La interculturalidad es un tema de intenso debate desde la academia. Sin duda, este fenómeno sociocultural tiene percepciones variadas, según el ojo analítico.
Este hecho, que se entrelaza con la teoría y praxis, cobra marcada vigencia en pueblos de honda raigambre identitaria y de convivencia heterogénea.
En tal sentido, en nuestro entorno geográfico, la interculturalidad se plasma como una aspiración societal en el marco de una estrecha interrelación humana.
La interculturalidad es un espacio de interactuación étnica, alcanzando complementariedad en puntos coincidentes y tolerancia en aspectos divergentes. Es aceptar la mirada del otro. La vestimenta de la otra. La fiesta andina del indígena. La carga occidental del mestizo. El baile alegre y cadencioso del afroecuatoriano.
Es fusionar con alto grado de madurez los elementos culturales que identifican a los múltiples grupos sociales. La interculturalidad supera a la pluriculturalidad. Es una categoría con mayor desarrollo en la vorágine de la coexistencia interétnica. Reniega de la aculturación. Le apuesta al respeto por la otredad.
Tiende al pluralismo. Ahonda el sentido de armonización colectiva. Abre el camino propicio para la igualdad social, considerando políticas de desarrollo en la perspectiva del mejoramiento en la calidad de vida de la gente.
Es necesario asumir un compromiso por desmontar aquella noción reduccionista de la sociedad homogénea, ya que la realidad nos revela multiplicidades en los ámbitos: racial, generacional, de género, etc. La interculturalidad permite la reflexión ante la latente carga histórica proveniente de momentos específicos en el tiempo y en el espacio, por ejemplo, la conquista y el dominio español.
Según Bolívar Echeverría: “…la dimensión cultural de la existencia social no solo está presente en todo momento como factor que actúa de manera sobredeterminante en los comportamientos colectivos e individuales del mundo social, sino que también puede intervenir de manera decisiva en la marcha misma de la historia”.
Más allá de la retórica, los actores sociales debemos ejercer cotidianamente prácticas interculturales que equilibren las relaciones sociales, con el objetivo de abonar en la construcción de comunidades dinámicas, flexibles y abiertas a saberes y aprendizajes variados.
Con lo dicho, se devela que no hay culturas inferiores ni superiores, sino diferentes, tal como señala el antropólogo Luis de la Torre.
Precisamente hacia ese postulado se dirige la interculturalidad: al reconocimiento de la multietnicidad en medio de un evolutivo sincretismo cultural.
Diario El Telégrafo / 12 Nov 2013
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