Desde el relicario de las palabras, la poesía reaparece altiva,
derribando muros y edificando atardeceres contemplativos. En su
contenido se refleja la paradoja del hombre que fluctúa entre la
telaraña del pasado y la bruma del futuro, y su interrelación con la
naturaleza circundante.
La poesía es la transgresión de los sentidos que confluye en el regocijo de signos literarios situados en el blanco papel de las ilusiones. En sus adentros se esgrimen metafóricos mensajes del corazón y su agonía.
Juan Carlos Morales Mejía, con tono telúrico, se refugia en las bondades de la paisajística local en sus textos recogidos en “Isadora en Imbabura”, con el sello editorial de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión, Núcleo de Imbabura (Colección “José Ignacio Burbano”); arco iris en donde resplandecen nuestros montes tutelares, tolas de míticos guerreros, lagos azulados, telares ancestrales de Peguche, tejidos multicolores, entonación de violines en el Inti Raymi, dorados maizales, campanarios de antiguos conventos, religiosidad inserta en el alma de los pecadores, cadencia de ritmos marginados provenientes de la banda mocha del Valle del Chota, ardores veraniegos, el embrujo shamánico, la promesa inconclusa del mar, la memoria colectiva con sentimiento de imbabureñidad. “… Todo está trastocado para la gente de piel de vasija./ La mazamorra es un buen ungüento para apuntalar los tapiales./ El taita Imbabura descose su niebla en la madrugada./ Se sienta a contemplar cómo retozan las nubes sobre su penacho…”.
Es una mirada descriptiva del suelo bendito, en cuyo contenido prepondera un discurso poético con fuerte composición pretérita y fusión identitaria. Es la invocación a los cuatro componentes de la vida: agua, tierra, fuego y aire. Es la danza fulgurante que advierte la hermosura de una patria extasiada de nostalgia. Es la semilla rítmica de Isadora Duncan.
Juan Carlos se cobija con el encanto ecuatorial y con el legado de la urbe amada: Ibarra, a través de la recurrente referencia mitológica y la ferviente pasión que emana de las letras. En términos del poeta: “Por Ecuador: tierra de cóndores y alacranes./ Por las llagas y una veta de luz en los ojos./ Por las cartas que destruye una mujer en Laussane./ Por los ojos de una muchacha mirando una obra de teatro./ Por el canto de Silvio en busca de un unicornio azul./ Por todo esto sigo vivo”.
Al fin, poesía que encanta y decanta; filigranas iluminadas por soles de junio, versos que se agitan en las aguas caudalosas de nuestra abundante geografía y que se quedan tatuados en los confines de la condición humana.
Diario El Telégrafo / 06 Jun 2012
La poesía es la transgresión de los sentidos que confluye en el regocijo de signos literarios situados en el blanco papel de las ilusiones. En sus adentros se esgrimen metafóricos mensajes del corazón y su agonía.
Juan Carlos Morales Mejía, con tono telúrico, se refugia en las bondades de la paisajística local en sus textos recogidos en “Isadora en Imbabura”, con el sello editorial de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión, Núcleo de Imbabura (Colección “José Ignacio Burbano”); arco iris en donde resplandecen nuestros montes tutelares, tolas de míticos guerreros, lagos azulados, telares ancestrales de Peguche, tejidos multicolores, entonación de violines en el Inti Raymi, dorados maizales, campanarios de antiguos conventos, religiosidad inserta en el alma de los pecadores, cadencia de ritmos marginados provenientes de la banda mocha del Valle del Chota, ardores veraniegos, el embrujo shamánico, la promesa inconclusa del mar, la memoria colectiva con sentimiento de imbabureñidad. “… Todo está trastocado para la gente de piel de vasija./ La mazamorra es un buen ungüento para apuntalar los tapiales./ El taita Imbabura descose su niebla en la madrugada./ Se sienta a contemplar cómo retozan las nubes sobre su penacho…”.
Es una mirada descriptiva del suelo bendito, en cuyo contenido prepondera un discurso poético con fuerte composición pretérita y fusión identitaria. Es la invocación a los cuatro componentes de la vida: agua, tierra, fuego y aire. Es la danza fulgurante que advierte la hermosura de una patria extasiada de nostalgia. Es la semilla rítmica de Isadora Duncan.
Juan Carlos se cobija con el encanto ecuatorial y con el legado de la urbe amada: Ibarra, a través de la recurrente referencia mitológica y la ferviente pasión que emana de las letras. En términos del poeta: “Por Ecuador: tierra de cóndores y alacranes./ Por las llagas y una veta de luz en los ojos./ Por las cartas que destruye una mujer en Laussane./ Por los ojos de una muchacha mirando una obra de teatro./ Por el canto de Silvio en busca de un unicornio azul./ Por todo esto sigo vivo”.
Al fin, poesía que encanta y decanta; filigranas iluminadas por soles de junio, versos que se agitan en las aguas caudalosas de nuestra abundante geografía y que se quedan tatuados en los confines de la condición humana.
Diario El Telégrafo / 06 Jun 2012
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