Este último 31 de agosto se conmemoraron los 25 años de la muerte de monseñor Leonidas Proaño Villalba, aquel hombre de fe que redimió a los desposeídos a través de la palabra de Dios y de la compleja labor pastoral.
Como advierte Pedro Pierre, después de un cuarto de siglo, Proaño sigue brillando con luz propia como el gran profeta latinoamericano. O como señala Enrique Ayala Mora: “Leonidas Proaño, obispo y político, fue un profeta. Su vida y su palabra fueron incómodas para los poderosos, pero se transformaron pronto y cada vez más nítidamente en esperanza de los oprimidos y preanuncio de la sociedad futura”.
Transitó por los caminos que sugiere la Teología de la Liberación. Hizo de su vida un permanente reflejo del evangelio. Le apostó por la defensa de los derechos de los humildes y de los habitantes del campo. Como se revela en su autobiografía: “Creo en los pobres y oprimidos. Creer en los pobres y oprimidos es creer en las semillas del Verbo. Creo en sus grandes capacidades, particularmente en su capacidad de recibir el mensaje de salvación, de comprenderlo, de acogerlo y de ponerlo en práctica”.
Por ello, se dedicó por entero a reivindicar mejores niveles de vida de las comunidades indígenas, particularmente de Chimborazo y de su provincia natal: Imbabura. Ferviente hacedor de la esperanza. Del trabajo colectivo. Propulsor de la minga y de las jornadas de capacitación radiofónica. Gestor de organizaciones juveniles, de base y cristianas. Fecundo pensador cuyo aporte se irradia en libros como: “Rupito”, “El Evangelio subversivo”, “Concientización, evangelización y política”, “Creo en el hombre y en la comunidad”, “Educación liberadora”, “Quedan los árboles que sembraste”.
Proaño, ensimismado en su honda reflexión íntima, apuntó: “Toda mi vida ha estado llena de luchas y conflictos. Pienso de mí mismo que no soy una persona conflictiva. Más bien, soy un hombre pacífico. Pero también me encuentro un hombre intransigente, cuando se trata de defender valores trascendentales no ciertamente especulativos, sino encarnados en la existencia de los hombres. He sido intransigente en la defensa de la verdad, porque he querido que los hombres concretos seamos verdaderos. He sido intransigente en la defensa de la justicia, porque he querido que los hombres concretos seamos verdaderos. He sido intransigente en la defensa de la justicia porque he querido que los hombres practiquemos la justicia. He sido intransigente en la defensa del amor y de la amistad, porque he querido una gran autenticidad en las relaciones humanas”.
Sacerdote de mensaje diáfano que hizo estremecer las estructuras tradicionales de la Iglesia, compartió su prédica entre la majestuosidad de la montaña y el cántico de los jilgueros en una sinfonía de paz y sosiego, junto con la bondadosa tarea a favor del prójimo.
Taita Proaño -también poeta- nos dejó incólume su voz de aliento: “He buscado el sentido de las cosas,/ el encanto y belleza de las almas;/ he buscado el sentido de la vida/ en el encanto de las alboradas…./ Y he sabido que amar es entregarse:/ Sacrificio y amor no se separan./ Y que es ese el sentido de la vida,/ que está allí la belleza de las almas”.
Diario El Telégrafo / 18 Sep 2013
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