miércoles, 14 de septiembre de 2011

Gabriela: barro y poesía - I parte


Hablar de Gabriela Mistral es aludir a un mito latinoamericano. Al menos así lo consideran varios estudiosos de su obra y, de su vida. En esa imagen de mujer afligida y triste se esconde un misterio permanente. En sus ojos delata ese ímpetu por conquistar el mundo a través de la palabra oral y escrita. Nació en la ciudad de Vicuña-Chile, el 7 de abril de 1889.

Sus orígenes fueron humildes. Tal hecho marcó honda raíz a lo largo de su existencia. Su condición de maestra fue inmanente. Amó a la niñez, tal vez, como una forma secreta de suplir su vacío maternal, aunque, paradójicamente, se refiera a ella como la mayor obra de arte, el oficio que nunca se detiene y el viaje perdurable. Mistral no fue Mistral. Fue Lucila Godoy Alcayaga. Hija de Jerónimo Godoy Villanueva y Petronila Alcayaga. Desde temprana edad se inmiscuyó en la enseñanza a las generaciones tiernas. Desde luego, que la literatura fue parte vital dentro de esa soledad que la acompañó como una sombra en constante acecho. Escribió en verso y en prosa. Personalmente, tengo profundo apego por su prosa poética; esa mezcla lírica que le envuelve al lector/a con la metáfora fina, y, con la aguda interpretación de los hechos que desnudan la condición humana.

Según José Pereira Rodríguez, ella: “escribía como hablaba: con gracia, con profundidad, con dominio de la expresión y con singular atractivo e interés. Por esto, leerla es escuchar el eco inextinguido de su voz que lucía simpáticas inflexiones melodiosas”.

La grandeza de su figura no fue consecuencia exclusiva del Premio Nobel de Literatura obtenido en 1945, sino su desprendida actitud en la búsqueda incansable por construir una sociedad justa, solidaria y libre, sin mayores apasionamientos políticos ni enfoques doctrinarios que -a ratos- obnubilan esos fines altruistas, sino con la tierna presencia femenina y la inigualable reflexión intelectual que sobrepasó barreras geográficas, diversidades étnicas, estratos sociales y niveles culturales. Su grandeza radicó en dedicar interminables horas a la formación de los párvulos, de esos “locos bajitos”, en frase de Joan Manuel Serrat. Gabriela creó poesía, y a su vez, trazó en sus días el enigma que determina el verso. Por eso dijo “La poesía es en mí, sencillamente, un rezago, un sedimento de la infancia sumergida. Aunque resulte amarga y dura, la poesía que hago me lava de los polvos del mundo y hasta de no sé qué vileza esencial parecida a lo que llamamos el pecado original, que llevo conmigo y que llevo con aflicción”.

Diario El Telégrafo, julio 13 del 2011

1 comentario:

  1. Estimado Anìbal:

    El Señor cuide de ud. y familia.

    Gracias por su interesante artículo sobre la "divina Gabriela", así la llamamos en Chile. La poesía mistraliana ha sido una de mis fuentes literarias en razón de su dulzura, sencillez y uso de recursos lingüísticos plenos de hermosura, candor y sutilezas.

    Estudié literatura y filosofía en la Universidad de La Serena, ciudad cercana a una hora de la localidad en donde nació Gabriela, la localidad de Montegrande, comuna de Vicuña. Visité en innumerables veces la casa museo de Gabriela, espacio maravilloso que comunica a través de escritos originales, comentarios, libros y fotografías lo que esta recordada escritora significa para nosotros y las letras hispanas.

    Yo también escribo poesía, humildemente, émulo lejano de Gabriela y otros poetas nacionales, que han sido nuestra inspiración, pasada y vigente: Neruda, Huidobro, Parra, Rojas y otros actuales como Zurita y Hahn.

    Saludos fraternos para ud. y su hermoso país, la tierra de Guayasamín, Icaza y Montalvo.

    Con afecto fraternal,


    Pablo Bravo Rubina
    Director Colegio Adventista Calama
    www.cadecal.cl

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