domingo, 10 de agosto de 2014

Invocación de la carne y balada fatal

El paisaje en el cual se cimentan mis días tristes invoca la fuerza tutelar de los dioses andinos y aquella energía que responde a viejas ceremonias. Puedo decir que desde la montaña y el lago mítico percibo el vigor de la palabra que se sumerge en una vorágine de contemplación y sosiego.

Desde aquel ambiente de placidez y tributo a la Pachamama, me apresto a descifrar el encanto lírico compendiado en el título “Saxo Gramático”, de Patricia Noriega. Hago una pausa a la volátil conducta mundana para abrir de par en par aquellas añejas puertas de la tentación poética en un sorbo de humedad y encanto. Los herrajes no son un impedimento al instante de transitar por los caminos pedregosos y de remoto destino, más aún cuando se antepone la redención de las desconfianzas que aprisionan en la relación de pareja: “Entro sigilosa,/ me doy con tu manía,/ me beso con tu insomnio abandonado en el pasillo./ Llego hecha humo/ a liberar tu lengua enrollada de miedo,/ a salvarte de la asfixia”.

En las páginas del citado poemario la relación efímera del hombre con su entorno cercano es apenas un fantasma oculto ante la cobardía proveniente de los prejuicios y esquemas mentales. Ante ello, con un elocuente discurso erótico, Patricia se aproxima a los orígenes de la “enfermedad ridícula” o sea del amor, y, por ende, del dolor. Es una plegaria que, antes que bendecir a los muertos, maldice a los vivos. Como un hilo recurrente sobresale, precisamente, la muerte: inevitable escalera por la que en algún tramo de nuestras angustias deberemos ascender sin misericordia ni compasión: “Llamemos a la muerte, crucemos gatos negros y escaleras,/ tricemos espejos,/ desechemos herraduras”.

Y de repente, nuestra autora se rebela con toda la furia del verso, en medio de la perversidad conducida desde la cadencia literaria. Se escucha el grito altisonante de la hembra solitaria que se niega al sometimiento y rehúye de la falacia: “Mujerzuela ira soy,/ ramera en despacho agreste,/ puta que desafina aplausos,/ con la cara templada de tanto polvo almendroso,/ que no coexiste en la gracia,/ hetaira turbada en estación fiereza,/ con aversión a la alianza que es un papiro ciego”.

En “Saxo Gramático”, emana la “tristeza del sur”, el placer del deseo fugaz y el relicario en donde se esconden temores absurdos. En su cadencia sensual, el cielo propaga figuras ficticias de historias inocentes, en tanto, la realidad nos devuelve al estímulo noctámbulo del rincón en donde la lluvia se confunde con la histeria de los cuerpos solitarios. Sus grafías son un antidepresivo al solaz designio de la vida.

Patricia Noriega expone su alfabeto de colores sin dar tregua a la trivialidad de los seres incógnitos. Ella es esclava del poema y del vino. Su voz profética nos devuelve la esperanza después de la resaca. Su mensaje pintado de azul tiene piel propia y una luna cómplice. Finalmente, abraza sin egoísmos a su sombra desde la nada, que es la forma auténtica de desacralizar a la poesía nuestra.

Diario El Telégrafo /  29 Ago 2012

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