
El accionar gubernamental ecuatoriano genera reacciones, como consecuencia del inminente ejercicio público, en la esfera del poder político. No es ninguna novedad, que en determinados momentos o circunstancias de aquella tarea gubernativa, se antepongan criterios y posiciones, que deriven en la confrontación y pugna de intereses, cuyo signo distintivo, es la propia conducta humana, sometida, a ratos, a los desvaríos y entretejidos de los tentáculos del poder. Así ha quedado registrado a lo largo de las páginas de la historia oficial.
En el caso que nos atañe, el presidente Rafael Correa, hace poco, emitió fuertes epítetos en contra de sus ex-camaradas de la autodenominada Revolución Ciudadana. Esto, como consecuencia de la separación voluntaria de militantes y aliados cercanos al movimiento Alianza PAIS, tras su desacuerdo con el contenido de la Consulta Popular, impulsada por el primer mandatario (aunque habría que añadir e interpretar otras razones que motivaron tal decisión). Para Correa, este grupo de antiguos adherentes -hoy alejados de PAIS- son el resultado de una inocultable práctica proveniente de la “izquierda oportunista”. Ante tal descripción, vale efectuar algunas consideraciones.
El proyecto político configurado por PAIS, que supera los cuatro años de vigencia, ha conseguido importantes logros que lo identifican como una propuesta progresista en el marco de la revitalización de la izquierda ecuatoriana y latinoamericana. Aspectos esenciales para el progreso social, como la educación, salud, vialidad, telecomunicaciones, productividad, etc., permiten establecer una diferenciación con el tradicional enfoque político-económico que sumió -especialmente en las recientes décadas- a las estructuras estatales a una derechización perniciosa, en tanto, que las actuales políticas públicas, plantean una orientación de desarrollo alternativo, con principios y ejecutorias determinantes, como la solidaridad, soberanía, autodeterminación, integración regional, ataque a la corrupción, reducción de los niveles de pobreza, inclusión de sectores discapacitados, reconocimiento de la interculturalidad y plurinacionalidad, entre otros.
Es conveniente, entonces, diferenciar los alcances ideológicos de épocas pasadas, en donde los gobernantes de turno, le hicieron la venia al neoliberalismo, tanto, más, que en el presente, las directrices gubernamentales tienden a un marcado giro hacia la izquierda. Esto, conlleva a deducir que sus colaboradores tienen una formación política, definida en la tendencia anotada. Sin embargo, de la evidente presencia de dichos cuadros al interior del régimen, también, se han insertado ciertos personajes influyentes, que por ningún lado, se orientan a través de un acumulado ideológico de izquierda (por ejemplo: los Mera y Alvarado). Cabría entonces preguntarle al presidente de la República, a tono con su declaración y con la finalidad de que reconsidere un tamizado burocrático ¿quiénes son verdaderamente los oportunistas que confluyen en el proyecto de la Revolución Ciudadana?
Por otra parte, en la radicalización de la democracia, es saludable el disenso y el juicio razonado. A eso jamás hay que evadir, más aún, cuando un proyecto político se define de izquierda. Es necesario, por tanto, que al interior de PAIS se promuevan espacios horizontales de análisis, que permitan la crítica y la autocrítica, con aperturismo y madurez, en donde los primeros interpelantes sean los funcionarios gubernamentales y las autoridades designadas por voto popular; desde adentro, en donde se fragua la construcción de un proceso socialista moderno, de cara a las condiciones que genera el siglo XXI. Lo otro, es lo más fácil, evadir la responsabilidad histórica del militante, o del ciudadano comprometido con la patria, señalando la inconformidad y desertando del reto asumido. Actitud que pone en entredicho aquella mentada afinidad de izquierda. Lo que equivaldría a dilucidar la clásica interrogante: ¿somos, o no somos?
Diario El Telégrafo, febrero 23 del 2011, pág.08