fernando prefiere buscar su meta en el pasado, a ese proceso él lo denomina “una intromisión astral llena de energía purificadora”.

En fin, Fernando es un poeta-víctima de la crisis del sistema, incluso del solar. Pero no es una víctima complaciente sino una víctima rebelde. Por eso está consciente de que los gendarmes ideológicos y literarios del neoliberalismo “registrarán sus (tus) actos nocturnos como subversivos”. Y los actos nocturnos del poeta, actos masturbatorios, son la palabra comprometida y sus demoníacas connotaciones para los culpables de esta decadencia.

El poeta define a este poemario como una proclama de rebeldía misericordiosa:

“Este panfleto contribuye
al insolente grito en busca de piedad”
.

Dice en su poema Viaje antagónico. Por ser un poeta joven, sus versos no están exentos de algunas debilidades justificables.

A mi ver, abunda en lo descriptivo-sensorial y lo exageradamente sensorial obnubila la visión de lo esencial. El tercer ojo del que hablaba Lopsan Rampa.

Considero así mismo que la titulación de algunos de sus poemas comprimen la libertad que el lector debe tener para ingresar en esa Caja de Pandora, laberinto fantasmalógico, que es cada poesía. Los títulos de las obras literarias, cuando no son una puerta infinita, se transforman en valla que delimita innecesariamente la magia de la palabra. Encuentro cierta timidez en la presentación de algunas de sus imágenes y a varias de ellas les recubre de un metaforismo que impide ver la hermosa desnudez de la poesía.

Pero la perfección en la poesía solo existe cuando ésta ha dejado de recrearse a sí misma y Fernando tiene aún intactos pero bastante iluminados sus caminos. Estamos frente a un poeta de grandes promesas para la historia de nuestra palabra. Además estamos frente a un poeta valiente que no se resignó antes, no se resigna ahora y estoy seguro que no se resignará después a guardar silencio, pues, como él mismo proclama: “el silencio es la metáfora impúdica que beneficia a los tiranos”.

Bien por la poesía que tiene un nuevo gurú comprometido hasta la médula con sus malditas confabulaciones. Mal por Fernando que, como auténtico poeta, ha caído atrapado en las redes de la tarántula sagrada de cuyo veneno, para deleite nuestro, no se podrá escapar jamás.

Otavalo, 1999


REDESCUBRIENDO LOS INTERIORES DE ESTA SELVA OCULTA

Desde que el primer hombre se admira de la tierra, como hecho inicial de supervivencia, la poesía se incorpora por sí sola, como estela regocijada de belleza, como síntesis de ternura, como maleficio para los siglos venideros.

La palabra escrita es una de las formas contundentes de comunicación. La puerta que se desplaza con prontitud, para una relación repleta de adjetivos, que nos acercan a la parsimonia de los habitantes terrenales, a la locura de una depredación masiva, a la cacería incontenible de buitres.

Asistir a la presentación de un poemario, es asistir al nacimiento de nuevos sueños, de renovadas utopías. Nos tomamos con astucia la palabra, para elaborar engendros que nos persiguen sin descanso, para construir metáforas que se pegan por siempre en el corazón de los lectores.

En mi caso particular - disculpando la primera persona - en 1994, publiqué el cuadernillo "Brotes de Intimidad", un hermoso error de adolescente, un juego lingüístico inocente.

A partir de aquel suceso, la poesía se convierte en una amante que me incita a la perfección, que me exige definiciones concretas.

La temática se centra, en el hecho de la infelicidad, porque tengo convencimiento de que el poeta es un ser con permanente infelicidad, que llega momentáneamente a lo opuesto - es decir a la felicidad - en circunstancias de un trabajo parcialmente concluido, luego que los demonios huyen de la mente atormentada del creador. Digo parcialmente concluido, porque la poesía se mantendrá incólume al resquebrajamiento de los tiempos.

También escucho el susurro de la herencia andina, de una cosmovisión llena de magia y a la vez de misterio. El amor, la vida y la muerte con sus interminables confrontaciones, se impregnan por sí solos en los textos.

"Selvadentro" (abrapalabra editores, 1998) es el título del segundo poemario que elaboro como preámbulo de un nuevo milenio que penosamente intentamos recibirle con quemeimportismo, que trágicamente se incrusta como una ilusión de reflexiones humanas.

Una angustia interna que se desborda en la vida y la muerte, en la cosmovisión andina, en la frustración de una ideología que me arrastrará hasta los últimos días.

Escribo poesía porque hemos arribado al tiempo de la contemplación... Contemplo la paz que aspiran los pueblos, la inocencia de mi hijo, el amor de mi compañera, la solidaridad de los amigos, la paciencia de mis padres, el impulso por mantenernos incólumes a las adversidades inevitables.

"Selvadentro"; más allá de los sueños, porque persisten las utopías, porque todos tenemos una selva oculta predispuesta a ser descubierta.

(AFBF)
Otavalo, octubre 27 de 1998


Aníbal Fernando Bonilla o la terquedad de los intelectuales en el obscurantismo (*)



Pablo Yépez Maldonado

Luego de una larga etapa donde la posmodernidad y la posibilidad de la sociedad transparente dominaron el horizonte de la discusión de los intelectuales; las bombas sobre Bagdad, las botas de un ejército que pisotea con ferocidad e impunidad una nación, la ignorancia supina de un fundamentalista petrolero y el asombro del mundo frente a la estulticia configuran el panorama global para replantear los ejes del pensamiento en el mundo.

Frente a la desmovilización y al encierro de los pensadores -que rayaba en el autismo- de la década pasada, la sociedad ahora se muestra más consciente y más solidaria. No en vano las grandes movilizaciones en contra de los representantes de los países más poderosos del mundo han constituido la mayor muestra de solidaridad expresada por los pueblos de los países capitalistas desarrollados hacia los países que sufrimos las decisiones de los organismos de ayuda internacional. El tiempo que decurre confirma la realidad de un mundo donde priman los intereses del imperio por sobre los sueños más terrenales de aquellos que no caminamos en el mismo tren de su historia.

¿Cuál es el papel de los intelectuales en esta esquina de inicios de milenio? Desdoblar propuestas, inventarnos fórmulas, transformar la teoría, convertir a la experiencia en un resorte para asaltar el cielo; sobre todo, destruir los esquemas que no nos han permitido fundar una propuesta viable, creativa, mágica; una propuesta propia, andina. El tiempo que decurre, denominado por algunos posmodernidad y por otros de la globalización, trae algunas cosas interesantes en este inicio de siglo y el estertor del que terminó: aún tenemos los signos del desencanto; la constatación de que la recurrente crisis del capitalismo no expide su esperada partida de defunción sino que, al contrario, elabora nuevas y brutales vías de escape que nos involucra a todos aquellos que estamos conectados, de una u otra manera, con los comensales que departen en las mesas bien provistas del primer mundo y sus sueños de controlar los países de donde provienen las materias primas; y el agua como dadora de vida y poder.

Qué debemos hacer los intelectuales, los orgánicos, los intelectuales a medias, los de domingo o los intelectuales contestatarios, así sea de teléfonos. Incrementar el número de las famosas fundaciones que han permitido desmantelar el Estado sin que los intelectuales nos diéramos cuenta; crear fantasías en el papel (cosa que la podemos hacer muy bien los que nos dedicamos a la rutina de redescubrir nuestras fobias); o, generar espacios de encuentro y de reflexión para descargar nuestras ganas de crear un mundo más humano y más real (porque la realidad virtual la estamos viviendo con los fogonazos de los misiles en Irak); recreando nuestros sueños en el papel; de manera lúdica, imaginativa, sobrecogedora. Solo así se justifica el título de intelectual comprometido con ciertos principios sociales y políticos pero con la suficiente capacidad para dudar de las aparentes verdades.

Todos de alguna u otra manera tenemos la capacidad de recrear y generar nuevos conceptos, nuevas categorías, refundar nuevas teorías pero sobre la base de la discusión abierta, agitacional, frontal y efervescente.

No podemos cruzarnos de brazos cuando sabemos que al futuro se lo construye, también, con la imaginación, con los sueños que no son más que un anticipo del mundo diseñado por los poetas (la utopía subsiste en la poesía como el espacio donde se hará realidad la última subversión posible). Y Aníbal Fernando Bonilla cumple con estos dos requisitos a cabalidad.

Romper las formas para desarrollar nuevas ideas, respirar con fuerza para abrir nuevos caminos; casi siempre nos expresamos de la misma manera sobre una realidad a la cual deseamos darle sepultura, nos dirigimos en los mismos términos para comunicarnos entre nosotros, como para saber que manejamos los mismos códigos y los mismos sueños pero que, de tanto repetirlos, se vuelven recurrentes y obsesivos.

Recuperar la práctica de la discusión crítica y propositiva para reelaborarnos permanentemente. La trascendencia de cuyos personajes habla Aníbal Fernando Bonilla, nos cae redonda para establecer los pasos adecuados del papel de los escritores. Actuar localmente y pensar globalmente; ese es el referente de dos personajes: Gonzalo Rubio Orbe y Bolívar. Todo aquello que dejemos de hacer repercutirá en el futuro; todo lo que alcancemos hacer en el presente y desde nuestras posibilidades hará que el provenir tenga otros matices, otras aristas. Ese es el reto; y Bonilla lo asume con pasión y oficio; porque dejar de decir es aceptar las supuestas verdades.

En este momento en que la crisis del pensamiento pone a boca de jarro la necesidad de la subsistencia y la necesidad de hacer planteamientos frontales; para desbaratar la nueva concepción de los intelectuales como “consejeros del príncipe y amigos de los pobres” es importante destacar la actitud de este poeta que no teme a enfrentar los más diversos temas; disímiles como el caso de “Liderazgo y sociedad” y “Apuntes sobre comunicación política” donde aborda el papel de los hacedores de imágenes públicas y subraya la necesidad de líderes de nuevo cuño para no caer en las manos de los ofertadores de promesas, de aquellos que dicen moriremos en el intento de transformar la patria; y la patria “¡hay! sigue muriendo”. Los escritores no podemos darnos el lujo de asumir que tenemos la verdad pero podemos aportar a desentrañar la complejidad de la realidad, de poner sobre el tapete los nuevos conceptos que están en discusión, las nuevas propuestas que hacen del pensamiento un torrente de ideas que abonan la acción de los verdaderos actores sociales; como el caso del movimiento sindical donde en lugar de la utopía se vive el desmoronamiento de las propuestas para caer inermes en el sistema productivista que arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Es necesario desestructurar esta sociedad patriarcal y falocrática además, obviamente, de todas las otras caracterizaciones; necesita de cuestionamientos que revitalicen la discusión sobre el placer y el poder (como posibilidad de realización del placer). La transgresión del pensamiento, para que el pudor deje de ser una barrera ideológica, es la única herramienta para sacudir y conmover, para convulsionar y movilizar.

Que el debate sea el pan de cada día; que el presente salga al paso de esta época de oscurantismo y barbarie. La historia gesta sus propias ironías; aquellos que nos calificaron alguna vez de salvajes muestran ahora su concepción precaria de la vida, la civilización, la democracia, la modernidad. Todos los esfuerzos son bienvenidos para construir aquella patria que soñó Bolívar; que la defendió Rumiñahui; que la cuestionaron los indios; que la pretendemos todos y todas; una nación y un mundo donde no se tenga necesidad de pedir permiso para ser felices.

10 de abril del 2003


(*) Análisis del libro “Bajo Ciertas Luces” (CCE-Imbabura, marzo-2003), de autoría de Aníbal Fernando Bonilla F., a propósito del acto de presentación realizado el 10 de abril del 2003, en al auditorio “Cotama” del Instituto Otavaleño de Antropología - IOA.

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