viernes, 25 de noviembre de 2016

Letras sustituidas por balas


¿Qué tipo de emociones puede esconder un escritor con espíritu asesino? ¿Cuál es el misterio que ronda en el creador devenido en criatura vengativa? ¿Es factible que la escritura conlleve al odio y al cinismo entre sus practicantes?

Javier Garcés, protagonista de la novela El escritor sale a matar (I parte de la trilogía Morirás mañana), de Jaime Bayly, de alguna manera responde a las anteriores inquietudes, poco comunes en el quehacer literario.

“Digamos la verdad: el escritor no trabaja cuando escribe, sino que celebra su existencia y erige un pequeño monumento hecho de palabras en honor a sí mismo; todo escritor es, por definición, un haragán y un ególatra, un rendido admirador de sí mismo y alguien que goza más leyéndose que leyendo a otros”, reflexiona Garcés (o cabe decir con precisión el propio Bayly).

El relato tiene como especial connotación el instinto criminal de Garcés, para lo cual él se vuelve verdugo de la vida de varias personas que en momentos determinados tuvieron un comportamiento discutible ante su tarea escritural, ya sea en la crítica, difusión editorial, o, incluso, en el entramado campo amatorio.

Aquella voz narrativa fustiga a los círculos intelectuales, medios de comunicación y estamentos del poder público. Bayly acomete a su manera -tan característica-, con su tono irónico, en contra de la traición, la avaricia y la desmedida ambición, aunque esto implique matar sin escrúpulo alguno.

En El escritor sale a matar (ambientado en Lima), la muerte es un fantasma recurrente, que, traspasa por el mismísimo Javier Garcés, ante un equivocado diagnóstico médico, tal vez, para confirmar, las paradojas que contiene la existencia humana.


Historias dementes

La literatura enuncia la belleza, o, a su vez, la fealdad de la naturaleza humana. En El cojo y el loco (Alfaguara, Perú, 2009), lo segundo se da en vasta extensión. Dos personajes que transitan por separado, y, paralelamente en la oscuridad, que cohabitan con la humillación, que transgreden lo convencional. Las dificultades físicas son asumidas con franca rabia que estimula una mirada vengativa a una sociedad hipócrita que esconde y/o disimula las diferencias y asimetrías. Es un retrato crudo de la condición de seres enceguecidos por ascender las escalas sociales, en contraposición de la periferia. El éxito particular no conoce del afecto filial. Jaime Bayly arremete en esta novela en contra del sistema tradicional de su país natal: Perú, a través de su peculiar e incisivo estilo narrativo.

El cojo (Bobby), rechazado por su familia ante una visible discapacidad (osteomielitis) contraída en la niñez, sodomizado en su viaje a Europa para cursar estudios secundarios por decisión paterna -con el fin de tenerlo lo más alejado posible-, retorna imbuido del rencor interno alimentado por esos años marcados de aislamiento con los suyos. Ya en Lima traba amistad con Mario Hidalgo; ambos descendientes de hogares acomodados, no obstante, paradójicamente, menoscabados en sus entornos en vista de su manera desprolija y ligera de enfrentar la vida (por ejemplo, recorren asiduamente en moto por San Isidro o Miraflores sin rumbo determinado y desoyen la sugerencia de la formación universitaria). Serán los celos del cojo el motivo del asesinato a Mario, para lo cual planifica una coartada perfecta que deja la sensación colectiva de un suicidio. “Muerto el perro, se acabó la rabia”, asevera el cojo (frase que exterioriza la miseria de nuestros días, en donde la violencia tiene complemento de cinismo y vulgaridad). Únicamente él guardará la imagen del tiro en la frente de Mario, vengando sin escrúpulos la deslealtad de su único amigo. Dorita es por quien Bobby acomete semejante acción, y será ella (encantadora y dócil mujer de la alta clase limeña) su futura esposa, tras una forzosa relación sexual con este personaje virulento, que muriera -en su misma ley-, festejando su virilidad (obsesión machista recurrente) ante el nacimiento de su vástago, a causa de los disparos que efectuara en la azotea de la casa, recibiendo el impacto de una bala perdida.

El loco (Francisco Martínez Meza), no menos cruel, es descrito como: “… feo y tartamudo y eso le jodió la vida y terminó por volverlo loco”, lo cual es determinante para que sus padres decidan enviarlo a una hacienda de su propiedad en el campo, en donde fue feliz ya que pudo explorar la inquietud sexual en plena pubertad. En el lugar (Huaral) conoce a una chica norteamericana (Lucy Hudson Brown), cuyos progenitores habían invertido en tierras cercanas para vivienda y producción. Tras formalizar su relación de pareja tuvieron un período dichoso en donde procrearon tres hijos, sin embargo, aquello cambió ya que situaciones de carácter político obligaron a radicarse en la capital en donde empezaron las contrariedades en el ámbito conyugal. Pancho (Francisco) con sus nuevas amistades -“malas juntas”- entabló hábitos que mermaron sus horizontes, acercándose a la marihuana y alejándose paulatinamente de su hogar. Hastiado de la rutina que incluían el desempleo y las reprimendas de Lucy, decide huir, para lo cual roba un banco (ayudado de Pedrito, el músico), y con ese dinero se instala distante de Lima, cerca de Huancayo. En ese momento de la novela surge una escena abrupta en el cual los dos personajes entrelazan sus historias en las calles limeñas, en una coincidencia que pudo ser fatal. El loco cumple su anhelo de alcanzar su emancipación fuera del absorbente ritmo citadino. Experimenta peripecias y pasajes que ratifican su condición solitaria y errante, a sabiendas de las dificultades que esto conlleva, tal como sucedió con su muerte en manos de la subversión.

Texto procaz que cuestiona en tercera persona una estructura social decadente, como un escupitajo al cielo.

 




La hondura de la soledad







HABLAR SOLOS es un libro que absorbe el interés de principio a fin. Tres voces con identidad y determinación: la madre, el padre, el hijo menor. La mujer que asume con valentía -aunque a veces se quiebra- los designios de la vida, en donde la infelicidad, el padecimiento, la felonía y la rutina se enredan dejando agujeros y dudas. La historia contada desde el monólogo, sobre todo, atravesada de una fuerza narrativa -que incluye citas literarias- en la cavilación y remordimiento de Elena, quien asume la enfermedad e inevitable muerte de su esposo (Mario), con sentimientos encontrados que rayan los límites éticos. Ella en su situación vulnerable entabla una relación clandestina, con el médico de su marido, Ezequiel.


En tanto, la ternura de Lito (hijo de Elena y Mario), refrescan las páginas de esta novela, ciertamente, dolorosa y gris. El extenso viaje que efectúa en camión con su papá, recrea los hondos lazos filiales.

En HABLAR SOLOS, su autor, Andrés Neuman, expone los vericuetos del pasado, en contraposición con el futuro en la existencia del ser.

Finalmente, he de decir que me encanta el título de la obra, ya, que, en algún momento del día o de la noche, surge el secreto ejercicio de hablar solos, sin reparo alguno.