sábado, 16 de abril de 2011

MUSEO AL AIRE LIBRE


El arte es la imbricación de los sentidos, delirios, decepciones y anhelos transmitidos por el autor/a, desde el sosiego y también desde el tormento existencial. El verdadero artista vive por y para el arte, se desangra en la búsqueda de un estilo personal y sobrevive con la intensidad de la paleta más allá del solaz de caballete.

En Otavalo; emporio de belleza y paisaje, de barro y leyendas añejas, de artesanías multicolores y mindalaes incansables, se inauguró hace poco la V edición del Museo al Aire Libre, ratificando con esto, el hondo apego del pueblo otavaleño, respecto de las manifestaciones artísticas.

Manos solidarias y sensibles se juntaron, tras la incesante y prolija coordinación del maestro Jorge Perugachy, curador oficial de esta propuesta pictórica y, del auspicio anual del Gobierno Municipal de Otavalo. Y, digo propuesta, porque el Museo al Aire Libre, tiene diferentes aspectos especiales y complementarios, desde el año de su apertura: 2006.

He ahí por ejemplo, la irrupción y toma simbólica y física de los lugares públicos, como espacios de divulgación ante la jornada solitaria con el pincel y la infinita cromática. Con ello, lo público -derivado de lo cotidiano, de lo masivo, de lo convocante y accesible, de lo popular- se vuelve en un ejercicio democrático, con plena aceptación social. En otras palabras, el sujeto (hombre y mujer) que se somete a los intersticios de la vida común y mundana, de repente se detiene entre el asombro y la contemplación, ante su frecuente tránsito en los márgenes del parque central -conocido por la efigie de Rumiñahui y el legado bolivariano-; ícono histórico de los grandes acontecimientos de la citada ciudad, para admirar gigantografías colocadas en paredes adyacentes que plasman el arte contemporáneo.

Por otra parte, los cuadros originales cedidos generosamente por sus autores a Otavalo, tendrán un sitio especial (pinacoteca) como donación patrimonial, en donde se exhibirán permanentemente para admiración de propios y extraños. Ya van inventariados hasta el momento 35 obras de reconocidos artistas como: Hernán Illescas, Nicolás Herrera, Pilar Bustos, Jorge Chalco, Washington Mosquera, Félix Aráuz, Estuardo Álvarez, Miguel Betancourt, Antonio Arias, Jaime Calderón, Julio Mosquera, Mariela García, César Carranza, Rosy Revelo, Wilfrido Martínez, José Bastidas, Whitman Gualsaquí, entre otros.

Además, este Museo abierto a los sueños inacabables del ser humano, tiene una particularidad; motivar y estimular al talento local a través de un concurso convocado públicamente; el mismo que está dirigido a los hacedores del arte plástico, nacidos en tierra otavaleña. En anteriores ediciones ya han emergido nombres sugerentes: Hernán Román, Jorge Tabango e Inti Gualapuro.

En esta V edición del Museo al Aire Libre, es pertinente enunciar a los participantes: Marco Martínez, David Santillán, Napoleón Paredes, Luis Beltrán, Alfonso Uzhca, Ariel Dawi y la promesa otavaleña: Ángel Rodríguez; pintores ellos, que con su desprendimiento, fortalecen a este noble proyecto de colores, esperanza y vida.

Diario El Telégrafo, marzo 30 del 2011

HERNÁN DÁVILA O EL ARTISTA DE LA DESOLACIÓN


Cada artista es un mundo diferente con apreciaciones disímiles del cosmos, con interpretaciones multifacéticas de las entrañas existenciales siempre complejas por una sistematización creativa.

Cada artista es un cúmulo de experiencias múltiples respecto de su entorno lleno de misterios, cargado de decepciones y bofetadas hipócritas.

Cada artista se desangra con su propuesta individual para consolidar una identidad diferenciada en la constancia de los libros, en la técnica escogida, en la humildad con que se acepte el reto planteado.

César Hernán Dávila Orbe (Otavalo, 1961) es un artista excluido que prefiere la intensa soledad que sólo puede brindar la noche con sus tentaciones milenarias, que prefiere el recogimiento de sus pinceles en la madrugada en su pequeño taller de ilusiones, que reniega del protagonismo y la figuración innecesaria ante una falsa pose artística, que se nutre de la enseñanza universitaria, pero, sobre todo, de ese rico aprendizaje que emana de las calles con olor a tabaco y agua de caña y de las ciudades con el cielo gris atraído por la penumbra.

Dávila, pintor pausado e introvertido, reconoce en el centro de Quito a su inagotable materia prima, por el cual recorrió sus veredas empinadas y angostas, por el cual aprendió a valorar el significado de la felicidad, aunque ésta sea momentánea. Las cúpulas de iglesias antiguas, campanarios con sonidos estremecedores, cruces que nos llevan a la gloria ficticia, esquinas con el humeante sabor de las comidas populares, romeriantes persignándose por el temor a la muerte, sombras dejando huellas en las blancas paredes de la quiteñidad, son algunas maneras y circunstancias de describir su temática. Asimismo, sus pinturas plasman la paisajística local; acogen el lomerío otavaleño, la espesura comarcana impregnada en el verdor de sus alrededores.

Son acuarelas llenas de vitalidad en donde los colores reposan con sagaz impresión. Son cuadros que hablan desde la melancolía del autor, que esbozan el sencillo pragmatismo de nuestros humildes pueblos. Son trazos que indistintamente bosquejan balcones familiares, techos marrones con la alegría urbano-marginal.

Hernán Dávila como artista que increpa a la integralidad de su camino le apuesta también a la fotografía atrapando en finas imágenes la desnudez como símbolo de la estética humana, como referencia erótica de un universo femenino con similitudes y contrastes. Su intención fotográfica tiene la luz de la contemplación y el testimonio vivo del contacto diario con la gente y sus interioridades.

Dávila busca como en los versos de Jean Arthur Rimbaud: “la mar/ unida con el sol”, es decir “la eternidad”.

Diario El Mercurio, Cuenca, diciembre 16 del 2000