jueves, 24 de febrero de 2011

¿IZQUIERDA OPORTUNISTA?


El accionar gubernamental ecuatoriano genera reacciones, como consecuencia del inminente ejercicio público, en la esfera del poder político. No es ninguna novedad, que en determinados momentos o circunstancias de aquella tarea gubernativa, se antepongan criterios y posiciones, que deriven en la confrontación y pugna de intereses, cuyo signo distintivo, es la propia conducta humana, sometida, a ratos, a los desvaríos y entretejidos de los tentáculos del poder. Así ha quedado registrado a lo largo de las páginas de la historia oficial.

En el caso que nos atañe, el presidente Rafael Correa, hace poco, emitió fuertes epítetos en contra de sus ex-camaradas de la autodenominada Revolución Ciudadana. Esto, como consecuencia de la separación voluntaria de militantes y aliados cercanos al movimiento Alianza PAIS, tras su desacuerdo con el contenido de la Consulta Popular, impulsada por el primer mandatario (aunque habría que añadir e interpretar otras razones que motivaron tal decisión). Para Correa, este grupo de antiguos adherentes -hoy alejados de PAIS- son el resultado de una inocultable práctica proveniente de la “izquierda oportunista”. Ante tal descripción, vale efectuar algunas consideraciones.

El proyecto político configurado por PAIS, que supera los cuatro años de vigencia, ha conseguido importantes logros que lo identifican como una propuesta progresista en el marco de la revitalización de la izquierda ecuatoriana y latinoamericana. Aspectos esenciales para el progreso social, como la educación, salud, vialidad, telecomunicaciones, productividad, etc., permiten establecer una diferenciación con el tradicional enfoque político-económico que sumió -especialmente en las recientes décadas- a las estructuras estatales a una derechización perniciosa, en tanto, que las actuales políticas públicas, plantean una orientación de desarrollo alternativo, con principios y ejecutorias determinantes, como la solidaridad, soberanía, autodeterminación, integración regional, ataque a la corrupción, reducción de los niveles de pobreza, inclusión de sectores discapacitados, reconocimiento de la interculturalidad y plurinacionalidad, entre otros.

Es conveniente, entonces, diferenciar los alcances ideológicos de épocas pasadas, en donde los gobernantes de turno, le hicieron la venia al neoliberalismo, tanto, más, que en el presente, las directrices gubernamentales tienden a un marcado giro hacia la izquierda. Esto, conlleva a deducir que sus colaboradores tienen una formación política, definida en la tendencia anotada. Sin embargo, de la evidente presencia de dichos cuadros al interior del régimen, también, se han insertado ciertos personajes influyentes, que por ningún lado, se orientan a través de un acumulado ideológico de izquierda (por ejemplo: los Mera y Alvarado). Cabría entonces preguntarle al presidente de la República, a tono con su declaración y con la finalidad de que reconsidere un tamizado burocrático ¿quiénes son verdaderamente los oportunistas que confluyen en el proyecto de la Revolución Ciudadana?

Por otra parte, en la radicalización de la democracia, es saludable el disenso y el juicio razonado. A eso jamás hay que evadir, más aún, cuando un proyecto político se define de izquierda. Es necesario, por tanto, que al interior de PAIS se promuevan espacios horizontales de análisis, que permitan la crítica y la autocrítica, con aperturismo y madurez, en donde los primeros interpelantes sean los funcionarios gubernamentales y las autoridades designadas por voto popular; desde adentro, en donde se fragua la construcción de un proceso socialista moderno, de cara a las condiciones que genera el siglo XXI. Lo otro, es lo más fácil, evadir la responsabilidad histórica del militante, o del ciudadano comprometido con la patria, señalando la inconformidad y desertando del reto asumido. Actitud que pone en entredicho aquella mentada afinidad de izquierda. Lo que equivaldría a dilucidar la clásica interrogante: ¿somos, o no somos?


Diario El Telégrafo, febrero 23 del 2011, pág.08

miércoles, 16 de febrero de 2011

ROMPECABEZAS DEL ABRUPTO Y LA AGONÍA HUMANA


“21 gramos” es una película que debe ser observada varias veces. Sólo de esa manera se puede digerir en forma integral, la verdadera intención del director Alejandro González Iñárritu, de origen mexicano. La capacidad interpretativa, dependerá de la óptica individual del espectador.

La película referida es un “cóctel” de sucesos entrecortados, que corresponden a varias historias en medio de la ruptura de la hilaridad narrativa. En otras palabras, es una propuesta cinematográfica compleja, que camina en la línea experimental. Y, es, precisamente por aquello, que posee un valor especial, ya que en la actualidad prevalece la tendencia del cine comercial. En tanto, que en “21 gramos”, se percibe la necesidad de discurrir alrededor de la trama y, por supuesto, del desenlace. La temática abordada gira en torno a la cotidianidad, y, al quehacer diario que consume la rutina de la clase media. Aspectos de carácter religioso, social, legal, ideológico, se manejan sin taras, más bien, con cierta audacia y provocación. Los códigos son diversos: unos, desde el precepto familiar convencional y, otros, desde el arrepentimiento al acto mundano e incluso delincuencial. Es el resumen de las grandes inquietudes que surgen en una determinada etapa de la vida de la mujer y del hombre. Resaltan implícitamente interrogantes como ¿quién soy? ¿hacia dónde voy? El latente dilema de la identidad individual. Se visualizan escenas entrecortadas que rompen con la temporalidad, en una absurda amalgama de sucesos que conducen a la meditación. En la parte técnica, precisamente, el corte abrupto de imágenes sobresale como principal característica, además, de una fotografía atrayente y creativa.

“21 gramos”, es el resultado de una sociedad que se desmorona por sí sola, sin que nadie abogue por su sobrevivencia. Se resume la vertiginosa pérdida de valores y la intensa reflexión humana respecto de la proyección individual. La presencia actoral de Benicio del Toro -el mismo de “Traffic”- es magistral, ya que se desplaza con total profesionalismo desde una condición de ex convicto a predicador de la palabra de Dios reafirmando su talento innato. El ambiente, genera una permanente atención del público. Además, las interpretaciones de Sean Penn y Naomi Watts, garantizan la intención planteada por el guionista Guillermo Arriaga. Cabe indicar que es preciso mantener la concentración a lo largo de la cinta. González, quien también realizó “Amores Perros”, apuesta a una distinta mirada del celuloide, y el resultado, en tal sentido, no pudo ser mejor. La crítica afirma que “21 gramos” es un rompecabezas en donde el pasado, presente y futuro se entremezcla y funde en un solo mensaje. Sin embargo, a ratos, se recarga la redundancia argumental. Pertenece al género dramático, aunque en este tipo de producciones resulta inoficioso encasillar en esquema alguno. “21 gramos” es una película -con varias nominaciones alcanzadas en los premios Oscar en el 2003- en donde se abrazan a la vez, sin remordimientos, el amor y el odio, la mentira y la verdad, la vida y la muerte, la lealtad y la infidelidad, en fin, un cúmulo de situaciones extrañas e inentendibles, como es en esencia, la realidad interpuesta por el ser humano.

Diario El Telégrafo / febrero 16 del 2011 / pág.08

PAPEL EN BLANCO Y LA OBSESIÓN DE LAS IDEAS


El papel en blanco provoca la multiplicación de las ideas. Es un espacio en la nada en el cual se esbozan las letras que van dando forma a párrafos, que, a su vez, expresan los sentimientos y pensamientos del autor. Es una especie de confesionario visto en perspectiva individual, en donde el silencio se antepone como fantasma y fiel testigo del proceso creativo. En la pantalla del computador aparecen aquellos términos precisos que requiere el texto en construcción.

El escritor desmitifica la realidad circundante, desafía al rutinario transcurrir de los días, apela a la experiencia como elemento básico o eje articulador desde donde se desprende el criterio acertado. En el quehacer literario, la ficción se inserta como característica permanente, en una catarsis enmarcada por la fantasía de los personajes, la configuración de imágenes y situaciones detalladas en el fragor de la madrugada, en el frenético impulso que deviene con la sensación de la libertad, en el tormentoso instante de definir la palabra correcta. El ejercicio de la escritura transmite la ensoñación de la vida; la niebla y desconsuelo del tiempo y, la ternura y contento de la condición humana.

Raúl Pérez Torres considera que el escritor “[…] es un insatisfecho, un contestatario, un vampiro nocturno que muchas veces se alimenta de su propia sangre. Su deseo no se colma, su obsesión no se serena, su desgarramiento no se precisa. A menudo lleva la culpa del mundo sobre sus hombros, y también la esperanza, esa forma que tiene el hombre de aligerar la condena”.

En la labor periodística, el género ligado a la opinión conlleva un cúmulo de matices, lecturas y profundización analítica. Todo empieza en la selección temática, no exenta de la tormentosa decisión por parte del articulista. Tras la identificación del tópico a tratarse, se borronean las primeras líneas, que van sustentando la tesis descrita. Cada punto de vista se origina a partir de las creencias, convicciones, hábitos, formación académica, condición socio-económica del responsable del artículo, en cuyo contenido se resumen códigos interpretativos de los diferentes campos de la sociedad.

En el artículo de opinión se concentran elementos de discusión, a través de argumentos que tienen el sustento investigativo y el gusto estético del autor/a. A lo dicho, se entrelaza el criterio, alcance explicativo y juicio de valor que implica la carga particular del articulista. En tal sentido, el lector/a tendrá elementos valiosos a la hora de definir su posición individual, sobre el tema en discusión, el mismo que concita, generalmente, el interés y expectativa de la gente. Esta práctica periodística eleva el nivel de debate en el contexto ciudadano, en las distintas esferas y estratos sociales. Al final, el papel se impregna de esas frases orientadoras, que no dejan de contaminarse de una carga ideológica y de una apasionada disquisición respecto de los personajes, hechos y acontecimientos que han traspasado los límites de la coyuntura histórica.

Diario El Telégrafo / 09-febrero-2011 /pág.08

Hechizo cromático, influjo andino y alas de fertilidad


No es ninguna sorpresa que desde Otavalo surjan quijotes furibundos de arte. No hay asombro cuando un coterráneo otavaleño bofetea al orbe con sus cualidades artísticas. Jorge Perugachy (1954), es oriundo de este valle andino; en donde los viejos curanderos limpian el alma, en donde los indígenas madrugan a la labranza de horizontes prósperos, en donde las artesanías emergen con encanto peculiar, o en donde el mestizaje envuelve a la convivencia cotidiana. Metafóricamente, Otavalo vigila la soledad de la luna llena y protege los manantiales azules que reposan en su entorno.

Perugachy, con su obra, rinde un homenaje lúdico a la mujer. La temática femenina está latente en sus cuadros, como un eje recurrente y vital. La mujer reconocida como atributo de vida. La mujer-fertilidad, mujer-ternura, mujer-virgen, mujer-prostituta. Hay una fusión misteriosa con elementos andinos. También se aprecia el prototipo de aquella huarmi latinoamericana que lucha y reivindica sus derechos, que pugna por visibilizar los saberes y aprendizajes. Son ángeles que hechizan con su parsimonia, son vírgenes del sol, son figuras anónimas cobijadas con nuestra autenticidad ancestral, expresadas a través de series propositivas. El rastro histórico de la feminidad se desliza en la sensualidad de los labios, en la voluptuosidad del corpus, en la tentación de los senos y los muslos, en la salinidad de la carne.

Otavalo es la geografía esencial de creación, aliento y desencanto. Los matices y colores reflejan el sentimiento terrígeno, el paisaje comarcano, los tradicionales bodegones, retratos, elementos abstractos, trazos expresionistas. No se aleja de la problemática social, expuesta como consecuencia del fenómeno migratorio. La descripción andina es fuente infinita de riqueza, resplandor de paz y sosiego, cielo transparente y distinto a otros lares del mundo occidental. Perugachy, tras cuatro décadas de rigurosa indagación en el oficio pictórico, ha expuesto, paralelamente, ya sea en nuestro territorio patrio o en Colombia, Israel, Egipto, México, Inglaterra, Estados Unidos, España, China. El acrílico, la acuarela, la témpera, el óleo, son materiales utilizados, a más de otras sustancias y líquidos entremezclados que posibilitan la tarea creativa.

Perugachy asevera que la realidad del hombre americano es la realidad del hombre carcomido por la infelicidad. Muchas veces “la sonrisa más hermosa es el llanto”. Detesta la prostitución artística de varios de sus colegas. Sobre el quehacer pictórico revela: “Mi paleta es la única que conoce mis secretos, de rebeldía, de desamor, de pena y de ternura. Crecí contracorriente y aprendí a levantarme después de cada caída; pero también aprendí los secretos de la línea y del color. Arte, te busqué, y cuando llegaste a mí, me envolviste como la tierra a la semilla”.

Otavalo-Jorge Perugachy y Jorge Perugachy-Otavalo; comunión diaria de montañas y ríos que antes de separarlos, siempre se unifican. Otavalo permanece sigiloso en sus cuadros que son vivencias sepultadas en el desván de la añoranza, grabadas en la memoria rescatada de esos inolvidables juegos infantiles. Las golondrinas, flores, lagunas, moradas añejas, son angustias espirituales que palpitan en este creador cada vez que recuerda a su incomparable lugar de origen.

Diario El Telégrafo / 02-febrero-2011 / pág.08

PERIODISMO Y DOBLE MORAL


La ética es vital en el ejercicio periodístico. Es el motor con el cual se encauza su accionar junto con los preceptos informativos. Es elemento determinante que legitima la tarea reporteril. La eticidad en el periodismo garantiza en alto grado la autenticidad de los hechos descritos. El periodista transmite seguridad y confianza, en la medida en que su labor es creíble, esto, enmarcado en principios que nos acercan a la verdad de las cosas y las circunstancias. Con la ética, el evento coyuntural, trasciende en la práctica periodística a un plano de suceso cobijado de credibilidad y transparencia. El reportero tiene la labor de describir aquella cotidianidad sensible y esperanzadora, pero, también, compleja y tormentosa; tiene la responsabilidad de recordarnos los acontecimientos fidedignos, como una especie de historiador contemporáneo.

El buen periodista, como sugiere Ryszard Kapuscinski, tiene como único objetivo “[…] dar testimonio de aquello que nos rodea y mostrar la cantidad de peligros y esperanzas que encierra nuestra experiencia”. Para el efecto, conviene una preparación suficiente, que rebase el empirismo de épocas pasadas. Hoy transitamos por senderos vertiginosos de cambios en esferas del conocimiento y la tecnología (sociedad de la información). El periodista no puede rehuir de ese desafío que impulsa la modernidad, más aún cuando su condición innata es de un ente gregario. Sin embargo, de lo dicho, no se puede olvidar la cualidad básica de este fascinante oficio, que se circunscribe en la conducta y actitud ética del locutor de radio, presentador de televisión o redactor de un medio impreso.

La ética es el ingrediente intangible, pero no por eso menos trascendente, al que acude el periodista en el momento de elegir el tema noticioso, de preparar el cuestionario de preguntas para el entrevistado, de contrastar las fuentes investigativas, de equilibrar los sentimientos con las razones, en suma, la ética es el postulado profesional que el comunicador social llevará en sus hombros como una cualidad personal inmanente.

“El poder del periodista es grande porque entra en la conciencia con mayor influencia que la que puede tener un pastor cuando predica o un confesor cuando escucha los pecados de la gente”, sentencia Joseph Pulitzer. Esto significa que el trabajo comunicacional influye directa o indirectamente en la conciencia de las personas. De ahí que la honestidad con la que obre el periodista será fundamental en la veracidad que se extraiga del contexto indagatorio.

Con lo enunciado, es obvio concluir en que el periodista debe ser una persona de conducta íntegra no solo en el ámbito profesional, sino, también, en el plano personal. Se ha hecho referencia común aquello de que hay una sola ética y distintas morales. Pero, no cabe duda, que el periodista que se jacte de divulgador de la moralidad, debe poner en práctica tales valores, más allá de la fama, la comodidad y la arrogancia que pueden reflejar ciertos espacios de la pantalla chica o de la farándula mediática.

En otras palabras, hay que honrar las deudas y cumplir con las normas elementales que caracterizan a todo hombre de buena fe, sin siquiera menospreciar aquellos asuntos calificados de “caseros”.

El Telégrafo / 26-enero-2011 / pág.08

Fallaci, mezcla de controversia y provocación


Oriana Fallaci ha sido reconocida por su valiente y prolífica labor comunicacional, a la vez, que, también fue severamente criticada por su posición ideológica (extrema y radical). Ella configuró su propia verdad, a partir de su tesón investigativo sobre la problemática mundial, que es la misma problemática cotidiana que le aqueja al ser humano (pobreza, desempleo, contaminación ambiental, cobertura de servicios básicos, analfabetismo, insalubridad, inseguridad, conflictividad bélica, intolerancia étnica y religiosa, etc.).

Laura Durango dice de ella: “Adentrarse en la personalidad de una mujer tan poco convencional como Oriana Fallaci no es fácil. Odiada y admirada, querida y detestada, objetivamente nadie puede negar, manías aparte, su valor, su curiosidad innata, su lucha infatigable y su capacidad de trabajo. Nació el 29 de junio de 1930 en Florencia (Italia), en una familia muy humilde, su padre era albañil y tenía tres hermanas, una de ellas adoptada”. Sus detractores le acusan de “egocentrismo patológico y protagónico”. Pese a que su inquietud universitaria la acercó a la carrera de medicina, pronto dejó esta opción profesional para dedicarse por entero al periodismo de indagación. Este oficio le permitió testificar en vivo y en directo las guerras de Vietnam, Indopaquistaní. Los ataques en Medio Oriente. Las guerrillas latinoamericanas, las del Golfo...

Esta mujer auto-declarada pesimista reflexionaba así: “Todas las guerras a las que he ido son la repetición y la consecuencia de un trauma infantil irreparable e incurable, porque conozco desde niña el miedo, el hambre, la sangre, el horror y la victoria del caos. Pero hay una obsesión que me persigue más que la guerra: la muerte”. Dicho fantasma la atormentó a través de un cáncer. Fallaci murió el 15 de septiembre del 2006.

En pos de transmitir la realidad de los acontecimientos, de obtener el testimonio de los actores sociales, de diseccionar los hilos del poder y del antipoder, de transitar por los márgenes de la vida y de la muerte, esta controversial periodista entrevistó -no exenta de más de una anécdota y contratiempo- a personajes como Henry Kissinger, Yasser Arafat, Indira Gandhi, Golda Meir, Hussein de Jordania, Ali Bhutto, entre otros. Diálogos que están recopilados en el libro “Entrevista con la Historia”. Es autora de obras traducidas a varios idiomas. Al respecto, tiene una máxima: “Para escribir hay que tener la sonrisa en los labios y las lágrimas en los ojos”. Entre los libros que develan parte de su profusa producción literaria, y, desde luego, periodística, sobresalen: “Penélope en la guerra”, “Un hombre”, “Carta a un niño que no nació”, “Un sombrero lleno de cenizas”, “La rabia y el orgullo”, “La fuerza de la razón” y “Oriana Fallaci se entrevista a sí misma - El Apocalipsis”. Con este legado bibliográfico, finalmente, confesó: “morir un poco menos cuando muera. Dejar a los niños que no tuve... Hacer que la gente piense un poco más, fuera de dogmas con los que esta sociedad nos ha alimentado a través de siglos. Contar historias e ideas que ayuden a la gente a ver mejor, a pensar mejor, a conocer más”.

Diario El Telégrafo / 19-enero-2011 /pág.08

Reencuentro con la razón y la pasión


“La fuerza de la razón” (Editorial El Ateneo, Buenos Aires-Argentina, 2004, traducción: José Manuel Vidal - Círculo de Lectores) es un ensayo político, escrito por Oriana Fallaci, quien alerta sobre las intenciones musulmanas en la época actual. Este documento de 329 páginas, escrito entre Florencia y Nueva York, tiene sus orígenes en otro libro denominado “La rabia y el orgullo”. Este producto intelectual produjo severas críticas en contra de Fallaci. Por ello, se atrevió a ampliar su visión conceptual sobre el “totalitarismo teocrático” de los musulmanes.

Este espinoso tema, conllevó a que en innumerables ocasiones por diversos medios sea amenazada de muerte. Es que ella tuvo su hipótesis respecto de que el Islam trata de acabar con el Cristianismo desde el terrorismo y la implantación del pensamiento islámico resumido en el Corán, apelando para ello, al miedo, cosa que va logrando en América y en toda Europa, según su apreciación.

Por ello, describió a Europa fusionada con Arabia, con el neologismo Eurabia. Para Fallaci, el Islamismo es sinónimo de antiamericanismo y antioccidentalismo. Este contundente y duro análisis concluye en que “la guerra que el Islam ha declarado a Occidente no es una guerra militar. Es una guerra cultural”. En tal sentido, los inmigrantes aludidos se expanden en el mundo utilizando estrategias, que van desde la imposición de leyes y reformas legales, la “Política del Vientre”, llegando hasta la cómplice actitud de la propia Iglesia Católica, los gobernantes y partidos políticos de derecha y de izquierda, grupos antiglobalización y los medios de comunicación.

En el libro se insertan ideas descriptivas sugerentes para el debate: “hoy el coraje es una mercancía de lujo, una extravagancia de la que todo el mundo se ríe y que tacha de locura. En cambio, la cobardía es el pan que por poco dinero se vende en todas las tiendas”.

Oriana esbozó históricamente la relación entre ambas culturas y civilizaciones. Así también, desnudó de cuerpo entero aquel totalitarismo islámico, sobre todo en contra de las mujeres. Todo ello, considerando al 11 de septiembre del 2001 (“los tres mil muertos reducidos a polvo. Los muertos del Once de Septiembre”), como parte incluyente de la implantación del terror del Medio Oriente en los países occidentales. El texto rechaza la inercia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de la Comunidad Europea para enfrentar este asunto desde una óptica decidida y sin concesiones. “El Islam es enemigo de la Razón” escribió Diderot. Fallaci exhortó a detener la “invasión” musulmana a Europa. “...Por eso esta vez no apelo a la rabia, al orgullo, a la pasión. Esta vez apelo a la Razón”, sentenció retomando las palabras de Diderot.

Diario El Telégrafo / 12-enero-2011 / pág.08

La noche es virgen


La literatura es a veces la aproximación más cruda y reveladora de la sociedad en el tiempo y en el espacio. Así la temática en la creación con la palabra escrita tiene una connotación pragmática, y, traduce de alguna manera los conflictos externos, pero, fundamentalmente internos, del hombre frente al cosmos. La ansiedad, angustia, dolor y preocupación por responder -inútilmente- a las incógnitas planteadas en el transcurso de la existencia humana, le pertenece también a la literatura, como esquema valioso de catarsis creadora. El escritor se convence que la felicidad no es más que un astuto arlequín escondido en la tramoya de la gran comedia que es la vida. Se niega en ocasiones a reconocer que la dicha pugna por ocupar un lugar en nuestra trivial presencia terrenal. La literatura desentraña las actitudes y acciones del sujeto, que es, a su vez, promotor de pasiones escondidas y emociones vedadas.

La noche es virgen (Editorial Anagrama, 1997, España), escrita por Jaime Bayly, es una novela cuyo contenido refleja de manera lúcida y lúdica la convivencia del ser en una atmósfera citadina pacata, mojigata y tercermundista.

El ambiente se desarrolla en Lima la horrible y, la trama de la historia se centra en las diarias actividades (harto dinámicas y caóticas) de Gabriel Barrios, un pequeño burgués peruano que se entretiene los días (o mejor dicho las noches) desde una práctica homosexual constante, encontrando en su amante Mariano (un joven roquero) la clave perfecta del goce carnal, en medio del consumo desaforado de la hierba y el polvo blanco, de bares citadinos, de música estridente, de los chicos suaves de Lima y de la obsesión por submundos prestos a ser explorados. La obra en su forma se aparta del uso de las letras mayúsculas. Es una narración irónica y simple, cuyo torrente se desentiende del mencionado formalismo. Gabriel ama su condición de gay, por lo tanto hace de esa preferencia sexual el pan de cada día (aunque disfruta parcialmente de la compañía femenina), y odia esconder esa preferencia a una sociedad fatua e intolerante en todos sus segmentos. Conocido dentro y fuera de su país por su actividad profesional como presentador de televisión, mantiene pésimas relaciones con sus padres y una crítica contumaz con la idiosincrasia peruana, que es, en cierto modo, el reflejo de la idiosincrasia latinoamericana.

Gabriel es un ser cínico que se burla de su entorno, que extraña Miami, que siente una necesidad feroz por reencontrarse con viejos amigos, y que sufre en su lujoso departamento la soledad de la fama y el defecto de la arrogancia. A Mariano lo conoce en el Cielo, (nombre sugestivo de un bar) conjuntamente con su amigo Jimmy. Posteriormente entabla una relación apasionante, que termina siendo tortuosa. Nathalie (hermana de Mariano) y su enamorado Coco también son parte de las fantasías despiadadas del protagonista principal.

Una vez que Gabriel recobra el sentido de los actos, dentro del hemisferio convencional de una ciudad aturdida por el falso encanto de la modernidad, acepta a la traición como aguijón que duele en la profundidad de los sentimientos (Mariano mantiene una relación formal con su novia Nina). Al final la descripción es contundente: “... no llores, gabriel. las lágrimas, cuando estás armado, saben feo. son amargas. chupo mis lágrimas amargas mientras el taxi avanza lenta y ruidosamente camino al malecón”. La noche es virgen de Jaime Bayly, obtuvo el 3 de noviembre de 1997 el XV Premio Herralde de Novela.

Diario El Telégrafo / 05-enero-2011 / pág.08

¿LA MUERTE ES SÍNDROME DE AMNESIA?


La muerte es sinónimo de ausencia. Tal vez, de silencio y olvido. A la muerte se contrapone el inevitable transcurrir del tiempo. De la vejez de las horas. Del alejamiento tangible. Tras la muerte de las personas, queda la heredad de sus actos, de sus defectos, de sus virtudes. Queda el hálito de su comportamiento y la huella de sus ejecutorias. La muerte es una sombra que ronda a lo largo de la vida del hombre, a la espera de su intervención final.

Hace dos años murió aquel caudillo de la derecha ecuatoriana de marcada influencia en la agenda pública nacional, en décadas recientes. El ex presidente de la República, el ex legislador, el ex alcalde de Guayaquil. El representante de la plutocracia. El señor de los caballos y de los tabacos -como diría Carol Murillo-. El ex empleado de Luis Noboa Naranjo. El amigo de Fernando Aspiazu Seminario. El ingeniero mecánico graduado en Estados Unidos. El persistente gobernante de mano dura, cuya obsesión fue la aplicación del neoliberalismo en nuestra resquebrajada patria. O sea, el adalid del fracasado sistema económico que ha desembocado en el ahondamiento de la brecha ricos-pobres. El necio defensor del capitalismo salvaje, aupado por sus congéneres Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Augusto Pinochet. El máximo dirigente del -también extinto- Partido Social Cristiano. El secuestrado en la base de Taura. Aquel personaje polémico que mantuvo estrechos compromisos con sectores exportadores, ganaderos, agricultores y, de la banca privada. Ferviente aliado del imperio del norte. Intransigente ante la libertad de expresión y pensamiento. Enemigo del aporte intelectual. Opositor del disenso político y león hambriento de los sectores progresistas y de izquierda. Intolerante contradictor del ejercicio democrático (basta recordar las tanquetas colocadas por su expresa orden en la Corte de Justicia para impedir la posesión de sus autoridades, o las constantes pugnas con la Función Legislativa). En su gobierno se propagó una sistemática violación a los derechos humanos, recientemente detallados en el extenso informe de la Comisión de la Verdad, luego de varios años de indagación, sin embargo, de las decenas de libros y documentos similares publicados con anterioridad por grupos de DDHH y periodistas, así como también, denuncias presentadas en juzgados y tribunales y la lucha inquebrantable de familiares, allegados y amistades de las víctimas, con el afán de visibilizar y conocer la veracidad de los hechos de los centenares de estos casos atentatorios a la dignidad humana cometidos en el régimen de la Reconstrucción Nacional. Fue la época perdida de jóvenes soñadores y militantes de utopías inconclusas, en donde se impuso la brutalidad de la tortura, de la desaparición, de las detenciones extrajudiciales, de métodos siniestros de amedrentamiento y amenaza.

Tras el fallecimiento del mentado político, sus discípulos aún lloran su ausencia. Porque se quedaron huérfanos de conducción, porque se redujeron aún más en su nicho regional, porque descubrieron que sin él poco o nada representan en términos electorales. Por ello, algunos retornaron a su actividad particular, otros aspiran catapultarse desde la esfera futbolística, y los menos, insisten en total desventaja en la arena política, con cierto reencauche partidario. ¿Cuál es la lección tras este deceso? Que el poder jamás es perenne y, que, a pesar de la muerte, la memoria colectiva nunca podrá darse el lujo de olvidarse del pasado por traumático y doloroso que éste sea. Tal vez por ello, no sea fortuito que el escenario político ecuatoriano haya dado un giro a la izquierda. Enhorabuena.

Diario El Telégrafo / 29-diciembre-2010 / pág.08

Fue ayer y no me acuerdo


Así se titula la novela de 319 páginas creada por Jaime Bayly, bajo el sello de Seix Barral (diciembre, 1995), configurada a través de una serie de mini-relatos, con una fina y, a la par, franca ironía. Hay un agudo sentido del humor y un estilo narrativo simple, con lo cual la lectura se vuelve atrayente.

El autor recrea a un personaje central (Gabriel) que se introduce en el submundo de las drogas y del homosexualismo, que goza y sufre -a la vez- por el amor y por el desamor. En general, la práctica constante de los personajes se enmarca en un libertinaje que no conoce límites, que supera la rutina de los días aburridos, que se inserta en la frivolidad de la actual sociedad. A Gabriel le acompañan en la travesía del placer clandestino y de la aventura de los años intensos, varios amigos y amigas como Matías, Diego, Micaela, Toño, Pilar, Roxana, Nicolás, Manolo, Crimson (algunos antes que amigos, amantes). El protagonista de la novela estudia en la Universidad Católica del Perú, cuatro años de Derecho, siendo expulsado del alma mater por su bajo rendimiento académico, conjuntamente con su compañero Matías. Aquello no le inmuta, y, al contrario, sigue predisponiéndose a los placeres mundanos, en situación de soledad aparente, porque vive en un hostal, luego en un departamento, con total independencia. Es un resentido de la conducta de sus “viejos”, aunque en el fondo siente un cariño que jamás se expresa en la práctica.

El protagonista (que puede ser el arquetipo existencial del propio autor) viaja a España, Argentina y EEUU, en visitas de descanso. Mientras que subsiste como productor de televisión en República Dominicana (Santo Domingo), en donde reside temporalmente para grabar un programa de entrevistas. Esas estancias en el Caribe le permiten obtener recursos para su sobrevivencia, aunque aborrece el formato establecido del espacio mediático.

El consumo excesivo de drogas le genera a Gabriel una serie de trastornos y depresiones (rebota con constancia, se intoxica e intenta suicidarse). Fuma e inhala marihuana y cocaína. Gasta ingentes cantidades de dinero adquiriendo sustancias ilícitas. Quiere encontrar una pequeña luz al final del túnel, ante el derrumbe que deviene por el uso inadecuado de las drogas. En lo que respecta a su preferencia sexual, participa en las interioridades del universo gay, asimilando y aceptando tal decisión, aunque en más de una ocasión se confronta contra su propia conducta.

Gabriel pugna por un cambio actitudinal de su vida, la misma que se refleja en el transcurso de la obra, excepto de su condición homosexual. Retoma un programa de TV en el Perú; se establece con cierta normalidad en su país natal, que, por cierto, aborrece y rechaza. Fue ayer y no me acuerdo es una historia personal, entre muchas historias, relatada de una forma sagaz y directa, en donde no tiene cabida el maquillaje, ni el tapujo.

Diario El Telégrafo / 22-diciembre-2010 / pág.08

No se lo digas a nadie


Jaime Bayly deslumbra a la crítica con la propuesta narrativa del libro: No se lo digas a nadie (Seix Barral, Biblioteca Breve, abril 1999). De hecho este texto con varias reimpresiones, causó más de un comentario en el círculo literario. Para Mario Vargas Llosa, por ejemplo, “esta excelente novela describe con desenvoltura y desde dentro la filosofía desencantada, nihilista y sensual de la nueva generación”.

La obra se divide en tres partes, en cuya trama se destaca la vivencia del personaje central: Joaquín Camino, desde sus años de adolescencia, hasta su caótica etapa de plena juventud. Al inicio se advierte que “las historias que aquí se narran sólo ocurrieron en la imaginación del autor; cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”. La homosexualidad como temática recurrente y obsesiva se refleja en las páginas escritas como un fantasma que asecha sin remordimiento alguno en la mente y psiquis del creador, con toda la crudeza del hecho y la franca actitud descriptiva. Esta preferencia sexual latente en la realidad subterránea y clandestina de la sociedad contemporánea, se detalla desde la experiencia de Joaquín, con el agregado experimental de las drogas y la intensa nocturnidad. Un entorno familiar agobiante y ficticio (Maricucha, Luis Felipe, Ximena) incide de manera determinante en la reacción contraria de Joaquín a los valores espirituales difundidos con exceso por su madre (Maricucha), a la condición machista expresada por su padre (Luis Felipe), quien le impone una conducta direccionada y vertical desde la infancia, al burdo estilo del pequeño burgués latinoamericano. Para Joaquín, los primeros años de vida son crueles en tanto se expresa una rigidez religiosa materna que raya en el fanatismo. Posterior a esta etapa, la culminación de los estudios superiores se ve afectada por un total quemeimportismo y por el ansia de exploración de la conducta humana. Joaquín participa de una independencia existencial, bajo una dependencia a mantener relaciones masculinas, y a las substancias psicotrópicas. La relación social es considerable: Alexandra, Juan Carlos, Gustavo, Gonzalo Guzmán (actor), Rocío, Juan Ignacio,... Todos ellos “coqueros” de peso. Aunque a ratos se siente la necesidad de abrazar a la soledad, cayendo en una depresión y en un vacío como efecto de los alucinógenos consumidos. Bayly tiene la cualidad de interpretar -antes que reivindicar- con absoluta fuerza fidedigna un tema tan añejo como el hombre mismo y que se esconde en las taras mentales y en los conceptos preestablecidos: el homosexualismo.

Al recrear historias diversas alrededor de este icono temático, atiende también la opción de polemizar sobre el oficio literario, en concordancia a la raíz principal de las historias contadas. Con la novela No se lo digas a nadie, Bayly irrumpió en las letras como una fuerza reveladora, testimoniando además la conducta superficial de su país de origen: Perú, por supuesto desde su original forma de contar, la cual ha sido recogida en la película que lleva el mismo nombre de la obra y que bajo la dirección del cineasta Francisco Lombardi obtuvo en el 2000, un galardón en el Festival de Cannes.

Diario El Telégrafo / 15-diciembre-2010 / pág.08

Estética de la palabra escrita


La literatura extiende sus alas con el hálito de la magia escrita, abre paso a las historias insospechadas en el hemisferio de la realidad junto con las experiencias del autor, convertidas en recursos válidos para la recreación narrativa, representa los códigos que se anteponen en la poética de la vida.

La literatura con escenarios diversos y personajes variados describe a la pesadumbre humana, a la incoherencia diaria y colectiva, a las sombras noctámbulas, a la bendición femenina, a la fatalidad amatoria, a los placeres múltiples, a la copa manchada de vino, a la soledad irrumpiendo entre la luz de neón y el griterío de las multitudes, al desvarío y al desamparo, al fugaz regocijo del hombre. La literatura escarba sobre las debilidades y fortalezas terrenales.

El oficio literario se da como resultado de un proceso interno de catarsis. Se borronean textos con el afán de llenar un papel en blanco, con la misión de compartir con el lector anhelos individuales, con la necedad de creer que a la mañana siguiente el mundo tendrá un horizonte más límpido y transparente. El rol del escritor se circunscribe en desentrañar sus demonios internos, procesar aspiraciones, describir a la luna y sus secretos, renegar del absurdo trajinar de los días, reflexionar sobre su entorno -paradójicamente- agobiante y esperanzador, generar cuestionamientos válidos y críticas constructivas, en fin, manipular los dedos a través de un aparato mecánico teniendo en cuenta el conocimiento y la creatividad.

Como asevera Raúl Vallejo “[…] un escritor se hace viviendo en la literatura; haciendo de la literatura, una forma de vida”.

Escribir es verbo y, por tanto, acción. A la par que pensamos vamos fraguando con la sutileza de las letras, párrafos que se perpetuarán con el tiempo, al mismo tiempo que construimos ideas vamos emergiendo versos que se fusionarán con la eternidad.

Según Abdón Ubidia “la literatura es una forma artística, emotiva, poética, de la comunicación […] la literatura es el lenguaje no de las puras palabras sino de las emociones”.

Por ello, cuando el lector asimila la propuesta literaria bosquejada en el viejo papiro y, ésta tiene la facultad de la trascendencia, un sentimiento entrecortado de admiración y encantamiento aflora en él, dentro de una inminente complicidad frente a los personajes descritos, la metáfora pulida, el adecuado ritmo, el inicio, desarrollo y desenlace parido del sortilegio inventivo, la abstracción de las cosas, el poder de síntesis de circunstancias y momentos determinados que se perennizan en la recreación escrita. A partir de lecturas y relecturas, de influencias externas, del ensimismamiento interno y, desde luego, del propio aporte individual.

Diario El Telégrafo / 08-diciembre-2010 / pág.08

DIVERSIDAD Y TOLERANCIA


Las sociedades -en términos generales- son heterogéneas, llenas de complejidades, contrastes, construcciones individuales y colectivas. De su acumulado e influjo histórico se desprenden costumbres, tradiciones, simbologías, representaciones, valores, leyes, religión, modos de producción, signos culturales, en definitiva, huellas de identidad.

En tal marco societal, el componente étnico es fundamental en la configuración identitaria. La aceptación al otro es un acto racional en el conjunto de los distintos grupos sociales. Aquella actitud necesaria para la convivencia armónica, permite una interactuación entre etnias diferentes. A partir del reconocimiento de la otredad, una comunidad determinada afianza una posición pacífica y amplía sus horizontes en pro del desarrollo integral. Es lógico suponer que una colectividad tendrá mayores oportunidades de progreso, en la medida en que sus integrantes asimilen sus diferencias y esgriman a plenitud los desafíos planteados en prospectiva, superando las divergencias y, valorando en gran medida, la unidad de criterios, planteamientos y acciones.

La diversidad étnica siempre será un elemento vital en el entorno socio-cultural, más aún, cuando se interponen aspectos, como el ideológico, territorial, regional, histórico, entre otros. El fenómeno intercultural implica el mutuo respeto racial, el múltiple desprendimiento de los sujetos sociales ante su origen y visibilización humana. Considerando el sentido de pertenencia, las personas coexisten en espacios ciertamente disímiles, pero no por ello, menos aptos, en la edificación de una comunidad igualitaria y flexible. Esa actitud tolerante es factible, en concordancia a la conciencia ciudadana, ligada estrechamente con una adecuada interrelación social, en donde es pertinente la cristalización de vasos comunicativos. Dicho de otro modo, el diálogo transparente y desprejuiciado contribuye en la armonización de las miradas propias y ajenas.

Para el efecto, es esencial combatir rezagos colonialistas como el racismo, que afectan directamente a la consolidación de una sociedad incluyente y promotora de la reconciliación entre actores diversos. Es innegable que nuestros pueblos tienen características multiculturales y pluriétnicas, las mismas que han persistido en el tiempo, pese al embate de ciertas percepciones etnocéntricas occidentales, impuestas desde el poder político -sistema capitalista-, en una variable de la cultura oficial homogénea.

Es innegable nuestra variada estructura social, sintetizada en la conjunción existencial de mestizos, indígenas, afro-descendientes. Cada uno con sus maneras peculiares de expresión y con la capacidad de comprensión y entendimiento de la pluralidad cultural. Esa búsqueda de la compatibilidad interétnica, se efectiviza en la praxis, en la cotidiana forma de conocer y reconocer al ente distinto. En los aprendizajes y experiencias que se exteriorizan en la profundidad del ser humano.

Diario El Telégrafo / 01-diciembre-2010 / pág.08

Un grito a la criatura ausente


Oriana Fallaci (1929-2006) fue una mujer inteligente y controversial. Con profundas pasiones y convicciones. El periodismo fue su profesión, y, mejor aún, su filosofía de vida. De nacionalidad italiana, Fallaci se destacó como una incansable entrevistadora, perseverante indagadora de la realidad y pensadora contemporánea. Varios son sus textos legados, entre ellos, “Carta a un niño que no llegó a nacer”; reflexión desgarradora que sojuzga al hombre por su insensibilidad ante el derecho a la maternidad, ante la legítima aspiración de prolongar la existencia con la procreación y crianza de un hijo/a. O como se desprende del libro: “…la maternidad no es un deber moral. Ni siquiera es un hecho biológico. Es una elección consciente”.

La trama de la historia es cautivante. Tras su lectura queda el estremecimiento de un testimonio autobiográfico. Todo empieza por un embarazo y la posterior confrontación existencial respecto de asumir esta etapa de gestación, en la vorágine de una sociedad consumista, individualista, machista, egoísta. Al final, la voz protagónica pierde a esa criatura con quien mantuvo intensos y dolorosos diálogos desde su vientre; cavilaciones alrededor de la sobrevivencia humana. En varios pasajes del relato se desprende un tierno monólogo en pro de la vida y de las cosas hermosas que se anteponen en la convivencia social. La dedicatoria es insuperable: “A quien no teme la duda/ a quien se pregunta los por qué/ sin descanso y a costa/ de sufrir de morir/ A quien se plantea el dilema/ de dar la vida o negarla/ está dedicado este libro/ de una mujer/ para todas las mujeres”.

“Carta a un niño que no llegó a nacer” es una confrontación al establishment expresado en las estructuras socio-culturales, que incluyen creencias, preceptos, costumbres, tradiciones. A través de interrogantes -antes que respuestas-, se revelan las dificultades del hombre por alcanzar una plena libertad. La disyuntiva gira en torno al aborto; tema controversial que es rechazado frontalmente por aquellas beatas entumidas en la misa dominical o por aquellos sacerdotes intransigentes -muchos de ellos practicantes de pedofilia- cuyo criterio reduccionista va de la mano con la intolerancia. Tal cuestión amerita una profunda interiorización conceptual, ética, fisiológica, legal, etc., que supere los subjetivismos y las verdades parciales. Para Fallaci, por ejemplo, “Uno no es un ser humano por derecho natural, antes de nacer. Humano se vuelve uno después, cuando ha nacido, porque está con los demás, porque los demás lo ayudan, porque una madre, una mujer, un hombre o no importa quién, le enseña a uno a comer, a caminar, a hablar, a pensar, a comportarse como ser humano”. La problemática incluye también la práctica de la paternidad.

“Carta a un niño que no llegó a nacer” es la pugna a favor de la vida o la descarnada huella de la muerte, en donde surge la digresión filosófica respecto de la existencia de Dios. En tal sentido, Fallaci asume una posición contraria a los designios divinos -por su condición de atea-, y, más aún, discrepante a una superestructura dominante enraizada en la Iglesia Católica.

Un relámpago literario para repensar y reaccionar ante la compleja condición humana.

Diario El Telégrafo / 24-noviembre-2010 /pág.08

El universo literario del niño terrible del Perú


Jaime Bayly, escritor y periodista, ha sido calificado en su natal Perú como el niño terrible, por la peculiar manera de entrevistar, por sus irreverentes relatos, por las constantes polémicas ante su pensamiento político, por la actitud pública de asumir su bisexualidad. La crítica lo ha valorado como una nueva voz de la literatura hispanoamericana.

En tal sentido, Jaime Bayly Letts (Lima, 1965) es un referente de la novelística actual. No cabe duda. Aunque la gente lo conoce como un exitoso entrevistador televiso, su verdadera pasión está ligada con el entramado de historias, con la alteración de la realidad, a partir de la creación literaria. Autor de innumerables obras (No se lo digas a nadie, El huracán lleva tu nombre, Fue ayer y no me acuerdo, Los últimos días de la prensa, Y de repente, un ángel, La noche es virgen, Yo amo a mi mami, Los amigos que perdí, Aquí no hay poesía, La mujer de mi hermano, El canalla sentimental, El cojo y el loco, Morirás mañana). Sus libros -que han servido de fuente primaria para el cine- son la fusión de lo cotidiano con lo ficticio, del lenguaje burdo con la entelequia de lo irreal. Cada frase suya guarda con espasmo la emoción de su propia vida, la inconsistencia de su propio yo, la disquisición en pro de la identidad particular. Atrapado por el hechizo de las letras, Bayly anhela consolidar su condición de escritor, a base de una profunda maduración del oficio. “No me interesa ser un escritor respetable. Me basta con ser un escritor a secas”, revela. Gran parte de sus años se radicó en los Estados Unidos, en donde emergió con soltura la magia literaria y el fantasma de la estética de largo aliento.

Explorador contumaz de los desenfrenos de la clase burguesa peruana, su temática desentraña los “mundos ocultos” que giran alrededor del consumo de las drogas, de las aventuras y desventuras al filo de la madrugada, del abundante trajinar del alcohol y la resaca que provocan los días vacíos, del desvarío del hombre que se somete a las debilidades y al abismo de la insensatez. La preferencia por el homosexualismo está inmerso en cada página de sus obras. A ratos, acepta cierto fracaso personal: “he fracasado más de una vez en ser presentador exitoso de televisión porque a cierto público le disgustaban mis desmanes [...] he fracasado a menudo en el amor porque mi condición natural es la de estar solo”. Sin embargo, para Bayly “el amor está hecho a base de entregar pedazos de tu libertad y de hacer concesiones, es una bendición y una condena. Pero la vida sin amor es una aventura muy triste”. Él es un fervoroso adherente de la literatura de Mario Vargas Llosa y Roberto Bolaño.

Cuando apareció su primer libro su madre le informó que no iba a leerlo porque le parecía una basura. Bayly, con pesar, pero con su inconfundible voz irónica, le respondió que “a veces, incluso en la basura, aparecen joyas perdidas”.

Diario El Telégrafo / 17-noviembre-2010 / pág.08

LA MUERTE DESDE OTRAS VISIONES


El dos de noviembre es un día dedicado a la recordación de los muertos. En el caso de los pueblos indígenas, esta fecha tiene una particular connotación, dentro del calendario festivo ancestral, con influencia católica. Es así, que, en los camposantos se reeditan antiguas tradiciones ligadas a la cosmovisión andina, en el marco de la comprensión de la existencia humana.

Los indios invocan por el descanso eterno, a través de la plegaria propagada por el místico animero, quien transita sigiloso con la campanilla y la Biblia en sus manos, en pos del responso y el sosiego de las almas. Este acto de fe se complementa con la preparación y consumo de la comida comunitaria, la cual reposa como ofrenda especial encima de la tumba. Varios son los alimentos compartidos entre los deudos: mote, papas, gallina, cuy, habas, fréjol, tostado, chochos, melloco, guagua de pan, champús, mazamorra con churos, colada morada, frutas, chicha o un refresco adicional. Este ritual es conocido como el wakcha karay, en concordancia al recuerdo del difunto y a un acto solidario y de fraternidad colectiva.

La muerte en la apreciación indígena es vista como una conversión del estado material a un nuevo estado espiritual. Por ello, se aminora el sufrimiento, ya que el deceso se acoge como un designio superior. Aquella creencia se advierte desde tiempos inmemoriales. Hernán Rodríguez Castelo considera que: “A la muerte se llega con extraña mezcla de sentimientos. Hay dolor, claro está, por la partida del ser querido, pero consuela saber que irá a estar con los antepasados que también tienen derecho a verlo. Hay, he llegado a pensar desde un mirador bastante exterior a esos hermetismos que en esta hora se multiplican y adensan, nostalgia por dejar la tierra con su maíz y su chicha, con su sol y su agua; pero hay la obscura certeza de que el morir es un volverse a la tierra, al más entrañable abrazo de la allpa mama”.

Los pueblos originarios mantienen latente esta vivencia cultural, cuya energía se aferra a los designios de la madre tierra, al influjo telúrico que guarda en sus entrañas aquellos tótems perennizados en el paisaje de la serranía ecuatoriana.

En el cementerio indígena de Otavalo, la ritualidad del dos de noviembre, se expande en un episodio frecuente todos los lunes y jueves del año, reconociendo así, las bondades y virtudes de la persona extinta, por parte de sus allegados. Las creencias provenientes de la cosmogonía indígena se fortalecen en esta fecha en donde los muertos reciben la evocación, el rezo y el sentimiento nostálgico de su entorno familiar.

Según la convicción cristiana, la muerte es tan sólo la transición a otra etapa de la vida. Poéticamente, Carlos Suárez Veintimilla dice: “No temas a la muerte/ porque hay muertes más muertes en la vida:/ muerte de los afectos a las puertas/ mudas, cerradas, de las almas frías”.

Diario El Telégrafo / 03-noviembre-2010 / pág.08

Otavalo: legado y proyección bolivariana


Otavalo conmemora 181 años de condición citadina, de legado bolivariano, de pueblo pujante “susceptible de adelantamiento”. Desde aquel 31 de octubre de 1829 ha quedado la huella indeleble del libertador Simón Bolívar, tras su decreto de erección de villa a ciudad. Este mandato honra a una población valiosa y trabajadora que bajo dicha égida pretérita convive con intensidad en el presente, sin descuidar los eslabones que debe forjar en perspectiva futura.

La fecha anotada conlleva el orgullo colectivo y el compromiso latente por preservar los postulados de aquella corriente bolivariana: libertad, civismo, dignidad; preceptos emancipatorios tan concordantes con el pensamiento y acción del padre de América: Bolívar. De él debemos rescatar los valores inmanentes que corresponden al ser humano en su integridad: lealtad, moralidad, estoicismo, ecuanimidad, justeza, etc. Como afirma Clara Luz Zúñiga: “Bolívar fue íntegro como soldado e ideólogo de la independencia, y en esto radica su verdadera grandeza: supo interpretar, en el curso de la misma guerra las aspiraciones de las gentes sencillas, de indios, negros, mulatos, zambos y llaneros, que se habían levantado contra sus opresores[…] Bolívar fue un superhombre por la extensión y las consecuencias de su obra, por la miseria de los medios que tuvo a su alcance, por la percepción grandiosa de su ideal glorioso, por su visión del futuro, por la fe en sí mismo, por la tenacidad de su acción, por el desprendimiento y el desinterés, por su valor personal, por la fuerza extraordinaria de su ser, por su vida y por su muerte”.

Otavalo a través de la historia ha mantenido un firme romance bolivariano. Porque así lo determinan sus páginas pasadas. Porque así lo exigen los vientos modernos de nuestra patria grande. Porque así se identifican las mujeres y hombres asentados en su geografía local. Otavalo; remanso de preciosidad paisajística en la serranía nacional, alegoría multicultural, comarca vital de ensueño y espacio cosmopolita que entreteje el intercambio productivo-comercial. Ciudad de raigambre bolivariano, de honda condición andino-tutelar e hispánica-occidental. Con derecho propio “capital intercultural” del Ecuador. Bien dice Gustavo Alfredo Jácome: “Ningún hombre como el Otavaleño vive tan unimismado con el paisaje de su primera luz. Cada otavaleño protagoniza una permanente repetición de la leyenda anteica. Hasta hemos inventado un vocablo, la otavaleñidad, para sintetizar en él lo entrañable de nuestra emoción terrígena. Pero esta emoción hemos sabido desbordarla para convertirla en ecuatorianidad”.

La historia nos permite reformular el destino de los pueblos, el vértigo indiscutible del porvenir. Las lecciones que repasamos de la historiografía posibilitan enmendar errores y abrir el camino a la luz del progreso y al adelanto colectivo.

En Otavalo se reedita cada 31 de octubre un episodio esencial de contexto cívico-administrativo y, también, desde el caleidoscopio humano se ratifica el compromiso latente que tienen las ciudadanas/os asentados en el Valle del Amanecer por contribuir al avance integral a través de la faena cotidiana, tal como lo demandó hace cerca de dos siglos el Libertador caraqueño.

Diario El Telégrafo / 27-octubre-2010 / pág.08

Artieda o la maldición de la palabra eterna


La literatura es el estallido de los sentidos en el papel en blanco. Es la luz de neón iluminando la soledad de las grandes ciudades. Es el oráculo que advierte la felonía del sacerdote ante la cruz. Es el sonido de las caracolas, perpetuándose junto a la salinidad de las aguas. Es la audacia de los amantes desafiando -tras la cópula- a la moralidad y a las máscaras. Es la bifurcación del recuerdo y la plenitud de un futuro incierto. Es la huella indeleble de la existencia humana. La literatura encierra la acción mundana, seduce al verbo y a las pasiones escondidas, acumula párrafos de encantamiento y persuasión, de temores y ausencias. La literatura tiene el caleidoscopio con el cual se vislumbran los días infinitos, se observan a los ángeles con sus alas asaltando el extenso cielo, se perciben los besos de agitados seres escondiéndose en el laberinto de la nada. La literatura tiene la fuerza del volcán y el ritmo perdurable del bolero; resplandor y oscuridad, cuerpo y alma, conjugándose en el remolino de la palabra perenne.

Ernesto Sábato acerca del oficio literario, cavila así: “[…] la literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma -quizá la más completa y profunda- de examinar la condición humana. […] Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo”.

Fernando Artieda Miranda (1945-2010) fue un escritor del tiempo actual, lleno de contrastes y paradojas, de demiurgos y fantasmas agónicos. Sus textos terminaron en manos del pueblo; verdadero co-autor de sus desenfadados e irreverentes versos, de sus subversivos y esperanzadores relatos. Autor de varios libros: “Hombre Solidario”, “Safa Cucaracha”, “Cuentos de guerrilleros y otras historias”, “Cantos doblados del patalsuelo del alma”, “De ñeque y remezón”, “Una golondrina no hace un carajo”, “El alcahuete de Onán”, de la antología poética “Seco y Volteado”, entre otros. Artieda supo acoger y recoger el sentimiento de la gente enraizada en su ciudad natal: Guayaquil; de las vivencias cotidianas que se inmortalizaron a través de un canto lastimero y profuso, en donde la bohemia y el látigo del pecado se fundieron en un solo grito recurrente y fatal. A partir del lenguaje sencillo y descarnado, Artieda trascendió también en el insondable camino periodístico, con una particularidad inconfundible, siempre consciente por revelar la verdad de los hechos y reivindicar a los desposeídos; personajes sumidos en la injusticia y el oprobio social. No obstante, fundamentalmente, él fue el vate de los lagarteros, de las muchachas bonitas coqueteando en el malecón, de los borrachitos de cantina, de las mujeres de falda ligera, del inmortal Julio Jaramillo, de los camaradas convencidos de luchas utópicas, de los desempleados y marginales. Como él lo advirtió: “Un hombre desnudo frente a su espejo/ es solo una verdad a rajatabla”. Por ello, escribió sobre el vehemente peregrinaje diario y la insondable realidad que le acercó siempre al desenfreno del mar y a la sombra noctámbula. Su irreversible ausencia se ve superada ante la autenticidad de su legado literario. Fernando Artieda es el poeta perverso y vital del Guayaquil eterno.

Diario El Telégrafo / 20-octubre-2010 / pág.08

“ESO HIZO LUCIO…”


Aquel griterío de la turba policial, guiada por el rumor, alentaba el recuerdo del ex presidente Lucio Gutiérrez, como el propulsor de beneficios salariales. En la afueras del Regimiento Quito No. 1, la confusión era evidente, al igual que la desinformación y el desconocimiento de las tropas ante su exclamación colectiva.

Nada de lo que afirmaban era cierto. Así lo alertaba el Primer Mandatario, en medio de la ira de los protestantes, los golpes, el gas lacrimógeno, y el desconcierto de un país absorto por la insubordinación sui géneris. Más tarde, desde los alrededores de la casa de salud, al cual fue ingresado Rafael Correa, la pantalla chica registró el audio que arengaba “dale bala”. Entonces, el tiroteo entre uniformados no cesaba. Un triste episodio de violencia e irracionalidad. La fuerza pública empleando recursos bélicos, unos para obstruir la salida del Presidente, y, otros, para facilitar su retorno al Palacio de Carondelet. Escenas patéticas que contaron con la desgracia de heridos y muertos y, el posterior estado de excepción. Un día de obligada revisión en la historia nacional.

Considero que tal reclamo, no se restringía aisladamente a la reivindicación de bonificaciones o a la imposición de condecoraciones, sino que detrás de la revuelta se escondían fines desestabilizadores. Los griteríos en contra de una ley secundaria, eran apenas una justificada manera de exteriorizar desde el fondo de la condición humana: resentimientos, malestares e incomodidades, hasta ese momento escondidos y bien disimulados puertas adentro de los cuarteles. Sin olvidar el fantasma de la oposición política, cuyo eje articulador fue de adhesión a los quejosos, desde la derecha y, lo que es paradójico, desde la aparente “izquierda revolucionaria”. Se advierte, más allá de la imprudente actitud del presidente Correa, un claro objetivo sedicioso. Un acto de amotinamiento e irrespeto a la investidura del Ejecutivo. Una jornada de indisciplina, que se fragua en el marco de los oscuros tentáculos de la asonada. Y, con ello, de la politización institucional. Los manifestantes quebrantaron de forma manifiesta el Art. 163 de la Constitución de la República, al incidir directamente en el caos, la inseguridad y desprotección ciudadana. Con esa actuación, tendrá que transcurrir algún tiempo para que la Policía Nacional vuelva a recuperar su credibilidad y alcance estándares óptimos de reconocimiento por parte de la sociedad civil.

Tras el 30-S mucha tinta ha corrido desde las diferentes percepciones y criterios. Esa capacidad de análisis es plausible en la medida de encontrar los eslabones que permitan redefinir nuestro alicaído espíritu democrático. Al final, pudo haber sido peor. Un momento catastrófico en el quehacer político del Ecuador. Mirando al futuro es conveniente construir los cimientos de la cultura democrática que superen el enfoque representativo, y, consoliden los parámetros de orden participativo. Un síntoma positivo fue la presencia de la gente en las calles de Quito y el resto del país, el 30-S, en pos del respeto a las libertades, la democracia y la paz social.

Diario El Telégrafo / 13-octubre-2010 / pág.08

APRENDER LA LECCIÓN


El Ecuador es un país de contrastes, de evidentes paradojas. Sus accidentes geográficos, a ratos, también se muestran humanos. La sociedad ecuatoriana tiende a sumergirse en pasiones inmediatistas que obstruyen el visor del mañana. Nuestro territorio patrio, es una entelequia que se niega a construir el futuro desde el acatamiento jurídico y la tolerancia comunitaria. Esto es, en el ámbito del cumplimiento de deberes y la aplicación de derechos. En el axioma del bien común y en la conducta promisoria y mancomunada. En la edificación de objetivos comunes que fortifiquen el desarrollo nacional.

Miguel Donoso Pareja considera que el Ecuador “[…] es un país esquizofrénico, partido, escindido mental y emocionalmente[…] así como la esquizofrenia conduce a las personas a la locura total, una identidad nacional esquizofrénica puede llevar a un país a su disolución, a desmoronarse, a caerse en pedazos”. Dicha reflexión podría sonar exagerada, sin embargo, en la cotidiana vivencia, los hechos corroboran que el Ecuador, en ciertos momentos, navega en el desequilibrio colectivo. Eso se apreció el jueves 30 de septiembre; día en el cual miembros de la Policía Nacional se levantaron contra el orden constituido, ante reformas legales que -según la interpretación policial- regulan beneficios, bonos extraordinarios y prebendas económicas al sector público, especialmente, a la fuerza uniformada.

Una escalada de violencia se dio tras la decisión de los protestantes, de paralizar sus actividades profesionales, destinadas a controlar el orden y propagar la seguridad ciudadana. Al contrario de tales principios, los gendarmes se apostaron en los cuarteles con clara actitud beligerante e irrumpieron salvajemente en las vías, calles, plazas, en lugares públicos, e, incluso en espacios de propiedad privada, a través del uso de elementos de represión, dirigidos a la población en circunstancias de indefensión. Ante ello, el pueblo indignado buscó canales de expresión a favor de la democracia. En el país ahondó el caos. El saldo fue nefasto: saqueos, robos, fallecidos. Por su parte, la comunidad internacional rechazó cualquier intento de quebrantamiento democrático. No cabe discusión de que fue un acto de sublevación hacia la máxima autoridad. Un testimonio de irracionalidad propiciada por una entidad llamada a convocar a la paz social. El presidente Rafael Correa se vio acorralado en un centro hospitalario ante la agresividad de las tropas policiales, no obstante, la lealtad demostrada por el ejército, que contribuyó a su rescate. No es factible que se trate de minimizar los hechos, que de por sí solos, fueron protervos y oscuros, los mismos que sobrepasaron la exigencia de la derogatoria de una ley secundaria, cuyo reclamo debió encauzarse -en términos de franco diálogo- no sólo al Ejecutivo, sino, fundamentalmente, a la función legislativa. El entretejido de la revuelta policial, supera las meras demandas salariales y, la prevalencia de reconocimientos y medallas. En ese entramado se determinan parámetros de desestabilización institucional y, lo que es más grave, el cisma de la democracia, y el debilitamiento de la coexistencia pacífica y la armonía social. Los postulados democráticos fueron afectados ante el amotinamiento de policías inconscientes y, según denuncias del oficialismo, por la confabulación de sectores políticos opositores.

Más allá del análisis post-30 de septiembre y de las sanciones que arrojen las investigaciones de los órganos judiciales y de control, es necesario que el país redescubra los derroteros de la reconciliación nacional. Por un lado, la posibilidad de que los actores políticos contrarios al proyecto gubernamental, eleven su nivel de criticidad y respuesta propositiva y, por otro, que el Primer Mandatario, acoja su investidura con sabiduría, aminore su voz altisonante y consolide su condición de estadista. Cada página de la historia, guarda profundas enseñanzas que debemos retenerlas en la memoria, con el afán de comprender con madurez la validez de sus lecciones, desechando cualquier indicio de esquizofrenia.

Diario El Telégrafo / 06-octubre-2010 / pág.08

“ROSITA, LA TAXISTA” O LA PARODIA DEL ABSURDO


Con insistencia hemos escuchado últimamente en nuestro país, discutir sobre los contenidos de los medios de comunicación. Al respecto se ha sugerido un tratamiento especial en la producción nacional, en donde la calidad, profesionalismo, veracidad, técnica, innovación, vayan de la mano en perspectivas de brindar espacios informativos, formativos y de sano e inteligente entretenimiento ciudadano.

Sin embargo, la realidad nos demuestra, que esa proyección comunicacional, tan sólo es un noble anhelo de las audiencias. Mas, los responsables directos del manejo programático de los medios, siguen obnubilados en el rating, en la rentabilidad del espacio mediático, en la “exclusividad” informativa, en la propagación de la crónica roja, rosa y social, en maneras subliminales tendientes a cautivar y persuadir al lector, oyente o televidente.

Es así, que, en el ámbito de la televisión, esos contenidos -con escasas excepciones- se alejan de esquemas renovados, creativos, críticos, rigurosos, lúdicos, creíbles y, serios. Y, se acercan cada vez más a propuestas superficiales, sensacionalistas, mercantilistas, caricaturescas. Los formatos se interponen, desgastándose entre sí, en un rutinario devenir televisivo. Se omite la marca original made in Ecuador. A lo mucho, se reciclan programas foráneos, o, se reproducen enlatados desde el mal gusto y la reiteración conceptual.

Visto de esta manera, es preocupante -por no decir indigno- la proyección de la publicitada telenovela “Rosita, la taxista”, por Ecuavisa; canal que deja entrever una historia recreada cuyo personaje principal es una mujer supuestamente de ascendencia kichwa otavalo radicada en Guayaquil, sin embargo, en su actuación se denotan visibles incongruencias lingüísticas o idiomáticas y de vestimenta, situación que trastoca el sentido identitario de los pueblos y nacionalidades indígenas, restituyendo complejos raciales, y, minimizando -ante injustificadas secuelas históricas de predominio mestizo- la capacidad del otro por su diferente condición étnica. Cabe recordar que los otavalos son reconocidos por su talento en la elaboración y comercialización de artesanías y por el quehacer artístico-musical. También sus hijas e hijos paridos de la pachamama han sobresalido en variados campos como la cultura, política, ciencia, tecnología, industrias, etc. Por ello, no es casual que Mario Conejo, estudioso de la sociología y primer alcalde indio de Otavalo, haya intervenido hace poco en la Sesión Plenaria de Alto Nivel de la ONU, en la evaluación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, en representación de Latinoamérica.

“Rosita, la taxista” no refleja en su aspecto medular la cosmovisión de la indígena personificada. Al contrario, el trasfondo temático, en donde prima la banalidad y la ridiculización, muestra cierta deformación cultural, cuyo síntoma pernicioso es el racismo. Asimismo, hay una carga regionalista, y la estigmatización a partir de la categoría colonial de casta social.

“Rosita, la taxista” no es tan sólo un “entretenido” culebrón al peor estilo mexicano o venezolano, sino que es la muestra palpable de la práctica excluyente que se vive en nuestro país, y de la mediocre producción televisiva nacional. Como asevera la periodista profesional y huarmi otavaleña, Lucila Lema: “Creemos que hay que hacer mucho más, para ganar audiencia en un horario triple A, y más aún, para aportar a la construcción de un Estado plurinacional desde la televisión o cualquier otro medio de comunicación, donde el raiting no sobrepase al respeto y la dignidad de la gente”.

Diario El Telégrafo / 29-septiembre-2010 / pág.08

BARRERA: HOMBRE DE LETRAS Y APASIONADO AUTODIDACTA


Las ciudades consideradas pequeñas -como efecto, o mejor dicho defecto, del bicentralismo Quito-Guayaquil- guardan en su seno una riqueza identitaria que se observa en las costumbres y tradiciones, concepción arquitectónica, gusto gastronómico, práctica cotidiana, particular dialecto, apego a la veneración religiosa, dinámica emprendedora, actividad arraigada en los mercados, etc.

Así también, los imaginarios urbanos se cimentan en pilares construidos por mujeres y hombres que identifican con su estudio y constancia investigativa y creadora ciertos componentes que contribuyen al sentimiento de pertenencia del habitante frente a su ambiente citadino. Ese sentido de empoderamiento territorial, supera la condición física, ya que se incorporan elementos intangibles que configuran la integralidad de una cultura. Las artes, las letras, la manifestación que deviene del espíritu humano tienden a regocijar y estimular la vivencia del sujeto social.

Los personajes que se someten al juicio de la historia tienen plena conciencia de su aporte y trascendencia en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, a veces, las páginas oficiales del pretérito construido desde visiones preteridas y excluyentes, no han revalorizado a actores que han fraguado el futuro, quienes percibieron el menosprecio de los grandes medios informativos y la marginación del poder político-económico. La condición provinciana influye a la hora de exaltar al hombre que vio el camino de la superación, irrumpiendo con talento propio en la academia, más aún cuando el irreparable paso de los años sentencia su agónico anonimato.

Por ello, es conveniente citar en líneas generales la valía de Isaac J. Barrera (1884-1970), prohombre otavaleño que propugnó una somera indagación sobre la literatura nacional y mundial. Fue un autodidacta interesado en revelar las inquietudes estéticas de la corriente modernista y de sus principales representantes. Para él “El Modernismo es una materia cósmica en evolución. Ha tomado de los mundos de lo bello lo más exquisito para formar un mundo ideal e inimitable”. Barrera asumió la mística de la enseñanza en las aulas, la prolijidad periodística desde la columna de opinión, la paciente revisión de los hechos pasados y del testimonio biográfico de íconos humanos. Miembro de instituciones de característica cultural, funcionario gubernamental, legislador y, en su esencia, escritor de pluma fina y precisa, por tanto, autor de una amplia variedad de textos. Su principal y voluminosa obra titula “Historia de la Literatura Ecuatoriana”. Alejandro Carrión, ante tan apasionante trajinar intelectual, afirmó que “Conviene situar exactamente el papel cumplido por Barrera en las letras ecuatorianas: es el de un suscitador incansable. Podríamos decir que para él las letras han sido su religión, el objeto único de su vida”. Personas de esta estirpe no deben someterse a la sombra del olvido y a la amnesia colectiva. Tienen que ser recordadas y reconocidas en su justa dimensión.

Diario El Telégrafo / 22-septiembre-2010 / pág.08

MAMÁ TRÁNSITO, SIEMPRE VIGENTE


Los pueblos indígenas del Ecuador han atravesado un penoso camino de exclusión y marginalidad. Aquel rescoldo colonialista, heredado tras la imposición española continuó en la etapa independentista e incluso en la naciente República. Luego, la construcción democrática -accidentada e intermitente- en nuestro país no ha sido consecuente con los postulados de inclusión e incorporación de los sectores vulnerables y emergentes.

Los indios de nuestra patria han asumido con entereza y temperamento las contradicciones sociales, en donde la negación interracial se ha superpuesto a la razonable intención de aceptación y reconocimiento de la diversidad étnica. En ese marco, han surgido mujeres y hombres predispuestos a entregar la vida por la resistencia y la dignidad. Así se evoca el perfil de Rosa Elena Amaguaña Alba (10 de septiembre de 1909 – 10 de mayo de 2009), conocida en la esfera pública como Tránsito Amaguaña, nombre asumido toda vez que decidió enrumbarse en el activismo político de izquierda. Tránsito que quiere decir lo mismo que guía, ruta, sendero que conduce a mejores días a sus hermanas y hermanos de raza. Andariega como ninguna, esta huarmi recorrió parajes, chaquiñanes y vías en pos de reivindicar la igualdad social.

Por innumerables ocasiones se desplazó a la Capital de la República para exigir respeto, equidad y mejores condiciones de vida, a las autoridades de turno y para reforzar la pedagogía política (cabe señalar que no cursó estudios formales por el ambiente de atropello impuesto por sus patronos). En su natal Pesillo empezó -desde la infancia- a sufrir en carne propia las desigualdades de una sociedad injusta. Sus padres (Vicente Amaguaña y Mercedes Alba) asentados en la Chimba, parroquia Olmedo, cantón Cayambe, fueron maltratados y oprimidos por los curas propietarios de la hacienda del sector (herencia colonial) y, luego, por particulares, tras la confiscación estatal de esas tierras. El trabajo en la labranza y la servidumbre era fuerte y oprobioso. Aún adolescente contrajo matrimonio con José Manuel Alba. Con ello, el machismo y la violencia golpearon las puertas de su hogar. Tuvo tres hijos, a más de encargarse de la crianza de su sobrina. Los lazos maritales se vieron debilitados por la incomprensión de la pareja, conduciendo a la separación definitiva. Ella tenía la firme convicción comunista y, esa actitud militante contribuyó a la organización de los primeros sindicatos agrícolas, de la mano de prestantes dirigentes como Ricardo Paredes y Luis F. Chávez. En 1931 impulsó una dilatada huelga, en Pesillo, Muyurco y La Chimba, con el propósito de que los hacendados de la zona aceptaran ciertas demandas laborales. Con ello, se fortalecieron los gérmenes sindicales campesinos. La respuesta de los dueños de la tierra fue la represión con la anuencia del oficialismo militar. Tránsito ya era en ese momento cabecilla de las comunidades indígenas, por ello, fue perseguida y, tiempo posterior, apresada en dos ocasiones. Incansable como el viento que se agita en el páramo, a pesar de encontrarse en una crítica situación económica, sin huasipungo, continuó en el proceso organizativo.

En 1944, cobijados de la roja bandera comunista, Tránsito Amaguaña junto con Dolores Cacuango, Nela Martínez, Jesús Gualavisí, entre otros, fundaron la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI). La reforma agraria fue un aspecto de la agenda política, que persistiría en décadas posteriores. En 1961, esta lideresa viajó a Cuba y a la ex-URSS, en representación del sector rural y gremios agrícolas. Los últimos años de Tránsito Amaguaña fueron de sosiego, silencio y dolor, junto a la lacerante pobreza de su choza y el frío de la serranía. Su nuera Guillermina Cerón asumió el cuidado y atención personal. A meses previos de cumplir los 100 años de edad murió entre la paz del campo, el respeto, pero también a ratos, la incomprensión de los suyos y, la sabiduría de su voz aleccionadora que invocó a la solidaridad comunitaria: “[…] la unidad es como la mazorca si se va el grano se va la fila y si se va la fila se acaba la mazorca”.

Diario El Telégrafo / 15-septiembre-2010 / pág.08

MAÍZ BENDITO Y FIESTA MULTICULTURAL

El maíz en la región norte del Ecuador tiene una connotación particular que supera el mero criterio alimenticio. Es la gramínea que da vida, que se cosecha del allpa mama luego de un ritual de reconocimiento a la fecundidad nativa. Es el fruto agrícola de veneración en los pueblos indígenas. Es el reconocimiento de la virilidad y la fortaleza de sus consumidores. Es la mazorca que se extiende en las tierras de raíces americanas. Es siembra, recolección y regocijo comunitario. Es la unidad de granos, en medio de la diversidad de colores, tamaños y dimensiones tutelares.

En Otavalo, derivado del maíz se consume en el mes de septiembre, la ancestral chicha del Yamor, que, a su vez, sirve de denominación para la fiesta implementada hace cerca de seis décadas atrás por el sector mestizo. Entonces, a partir del uso y apropiación del maíz, el Yamor fluye como elemento de fusión intercultural, de prodigio interétnico, en donde indígenas y mestizos aportan desde sus cosmovisiones para consolidar un proceso identitario, complejo, pero rico en antecedentes históricos, en productos culturales, en la activa y complementaria participación e interactuación social.

José Echeverría y Cristina Muñoz en el libro “Maíz: regalo de los dioses” (Colección Curiñan No.1, IOA, s/f, pág. 150) ilustran los orígenes y procesamiento del citado brebaje: “YAMOR proviene de yamor aca (yamor acha) nombre de la chicha que consumía, al parecer, únicamente el Ynga. ‘Parece que la voz aca (sin cedilla, corresponde a azua) de modo que yamor aca, sería: chicha yamor’ (Haro Alvear 1976:14) […] En Otavalo, se elabora esta chicha en base de ‘jora’ (maíz germinado), maíz blanco, maíz negro, chullpi, canguil, morocho blanco y amarillo, todos en iguales cantidades, secados al sol, tostados y molidos. Según Irene Paredes (1986:181), entre los ingredientes se incluye también el jauri (maíz quemado). Esta harina diluida en agua se lleva a ebullición durante dos a seis horas; se cierne y se hace fermentar en un tonel de madera. Para servirse, se añade azúcar o miel de panela. Esta chicha tiene la particularidad de producir en la superficie del líquido una capa aceitosa, llamada localmente ‘flor’. Esta bebida es muy típica por su sabor y por sus propiedades tonificantes y enervantes…”.

Actualmente, esta chicha se sirve junto con el llamativo plato típico (tortillas de papa, fritada, empanadas, mote, encurtido). Y, es en torno a su nombre que gira la celebración anual de raigambre nacional e internacional. Pero a más de ello, esta festividad, tiene una fuerte evocación religiosa, ya que se venera a la Virgen de Monserrat, Patrona de Otavalo, quien es la dadora de bendición y bondad. Esto, como resultado del legado español, que impuso la tarea evangelizadora en las comunidades originarias a través de los franciscanos, en la época colonial. En suma, una muestra de sincretismo cultural que se mantiene con el paso del tiempo y que ratifica la marcada identidad multicultural. Cada 08 de septiembre, Otavalo se inclina silencioso ante la divina imagen de la Virgen María para ofrendar sus plegarias y confirmar la honda fe de sus hijas e hijos, quienes de hinojos admiran el blanquecino rostro que motiva ternura y compasión eterna.

Diario El Telégrafo / 08-septiembre-2010 / pág.08

YAMOR


Septiembre tiene una especial connotación en el entorno geográfico imbabureño. Es la época en donde la energía tutelar deviene en alegría, cosecha, agradecimiento. Es el momento de celebrar las bondades que otorga la madre naturaleza, con sentimientos de gratitud y algarabía.

En el caso de Otavalo, el citado mes conlleva una profunda significación andina, enraizado con el grano amarillento, y, cautivado por la degustación culinaria (plato típico), la bondad del allpa mama, el misterio de la leyenda y la alegría popular. El Yamor no se limita a la descripción de aquella chicha reposada en grandes pondos que identifica con plenitud al citado cantón, perteneciente a Imbabura, sino que se abre paso entre la modernidad como referente festivo de connotación nacional e internacional. La Fiesta del Yamor es una realidad contagiosa y llena de expectativa.

El Yamor es elemento identitario esencial de las y los otavaleños; bálsamo que inspira querencia natal, vino ocre -en palabras de Enrique Garcés- que contagia de afecto y reencuentro comarcano, bebida tutelar de raicillas incásicas (tal como lo describiera el cronista Felipe Guamán Poma de Ayala), producto natural que le convierte al maíz en resultante de alimento, ritual y sincretismo cultural. Precisamente, esta festividad nos permite repensar en lo que somos, en nuestra fortaleza sintetizada en un lenguaje semiótico diverso, en las formas disímiles del comportamiento humano, que en nuestra llacta tiene el afloro de la interculturalidad, la misma que se observa reflejada en los diversos actos (pregón, designación de reina, festivales artístico-musicales, presentaciones dancísticas, eventos deportivos, etc.).

Esta celebración tiene una dualidad interracial, esto es, indígena y mestiza. La primera, por los orígenes de la chicha milenaria servida en el rústico pilche. Y, la segunda, por la concepción festiva que se aproxima enaltecida a las seis décadas. Con ello, damos testimonio vital de la mezcla y fusión cultural. Desde los tiempos remotos en donde se enaltecían a deidades y se invocaban a las fuerzas sobrenaturales. Desde que la fiesta transmutó de la elitización a una alegoría popular instalada en las calles y plazas. Cabe decir que en esa simbiosis cultural, la religiosidad tiene un aspecto trascendente, ya que el festejo enaltece la advocación de la Virgen de Monserrat (Patrona de Otavalo, según decreto municipal, del 4 de abril de 1863).

La masiva concurrencia de los turistas nacionales y extranjeros a los eventos incluidos en la programación general, corrobora el interés demostrado por adentrarse en las raíces pretéritas, por descifrar el legado de nuestros antepasados. Así también, en lo local, el involucramiento de la gente, fortifica la huella indeleble de otavaleñidad y, el reconocimiento anual ante el advenimiento de la cosecha. Bendita sea nuestra tierra propia.

Diario El Telégrafo / 01-septiembre-2010 / pág.08