Este espacio contiene artículos de opinión y datos informativos sobre arte, cultura, identidad y análisis político. Aunque en esencia, se nutre de la semilla literaria que crece como la vida, y, a ratos, se ausenta como la muerte.
viernes, 25 de noviembre de 2016
Letras sustituidas por balas
Historias dementes
La literatura enuncia la belleza, o, a su vez,
la fealdad de la naturaleza humana. En El
cojo y el loco (Alfaguara, Perú, 2009), lo segundo se da en vasta
extensión. Dos personajes que transitan por separado, y, paralelamente en
la oscuridad, que cohabitan con la humillación, que transgreden lo
convencional. Las dificultades físicas son asumidas con franca rabia que
estimula una mirada vengativa a una sociedad hipócrita que esconde y/o disimula
las diferencias y asimetrías. Es un retrato crudo de la condición de seres
enceguecidos por ascender las escalas sociales, en contraposición de la
periferia. El éxito particular no conoce del afecto filial. Jaime Bayly
arremete en esta novela en contra del sistema tradicional de su país natal:
Perú, a través de su peculiar e incisivo estilo narrativo.
El cojo (Bobby), rechazado por su familia ante una visible discapacidad (osteomielitis) contraída en la niñez, sodomizado en su viaje a Europa para cursar estudios secundarios por decisión paterna -con el fin de tenerlo lo más alejado posible-, retorna imbuido del rencor interno alimentado por esos años marcados de aislamiento con los suyos. Ya en Lima traba amistad con Mario Hidalgo; ambos descendientes de hogares acomodados, no obstante, paradójicamente, menoscabados en sus entornos en vista de su manera desprolija y ligera de enfrentar la vida (por ejemplo, recorren asiduamente en moto por San Isidro o Miraflores sin rumbo determinado y desoyen la sugerencia de la formación universitaria). Serán los celos del cojo el motivo del asesinato a Mario, para lo cual planifica una coartada perfecta que deja la sensación colectiva de un suicidio. “Muerto el perro, se acabó la rabia”, asevera el cojo (frase que exterioriza la miseria de nuestros días, en donde la violencia tiene complemento de cinismo y vulgaridad). Únicamente él guardará la imagen del tiro en la frente de Mario, vengando sin escrúpulos la deslealtad de su único amigo. Dorita es por quien Bobby acomete semejante acción, y será ella (encantadora y dócil mujer de la alta clase limeña) su futura esposa, tras una forzosa relación sexual con este personaje virulento, que muriera -en su misma ley-, festejando su virilidad (obsesión machista recurrente) ante el nacimiento de su vástago, a causa de los disparos que efectuara en la azotea de la casa, recibiendo el impacto de una bala perdida.
El loco (Francisco Martínez Meza), no menos
cruel, es descrito como: “… feo y tartamudo y eso le jodió la vida y terminó
por volverlo loco”, lo cual es determinante para que sus padres decidan
enviarlo a una hacienda de su propiedad en el campo, en donde fue feliz ya que
pudo explorar la inquietud sexual en plena pubertad. En el lugar (Huaral)
conoce a una chica norteamericana (Lucy Hudson Brown), cuyos progenitores habían
invertido en tierras cercanas para vivienda y producción. Tras formalizar su
relación de pareja tuvieron un período dichoso en donde procrearon tres hijos,
sin embargo, aquello cambió ya que situaciones de carácter político obligaron a
radicarse en la capital en donde empezaron las contrariedades en el ámbito conyugal.
Pancho (Francisco) con sus nuevas amistades -“malas juntas”- entabló hábitos
que mermaron sus horizontes, acercándose a la marihuana y alejándose
paulatinamente de su hogar. Hastiado de la rutina que incluían el desempleo y
las reprimendas de Lucy, decide huir, para lo cual roba un banco (ayudado de
Pedrito, el músico), y con ese dinero se instala distante de Lima, cerca de Huancayo.
En ese momento de la novela surge una escena abrupta en el cual los dos
personajes entrelazan sus historias en las calles limeñas, en una coincidencia
que pudo ser fatal. El loco cumple su anhelo de alcanzar su emancipación fuera
del absorbente ritmo citadino. Experimenta peripecias y pasajes que ratifican
su condición solitaria y errante, a sabiendas de las dificultades que esto
conlleva, tal como sucedió con su muerte en manos de la subversión.
Texto procaz que cuestiona en tercera persona una
estructura social decadente, como un escupitajo al cielo.
La hondura de la soledad
En HABLAR SOLOS, su autor, Andrés Neuman, expone los vericuetos del pasado, en contraposición con el futuro en la existencia del ser.