En el efímero tránsito de los días, las personas vamos rutilantes por el tiempo. O contra el tiempo. Batallamos en el devenir de los designios cotidianos. Damos rienda suelta al cumplimiento de nuestras responsabilidades habituales y a las ilusiones que muchas veces se cumplen a medias, o a veces no se cumplen.
Pero, en todo caso, nos persignamos en cada momento que tenemos que enfrentar con la realidad a cuestas, desde nuestros miedos y desafíos, desde nuestras angustias y esperanzas. Somos hacedores de los hechos y circunstancias que definen nuestra condición humana. Entre el bien y el mal, entre el día y la noche, entre la luz y la penumbra. Asumimos la inevitable tarea de abrir surcos en busca de horizontes febriles.
La muerte es una entelequia hasta cuando su sombra cobija a los seres queridos, esto es, a los hombres que conjugan su existencia desde la sencillez y la sabiduría de lo simple, más allá de la banalidad y el acontecer trivial que nos impone la sociedad de consumo. Entonces, la muerte se vuelve palpable en los ojos tristes ante el dolor que provoca el vacío.
Así se encuentra nuestro país, afligido por el prematuro fallecimiento de Christian “Chucho” Benítez. Los estadios se silencian momentáneamente. Su ausencia desconsuela a la fanaticada que cada domingo tiene una cita especial para avivar a su equipo preferido.
Es la fiesta del fútbol que se encuentra huérfana de uno de sus hijos predilectos. Se trata del ritual que 22 gladiadores engendran en el gramado, y, que, penosamente, confirman la desaparición de uno de ellos. Al parecer, su corazón enorme de solidaridad y regocijo, no soportó los avatares que dan fe a nuevos amaneceres. Fue un hombre de alma noble y valiosos sentimientos, que ayudó a los suyos y respondió con creces ante la demanda popular, ya que él mismo surgió de las canchas de tierra y de los arcos de piedra.
Se formó en la barriada en donde la bronca y el aroma callejero marcan el ritmo de la marginalidad. Superó los escollos a través del cariño de su abuela; ese personaje que se queda por siempre en la retina de nuestras endebles memorias.
El fútbol fue su principal pasión. Surgió del club que defiende ideales nacionalistas. Desde niño dormía pensando en la jugada subsiguiente. Soñaba con el gol; aquel efecto de magia que confirma el placer del deporte más difundido en el mundo y que provoca el delirio de la hinchada. Su genialidad fue aplaudida en nuestro país y, luego, en México e Inglaterra. Aspiraba a confirmar su habilidad futbolística en Catar, pero la paradoja de la vida le tenía predispuesto otro escenario: la muerte.
Sus goles quedarán latentes en el seno del pueblo; en donde el fútbol se erige como exaltación mayor y cuyo recuerdo consentirá el nacimiento de un nuevo ídolo.
Diario El Telégrafo / 31 Jul 2013
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