El arte puede ser entendido como la epidemia del absurdo. Su innata
condición contestataria nos permite observar al mundo desde otro prisma y
ópticas particulares. En el arte plástico confluyen realidades y
espejismos, demencias y miradas ocultas, nostalgias y la permanente
provocación del color.
El arte revela grietas de dolor; el artificio que emana de la conducta del creador/a. Desde sus adentros irrumpen duendes milenarios que se aferran a la irreverencia de los días. Los trazos y manchas cromáticas nos conducen a laberintos interminables asentados en suelo fértil. Su permanencia es de entera vitalidad a lo largo de la existencia humana. Su prevalencia es indiscutible en el ámbito social, aunque para ello el artista requiera bailar con la soledad.
“Arte consciente” se denomina la exposición grupal abierta al público en estos días en las instalaciones del museo del ex Banco Central en Ibarra (hoy en manos del Ministerio de Cultura), desde esa trilogía inconfesable de sus autores: Nelson Villacís, Vanessa Mosquera y Anita Vinueza. Arte que convoca a la integralidad de los sentidos y de las cosas, al misterio de la supervivencia terrenal, a la prolongación del espíritu por el sendero insondable de la vida, a la conjugación de los bocetos con la alquimia poética, al estallido críptico que se entreteje en las imágenes planteadas.
Nelson Villacís es un fabulador del pincel que retrata la esbeltez femenina, entre soles y ojos náufragos. Él medita junto al lienzo para construir un lenguaje plástico que exhorta las partituras de la música celestial, en donde la Luna aparece con su rostro blanquecino.
He ahí los labios de la mujer amada, los ojos del ser ausente, la naturaleza que se impone como elemento determinante en la abstracción artística, la primavera derribando pétalos y quimeras. Su obra grafica la nacencia de la ingenua niñez y los pasos paulatinos dados en el tránsito inevitable que exigen los sueños.
La presencia de las geishas sobresale en el torrente pictórico descrito. Las configuraciones icónicas nos conducen a una mágica visualización de signos ritualísticos y dimensiones desconocidas; es esa huella mística de nuestro pintor-poeta. Nelson recorre los linderos de la plástica en su bicicleta, cuyas ruedas recogen el ciclo vivencial. Y, de pronto, se aprecia la filosofía de Luis Eduardo Aute y su carisma empapándonos de rítmica melancolía, inexcusable bohemia y amores guerrilleros.
Vanessa Mosquera se acerca desde lo neofigurativo a descubrir los vericuetos del universo, con círculos concéntricos de ascendencia cósmica. Lo estético se trasplanta con el legado ancestral en una especie de lectura dialéctica y, por eso mismo, cambiante. Las representaciones delineadas inducen a la cavilación oriental, a la convocatoria con culturas distintas.
Anita Vinueza ahonda desde diminutos diagramas y formas geométricas en el complejo paradigma artístico. Seduce con colores frescos la consecución del camino trazado, en esa exploración auténtica de edificar una identidad propia en el bagaje inconmensurable de las corrientes que emanan del arte.
En medio de los cuadros expuestos, se observan instalaciones que cuestionan la historia oficial e ironizan la formalidad de la tarea artística.
Arte consciente, principio y fin de una propuesta que supera los cánones conceptuales y que a través de la admiración visual se detiene en el umbral de la génesis, esto es, en lo humano.
Diario El Telégrafo / 30 May 2012
El arte revela grietas de dolor; el artificio que emana de la conducta del creador/a. Desde sus adentros irrumpen duendes milenarios que se aferran a la irreverencia de los días. Los trazos y manchas cromáticas nos conducen a laberintos interminables asentados en suelo fértil. Su permanencia es de entera vitalidad a lo largo de la existencia humana. Su prevalencia es indiscutible en el ámbito social, aunque para ello el artista requiera bailar con la soledad.
“Arte consciente” se denomina la exposición grupal abierta al público en estos días en las instalaciones del museo del ex Banco Central en Ibarra (hoy en manos del Ministerio de Cultura), desde esa trilogía inconfesable de sus autores: Nelson Villacís, Vanessa Mosquera y Anita Vinueza. Arte que convoca a la integralidad de los sentidos y de las cosas, al misterio de la supervivencia terrenal, a la prolongación del espíritu por el sendero insondable de la vida, a la conjugación de los bocetos con la alquimia poética, al estallido críptico que se entreteje en las imágenes planteadas.
Nelson Villacís es un fabulador del pincel que retrata la esbeltez femenina, entre soles y ojos náufragos. Él medita junto al lienzo para construir un lenguaje plástico que exhorta las partituras de la música celestial, en donde la Luna aparece con su rostro blanquecino.
He ahí los labios de la mujer amada, los ojos del ser ausente, la naturaleza que se impone como elemento determinante en la abstracción artística, la primavera derribando pétalos y quimeras. Su obra grafica la nacencia de la ingenua niñez y los pasos paulatinos dados en el tránsito inevitable que exigen los sueños.
La presencia de las geishas sobresale en el torrente pictórico descrito. Las configuraciones icónicas nos conducen a una mágica visualización de signos ritualísticos y dimensiones desconocidas; es esa huella mística de nuestro pintor-poeta. Nelson recorre los linderos de la plástica en su bicicleta, cuyas ruedas recogen el ciclo vivencial. Y, de pronto, se aprecia la filosofía de Luis Eduardo Aute y su carisma empapándonos de rítmica melancolía, inexcusable bohemia y amores guerrilleros.
Vanessa Mosquera se acerca desde lo neofigurativo a descubrir los vericuetos del universo, con círculos concéntricos de ascendencia cósmica. Lo estético se trasplanta con el legado ancestral en una especie de lectura dialéctica y, por eso mismo, cambiante. Las representaciones delineadas inducen a la cavilación oriental, a la convocatoria con culturas distintas.
Anita Vinueza ahonda desde diminutos diagramas y formas geométricas en el complejo paradigma artístico. Seduce con colores frescos la consecución del camino trazado, en esa exploración auténtica de edificar una identidad propia en el bagaje inconmensurable de las corrientes que emanan del arte.
En medio de los cuadros expuestos, se observan instalaciones que cuestionan la historia oficial e ironizan la formalidad de la tarea artística.
Arte consciente, principio y fin de una propuesta que supera los cánones conceptuales y que a través de la admiración visual se detiene en el umbral de la génesis, esto es, en lo humano.
Diario El Telégrafo / 30 May 2012
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