Este espacio contiene artículos de opinión y datos informativos sobre arte, cultura, identidad y análisis político. Aunque en esencia, se nutre de la semilla literaria que crece como la vida, y, a ratos, se ausenta como la muerte.
sábado, 16 de abril de 2011
HERNÁN DÁVILA O EL ARTISTA DE LA DESOLACIÓN
Cada artista es un mundo diferente con apreciaciones disímiles del cosmos, con interpretaciones multifacéticas de las entrañas existenciales siempre complejas por una sistematización creativa.
Cada artista es un cúmulo de experiencias múltiples respecto de su entorno lleno de misterios, cargado de decepciones y bofetadas hipócritas.
Cada artista se desangra con su propuesta individual para consolidar una identidad diferenciada en la constancia de los libros, en la técnica escogida, en la humildad con que se acepte el reto planteado.
César Hernán Dávila Orbe (Otavalo, 1961) es un artista excluido que prefiere la intensa soledad que sólo puede brindar la noche con sus tentaciones milenarias, que prefiere el recogimiento de sus pinceles en la madrugada en su pequeño taller de ilusiones, que reniega del protagonismo y la figuración innecesaria ante una falsa pose artística, que se nutre de la enseñanza universitaria, pero, sobre todo, de ese rico aprendizaje que emana de las calles con olor a tabaco y agua de caña y de las ciudades con el cielo gris atraído por la penumbra.
Dávila, pintor pausado e introvertido, reconoce en el centro de Quito a su inagotable materia prima, por el cual recorrió sus veredas empinadas y angostas, por el cual aprendió a valorar el significado de la felicidad, aunque ésta sea momentánea. Las cúpulas de iglesias antiguas, campanarios con sonidos estremecedores, cruces que nos llevan a la gloria ficticia, esquinas con el humeante sabor de las comidas populares, romeriantes persignándose por el temor a la muerte, sombras dejando huellas en las blancas paredes de la quiteñidad, son algunas maneras y circunstancias de describir su temática. Asimismo, sus pinturas plasman la paisajística local; acogen el lomerío otavaleño, la espesura comarcana impregnada en el verdor de sus alrededores.
Son acuarelas llenas de vitalidad en donde los colores reposan con sagaz impresión. Son cuadros que hablan desde la melancolía del autor, que esbozan el sencillo pragmatismo de nuestros humildes pueblos. Son trazos que indistintamente bosquejan balcones familiares, techos marrones con la alegría urbano-marginal.
Hernán Dávila como artista que increpa a la integralidad de su camino le apuesta también a la fotografía atrapando en finas imágenes la desnudez como símbolo de la estética humana, como referencia erótica de un universo femenino con similitudes y contrastes. Su intención fotográfica tiene la luz de la contemplación y el testimonio vivo del contacto diario con la gente y sus interioridades.
Dávila busca como en los versos de Jean Arthur Rimbaud: “la mar/ unida con el sol”, es decir “la eternidad”.
Diario El Mercurio, Cuenca, diciembre 16 del 2000
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