La época veraniega en las comunidades indígenas se reviste de ritmo e
identidad a propósito del tradicional festejo en consideración al dios
Sol. Como afirma Ariruma Kowii: “El Inti Raymi, fiesta del Sol, se
realiza en homenaje y agradecimiento a la madre tierra por las cosechas
recibidas, por el solsticio de verano. De todas las fiestas kichwas, el Inti Raymi constituye uno de los
monumentos culturales vigentes que ha logrado reciclar sistemas como la
invasión, la colonia, y la república, sistemas dictatoriales y
democráticos, que en su momento intentaron extirpar la vigencia de esta
tradición”.
En esta celebración sobresalen características esenciales de virilidad masculina y del talento culinario femenino, derivado, especialmente, del maíz.
En la serranía ecuatoriana, desde mediados de junio, miles de indígenas se toman las calles y plazas públicas en un ritual dedicado a la vida y a la fertilidad.
Es la convivencia cíclica de un nuevo amanecer, en donde la tierra tiene la expectativa de brotar frutos benignos para su labrador.
Según Patricia Peñaherrera: “La danza es una marcha ritual que nace de un ojo de huracán, y va creciendo en la medida en que se van incorporando más y más hombres, en un solo ritmo, en una sola ola, como queriendo abrirse un espacio hacia el centro de la Tierra y hacia el centro del cielo”.
El mote, las papas, la fritada, el cuy, la gallina de campo, la chicha, son elementos complementarios para el jolgorio, sumándose a estos alimentos el arte que emana de la flauta, el tambor, el rondador y la guitarra.
El churo despierta con el fuerte silbido el sentimiento de los montes y alerta a los comuneros la importancia de reivindicar esta fiesta ancestral. Las máscaras, disfraces, zamarros, se mezclan en baile cómplice y pícaro, destinado a ironizar los momentos malos: dolor y humillación se desechan completamente al compás de la música autóctona.
Tales tonalidades rítmicas, en la actualidad, han superado la geografía rural, ya que también se escuchan como efecto migratorio en otras latitudes (Colombia, Venezuela, Chile, España, Italia, Estados Unidos, Japón).
Sobre lo anotado, Kowii complementa: “Es una fiesta espiritual, nutrida de una riqueza simbólica, una de ellas es la renovación de energías en las personas y los instrumentos que se interpretan; la representación del movimiento de la Tierra con sus giros de rotación y traslación; la representación del símbolo de la sabiduría a través de la danza de la serpiente y la guía, la orientación del Aya Huma, etc., acompañan el festejo…”.
El Inti Raymi permanece enraizado en la estirpe indígena como un reloj biológico que le impulsa al cuerpo a bailar en círculos interminables, en donde los espíritus son los primeros invitados.
Diario El Telégrafo / 20 Jun 2012
En esta celebración sobresalen características esenciales de virilidad masculina y del talento culinario femenino, derivado, especialmente, del maíz.
En la serranía ecuatoriana, desde mediados de junio, miles de indígenas se toman las calles y plazas públicas en un ritual dedicado a la vida y a la fertilidad.
Es la convivencia cíclica de un nuevo amanecer, en donde la tierra tiene la expectativa de brotar frutos benignos para su labrador.
Según Patricia Peñaherrera: “La danza es una marcha ritual que nace de un ojo de huracán, y va creciendo en la medida en que se van incorporando más y más hombres, en un solo ritmo, en una sola ola, como queriendo abrirse un espacio hacia el centro de la Tierra y hacia el centro del cielo”.
El mote, las papas, la fritada, el cuy, la gallina de campo, la chicha, son elementos complementarios para el jolgorio, sumándose a estos alimentos el arte que emana de la flauta, el tambor, el rondador y la guitarra.
El churo despierta con el fuerte silbido el sentimiento de los montes y alerta a los comuneros la importancia de reivindicar esta fiesta ancestral. Las máscaras, disfraces, zamarros, se mezclan en baile cómplice y pícaro, destinado a ironizar los momentos malos: dolor y humillación se desechan completamente al compás de la música autóctona.
Tales tonalidades rítmicas, en la actualidad, han superado la geografía rural, ya que también se escuchan como efecto migratorio en otras latitudes (Colombia, Venezuela, Chile, España, Italia, Estados Unidos, Japón).
Sobre lo anotado, Kowii complementa: “Es una fiesta espiritual, nutrida de una riqueza simbólica, una de ellas es la renovación de energías en las personas y los instrumentos que se interpretan; la representación del movimiento de la Tierra con sus giros de rotación y traslación; la representación del símbolo de la sabiduría a través de la danza de la serpiente y la guía, la orientación del Aya Huma, etc., acompañan el festejo…”.
El Inti Raymi permanece enraizado en la estirpe indígena como un reloj biológico que le impulsa al cuerpo a bailar en círculos interminables, en donde los espíritus son los primeros invitados.
Diario El Telégrafo / 20 Jun 2012
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