lunes, 11 de agosto de 2014

De regalos, paz y conciencia social


La escena se repite en cada diciembre. Tiendas colmadas de gente. Almacenes con múltiples estanterías. Centros comerciales con el ir y venir de potenciales compradores. Una variada amalgama de mercadería en la cual sobresalen juguetes, ropa y accesorios afines. Es el resultado de una sociedad autómata, inmiscuida en la mercantilización de una fecha llena de paradojas.

En la Navidad se concibe el tiempo oportuno para el abrazo, la reconciliación, la sonrisa, la conquista de la paz, tal como nos enseñan en los templos e iglesias. Sin embargo, en la praxis, nuestras comunidades contemporáneas están envueltas en una desmedida vorágine monetaria que corroe el significado de la reivindicación cristiana. El último mes del año debería servirnos de lección histórica, de fruto que alimente los valores humanos, de regocijo ante la gracia del hijo de Dios, de luz que aplaque la maldad del hombre e ilumine el camino de cara al futuro benigno.

Pero, como una supuesta norma de urbanidad o una costumbre mal interpretada, nuestro interés gira en el regalo de Nochebuena, en el presente que ratifique los lazos de una relación fructífera. Entonces, cabe preguntarse: ¿acaso con un obsequio se afianzan los parámetros de amistad o de respeto al prójimo? ¿Es necesario demostrar el amor a los padres, hermanos o a la pareja con un objeto de costo suntuario? ¿Las relaciones sociales giran en torno a los beneficios utilitarios que obtengamos de ellas?
La Navidad no puede concebirse como una muletilla de temporada, cuando en la convivencia diaria se repiten vicios, conductas anómalas, acciones reprochables, prejuicios y rencores entre seres de una misma especie. La época decembrina también refleja los contrastes y desigualdades sociales. La profundización de una colectividad consumista, atrapada en las garras del capital y sus cantos de sirena. 
La Navidad no es solamente gozo y regocijo, sino la descarnada mirada de la pobreza que aún subsiste y que afecta a los grupos vulnerables, como las niñas y niños, cuyos rostros de ternura se observan explotados en las carreteras, calles y avenidas a través del trabajo forzado.

A esas circunstancias lacerantes hay que dar respuestas concretas en una tarea que ennoblezca los corazones de las personas.

La Navidad debe ser entendida y apreciada desde la esencia de la vida, que implica el nacimiento de Jesús y la impronta de las virtudes excelsas del hombre, a pesar de las vicisitudes y penurias, de los agravios y ofensas. En la Navidad debe estar compendiada la conciencia social, el modelo que los sujetos sociales debemos acoger para alcanzar una interactuación acertada y fecunda.

Diario El Telégrafo /  24 Dic 2013

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