miércoles, 14 de septiembre de 2011

LA CCE EN LA MEMORIA DE UN LOJANO


Stalin Alvear (1942), es escritor y abogado, oriundo del sur del Ecuador. Amante de las letras, sus textos son digeribles y susceptibles de continuación lectora. Autor de varios libros entre la ficción y la realidad. Ciudadano inquieto del destino nacional y latinoamericano. Camarada de izquierda. Gestor de las manifestaciones que emanan del espíritu humano, en su expresión excelsa.

Hace ya varios años tuve el gusto de hojear su libro “Antes que me olvide” (1995); un compendio testimonial de vivencias personales asignadas entre la inspiración y el desencanto, entre los amores furtivos y la doctrina política, entre el humor y la nostalgia. “De lo acaecido, sólo sus fosas reunifican añicos, le dan corporeidad a la memoria, a esa incógnita que deambula entre huesos”, asevera.

Con regocijo llegó a mis manos un nuevo trabajo autobiográfico de Stalin Alvear, con el sello editorial de Libresa: “Tu casa, nuestra casa” (2011); cuyo contenido es un cúmulo de relatos y reflexiones como presidente nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), en el período 1996-2000, cuyo antecedente administrativo lo adquirió al frente del núcleo institucional en su provincia de origen: Loja.

Alvear rememora paisajes y pasajes inherentes a la compleja tarea de difundir el intelecto del hombre. Se percibe una ferviente pasión por la obra mayor acuñada por su coterráneo, el insigne maestro Benjamín Carrión. Es una especie de compromiso militante ante semejante legado. Y, desde el pretérito no tan lejano, Stalin Alvear confiesa las dificultades presentadas como titular de la CCE y, su, inquebrantable afán por defender la autonomía de la entidad. En ese contexto, transmite con ahínco el empeño de democratizar a la casona cultural, contando para ello, con un enfoque inclusivo y de entera participación popular. Sobre el tema, José Benigno Carrión sentencia: “La Casa de la Cultura no puede ser un coto cerrado para determinada élite de intelectuales, tiene que convertirse en un albergue, como lo soñó su mentalizador -amplio y generoso- para todos quienes tienen afanes culturales”.

“Tu casa, nuestra casa” es una advocación anecdotaria en donde sobresalen amistades entrañables, episodios particulares y una alta dosis de razonamiento respecto de la gestión cultural, en donde no se escapan mezquindades, padrinazgos, rivalidades y rencores, propios de la vulnerable condición humana.

Las ejecutorias de Stalin Alvear en la CCE sabrán ser evaluadas y juzgadas en el sendero que determina la historia. Su sóla permanencia en dicho organismo en momentos de atisbo e incertidumbre le dan méritos de persona de bien.


A eso, hay que sumar algo sustancial: su condición derivada de lojanidad, cuya huella identitaria ha sido minimizada por ciertos círculos de alcurnia social e intelectual, quienes se olvidan de que también desde los márgenes provinciales se contribuye al fortalecimiento de la patria ecuatoriana.



Diario El Telégrafo, septiembre 14 del 2011

LAGUNA DE SAN PABLO: AZULIDAD Y ENSUEÑO


Otavalo posee en su enclavado geográfico una belleza paisajística peculiar. Ciudad de embrujo y afectos. Tierra en donde se fragua una dimensión social múltiple, conjugándose una realidad multiétnica y policultural. En su seno se acrecienta una dualidad esencial: hombre-paisaje, cuya consecuencia genera en el individuo un especial sentimiento -indescriptible a ratos- de veneración telúrica. Es la energía terrígena que convoca a un permanente ritual de adoración y querencia. Tal vez con alguna dosis de chauvinismo, pero con la certeza vital que emerge de los elementos de la tierra. Parafraseando a Plutarco Cisneros Andrade: “… en Otavalo, es imposible definir dónde comienza la tierra y dónde termina el hombre”.

Es en Otavalo, precisamente, en donde se asientan las lagunas de Mojanda (Caricocha, Huarmicocha y Yanacocha) y la de San Pablo. Ésta última embebida de ensueño y leyenda. Imponente reflejo de agua -en cuyos adentros brota la totora-, que permanece inmarcesible con la huella del tiempo, no obstante, el deterioro generado por la inconsciencia humana.

La laguna de San Pablo tiene una denominación milenaria: Imbacocha (Imbakucha), desde la cosmovisión andina, en donde el agua es fuente purificadora y componente femenino, por ser generadora de vida. De ahí que se desprende su trascendencia cultural, prevaleciente en las comunidades indígenas circundantes. Además, cabe señalar la latente preocupación ambiental por su condición de ecosistema lacustre y, su aprovechamiento para competencias natatorias (desde 1940), en la festividad septembrina del Yamor.

Esta laguna también es dadora de encanto poético. Carlos Suárez Veintimilla exclama: “Azul invitación de ancha frescura/ en las curvas resecas del camino,/ jugando al escondite con los ojos/ que presintieron su temblor dormido./ La laguna es un remanso dulce/ como el alegre retozar de un niño/ que se aquietó en asombro ante los cielos/ con sonriente respirar tranquilo”.

En tanto, Remigio Romero y Cordero versifica: “El lago de San Pablo, sibarita/ de lo azul, tiene sueño al pie del monte./ Cartas que el lago le mandara al cielo/ parecen, al volar, desde él, las garzas./ Se mira el caserío en el agua dulce,/ argonautas de barcas de totora,/ indios lacustres por las ondas vagan,/ ajenos a las horas de los siglos”.

Y, Gustavo Alfredo Jácome, en su “Romancero Otavaleño”, recreando la tradición oral, detalla la apasionada relación entre la laguna descrita y el Taita Imbabura: “Amor de monte y laguna,/ idilio de roca y agua,/ cosmogonías platónicas/ eternidad de dos almas./ Y allí moran, ella y él,/ desde los siglos en alba./ Si miraron una vez/ y esa mirada fue basta./ El monte inclinó la testa -reverencia enamorada-,/ le sonrió la laguna/ con una sonrisa de agua./ Y desde entonces se amaron”.

Los orígenes de la laguna de San Pablo, datan a partir de los designios bíblicos: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra”, esto es, en la génesis de la creación universal, para bendición del entorno otavaleño.


Diario El Telégrafo, septiembre 07 del 2011

RODRÍGUEZ O LA CONFIGURACIÓN DEL EXPRESIONISMO


El arte plástico devela las interioridades del mundo. Sus intrínsecas maneras de entender los fenómenos sociales, surgen desde variadas ópticas que el creador antepone como sello original.

Ángel Rodríguez Quimba (Otavalo, 1972), es un pintor que se abre paso a partir de la cosmogonía personal. Desde el autoconocimiento ha ido forjando un camino, entre el hiperrealismo, expresionismo y lo neofigurativo. La afinidad por las artes surge desde temprana edad. El dominio del dibujo se acrecienta con el uso del acrílico, tintas y aglutinantes naturales, petróleo industrializado, collage. Su expresión tiene un fuerte contenido social, para lo cual sobresalen texturas fuertes y agresivas, junto con chorreados, manchas, veladuras, craquelados. A ello, se suma su preocupación con el aspecto ecológico, en donde plasma un mensaje irónico y de protesta. Esa sensibilidad se configura en sus cuadros, de manera que el ojo receptor se detiene por un instante con el afán de reflexionar ante el deterioro ambiental y la problemática social, económica, psicológica, filosófica, que deviene tras un sistema oprobioso, injusto y desigual.

Su preocupación por el mejoramiento técnico le acercó a las aulas universitarias y a la investigación. Esto, le conllevó a ampliar el marco conceptual, en donde trasplanta la decadencia de una sociedad desorganizada y consumista.

Las pinceladas se someten a un ritual particular que nace de la motivación del creador. Ante eso, Rodríguez se identifica plenamente con la cotidianidad, como un cúmulo de factores favorables para el desarrollo del espacio pictórico, por lo tanto, sus exposiciones transcurren con igual estimulación entre una galería o los pasillos de un terminal terrestre. Lo importante para él es socializar sus demonios internos y legar una evidencia artística en la comunidad. Sus semillas dolorosas y emociones testimoniales reflejadas en el óleo, también han compartido convocatorias y concursos públicos. Por ejemplo, en el 2011, el Gobierno Municipal de Otavalo, dentro del proyecto Museo al Aire Libre -impulsado por el maestro Jorge Perugachy- le concedió el reconocimiento de joven promesa local.

Su preocupación esencial es la humanidad, para lo cual despliega una poética visual en intensas jornadas de solitaria creación. El arte, es para Rodríguez, la perpetuación de las huellas del tiempo, con lenguajes lúdicos y deslumbrantes.

Este pintor está consciente de las dificultades que conlleva el campo artístico, no obstante, su persistencia supera las mismas, prevaleciendo aquella insaciable construcción de su identidad propia.

Letras de Imbabura No.56, CCE, septiembre del 2011

INTENCIÓN VERBAL EN LA PIEL POÉTICA


El aroma del café, “la mecha del día”, los juegos inocentes, la tertulia interminable, los buenos deseos de los amigos, la querencia íntima de la pareja, la tristeza del domingo en la tarde, el ascenso de las coloridas cometas al enorme cielo, el invierno opacando la ilusión de los derrotados, la humedad de los cuerpos tras la incesante lluvia, la estación del tren detenida en el recuerdo, la esperanza del hombre por días venturosos. Eso refleja la poesía, como eco que estalla en los oídos del caminante.

La historia de amores inconfesables, el peregrinaje a la prosperidad, la búsqueda del sosiego, el misterio de la nada, el resplandor de las flores que emanan a borbotones, la confusión de la vida, el suicidio del pescador, la nube extraviada en la plenitud del horizonte, “la melancolía del sol” al final del mar, la extensa orilla acumulando caracolas, el vestigio de los besos ardientes. Eso es la poesía; el aquelarre perennizando quimeras.

“Verbal” (Rueca Editores, Quito, 2008) intitula el poemario de Julia Erazo Delgado (Quito, 1972), con ilustraciones de Sara Palacios. Este cántico deviene de los elementos de la tierra; el sol, la luna, las estrellas, los pájaros, el fuego, las montañas, el agua como reino, espejismo y travesía: “el agua abre sus ojos sobre la montaña/ se desborda como un vestido de encajes/ cubre el vientre del planeta”.

“Verbal” describe los ritmos insondables de la existencia humana, la callejuela impregnándose de sombras moribundas, la agonía del desterrado, el fantasma de la abuela, la foto familiar en blanco y negro, la música que nos aparta de la soledad.

El enunciado amatorio altera la quietud del texto: “fugazmente te encuentro/ contigo hablo/ niño a niño/ como el agua entre tu cuerpo/ cuando llueve/ o mi boca con tus labios/ cuando hay beso”. En similar tendencia se distinguen los siguientes versos: “caminas descalzo por mi vida/ el cielo se queda absorto con tus huellas/ mis besos/ ovillos de lana para tus uñas y dientes/ a veces jarabe de frutas”.

Con “Verbal”, Julia Erazo ratifica su capacidad creativa y el merecido lugar adquirido por ella en la lírica contemporánea ecuatoriana. Persona sensible que cumple con las expectativas en el quehacer literario y que traza senderos en el cúmulo materno, en la realización profesional, en la acertada complementariedad de esposa, es decir, en la excelsa condición de mujer.


Diario El Telégrafo, agosto 31 del 2011

“OÍDME, MIS HERMANOS”


El frecuente devenir se detiene ante el ímpetu de las metáforas impregnadas en el papel. Es la fuerza demoledora de la poesía que se erige como huella impecable ante el vértigo del tiempo. Son las palabras que se juntan taladrando el oído de finas melodías. Es el regocijo de los buenos deseos. Es el fantasma de la desolación.

La liturgia poética recoge los intersticios de la vida, resume la penumbra de la muerte. Le hace un guiño al aguacero febril y se deleita de la alegría de los pueblos. Las imágines reaparecen inmarcesibles pese a la desidia contemporánea. La ensoñación prevalece en las miradas atentas a las estrellas esparcidas en el infinito cielo. La nocturnidad forma parte de este deleite sagrado. La poesía expresa el tormento de los días, las quimeras juveniles, la pasión del cobijo carnal, la retórica del profeta derrotado, la infatigable condena del hombre ante sus debilidades, las creencias de los peregrinos, el rescoldo de las dudas y los temores, la fe que alienta el horizonte luminoso del mañana.

“Oídme, mis hermanos” (Verbum-Trilce Ediciones, Colección “Los Confines” N°4, España, 2009), titula el poemario de Alfredo Pérez Alencart, el mismo que está traducido al alemán. Sus textos profundizan el fenómeno migratorio, la huella amatoria, la búsqueda de equidad social, la tradición bíblica, las “lágrimas dulces de la tierra”.

Alfredo Pérez Alencart (1962, peruano-español) a más de poeta es ensayista. Ha recibido varias distinciones en el campo literario, como el Premio Internacional de Poesía “Medalla Vicente Gerbasi”, otorgado por el Círculo de Escritores de Venezuela. Es profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Salamanca.

En “Oídme, mis hermanos”, Pérez Alencart traza surcos a partir de la realidad perturbadora y vital. En sus páginas configuran el cántico de los jilgueros, la estampa de las ciudades recorridas, la soledad de la mujer que envejece junto con sus fracasos, la ternura de los niños desnudos, la enfermedad que devora la amistad, el pan para el hambriento, el drama del necesitado, la derrota del exiliado, el regazo maternal, el “amor sagrado”.

La poesía atrae a la sensibilidad y a la reflexión, dentro de las entrañas del lector/a. Como dice Alfredo Pérez: “Una voz puede tocarnos el corazón. / No lo olvidéis jamás”.


Diario El Telégrafo, agosto 24 del 2011

RASTROS DE DIVERSIDAD

Las sociedades contemporáneas tienen un eje dinámico cambiante y un reordenamiento permanente. Se articulan alrededor de fenómenos globalizadores, sin que ello signifique descuidar su legado histórico-cultural.

Las condiciones híbridas en la composición social determinan ciertos aspectos de desarrollo múltiple, en donde no se alejan las desigualdades e inequidades. En el caso latinoamericano, la riqueza continental se basa en la combinación étnica, la misma que tiende a establecer rupturas ante la oleada homogeneizadora a la que con frecuencia nos somete la corriente capitalista.

Las identidades no son estáticas, ya que ostentando elementos esenciales de expresión vivencial, se van renovando en un proceso enriquecedor y colectivo. El pretérito es una huella indeleble por el cual se forjan esas identidades, pero, eso, no es un óbice al momento de retroalimentarse con nuevos y crecientes escenarios culturales. El hombre, es, entonces, visto desde los más disímiles órdenes: antropológico, filosófico, artístico, productivo, político, económico, recreativo, en el marco de las relaciones armónicas con el resto de elementos de un grupo humano.

En el caso ecuatoriano, su diversidad confirma lo anotado. Nuestra nación posee lazos indisolubles que forjan una identidad propia; costumbres, tradiciones, signos lingüísticos, gastronomía, manifestaciones religiosas, fiestas populares, idiosincrasia, etc. A ello, se suma la fuerte mixtura étnica: mestizos, indígenas, afrodescendientes, sin olvidar la creciente ola migratoria, como consecuencia de los signos de movilidad presente. Esto, determina la condición de país multiétnico y plural. En tal valoración, la construcción de una sociedad intercultural es imperiosa. No sólo como una aspiración declarativa, sino como el resultado de una práctica tolerante y flexible. La interculturalidad supera la perspectiva de respeto a la otredad, ya que sus vasos comunicantes afianzan el sentido cultural, espacial, geográfico y humano. Esta característica grupal, genera una convivencia pacífica y solidaria. Rompe estereotipos sociales que van en detrimento del reconocimiento y activa relación entre seres diferentes. Desde esa percepción, las comunidades evitan rupturas y, al contrario, promueven el diálogo intercultural.

Otavalo -capital intercultural del Ecuador- otea caminos de unidad, acogiendo en su seno telúrico al orbe, a partir de su condición territorial policultural. En este embrujo citadino se asientan comunidades indígenas de marcado abolengo artesanal, artístico y comercial. Pero también, como fruto del rastro hispano, la coexistencia mestiza. Esta realidad, resume la aspiración colectiva de suscitar elementos unitarios en medio de la latente multiplicidad.

Diario El Telégrafo, agosto 17 del 2011

IMPRESIONES DE NICARAGUA (II)

Nicaragua tiene una población cercana a los seis millones de habitantes. Su moneda es el Córdova. En su bandera oficial están impregnados los colores: azul y blanco. Posee una tradición agrícola y ganadera. Entre su comida criolla, aparece el vigorón, el gallo pinto, el quesillo. Managua, su capital, es de ambiente y calidez caribeña. Varias ciudades resaltan: Masaya, León y la colonial Granada. Asimismo, sus lagos reflejan embrujo, como el imponente mirador de Catarina.

En Nicaragua, en el mes de julio pasado, se conmemoraron los 32 años de la revolución popular sandinista y los 50 años de fundación del FSLN, con diversos actos, entre ellos, el II Encuentro Internacional de la Juventud y los Estudiantes de Izquierda de Latinoamérica y el Caribe.

Tal celebración motiva a repensar la necesaria unidad continental, en momentos en donde el imperialismo norteamericano sufre los destellos de la crisis moral y económica como consecuencia de la aplicación de un sistema oprobioso e inequitativo. Basta ejemplificar lo sucedido en la década de los 90 del siglo XX en Nicaragua, en donde se impuso el neoliberalismo generando posteriores secuelas de desempleo, hambruna y descomposición social. Posterior a ello, el FSLN luego de retomar el poder gubernamental “desde abajo”, por la vía democrática, a partir del 2007 viene impulsando políticas sociales como la alfabetización, salud, saneamiento ambiental, titulación de tierras, apoyo a la pequeña y mediana empresa, entre otras, que repercuten positivamente en la esperanza de la gente.

Aquella sombra de represión y sometimiento dictatorial, es un penoso recuerdo que se supera con el advenimiento de la dignidad y el bienestar común, para lo cual el Gobierno de la Reconciliación y Unidad Nacional aplica programas en la perspectiva de una justa redistribución de la riqueza; elevando los niveles de vida: espiritual y material.

Nicaragua camina pujante con el legado de Augusto César Sandino y Carlos Fonseca Amador, con el fuego ardiente de su historia, con la solidaridad de las naciones del mundo, con el ideal socialista enarbolado a través de las banderas rojinegras, con la incansable construcción de una sociedad regocijada de valores inmanentes.

La revolución sandinista tiene una premisa elemental: dibujar sonrisas con el pueblo.


Diario El Telégrafo, agosto 10 del 2011

IMPRESIONES DE NICARAGUA (I)

Nicaragua es un país de dolores y utopías, de contrastes y esperanza. Una nación situada en el centro de nuestra patria grande, con una historia que habla de guerras e injusticia, pero, también de resistencia y dignidad humana. Queda la sombra somocista y, con ello, la muerte y la miseria. Desde luego, queda el hálito de mejores días, en donde las mujeres y los hombres se encauzan por el sendero de la democracia y la libertad.

En Nicaragua se venera el canto azul de Rubén Darío, se convoca al amor, a la paz y a la vida, como una proclama a favor del ser humano, en donde los valores éticos y morales se sobreponen ante la vorágine capitalista. La juventud se erige altiva, alegre y rebelde; abierta a la transformación de las estructuras sociales.

En el escenario político, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), es la vanguardia de la izquierda que coadyuva -como instancia orgánica de discusión militante- para el cambio socio-económico, a través del liderazgo indiscutible del presidente Daniel Ortega Saavedra. Precisamente, su gobierno insta a la unidad y a la reconciliación nacional, fortaleciendo un proceso revolucionario cuyo contexto es diferente al de la década de los 80 del siglo anterior.

La actual revolución sandinista, de carácter democrático e incluyente, tiene como elementos constitutivos al cristianismo, al socialismo y a la solidaridad. Dicha revolución -como ha dicho el comandante Ortega- le pertenece a las mujeres, a los jóvenes, a los campesinos, a los trabajadores, a los profesionales, al pueblo en su conjunto. El sentido general de la revolución es desterrar la pobreza y generar las condiciones necesarias del progreso colectivo, utilizando para el efecto, las armas de la inteligencia, el conocimiento, la tecnología y la conciencia humana.

Atrás quedaron las huellas insurrectas y combativas -a ratos necesarias- que indujeron a la conformación de guerrillas asentadas en el campo y en la urbe. Ahora emerge la radicalización de la participación popular, en espacios generosos y de mutuo respeto. Sin embargo, no se puede obviar a personajes como Tomás Borge Martínez o Edén Pastora Gómez; hombres que apostaron por la liberación nicaragüense. Su ejemplo, motiva a la construcción de nuevos derroteros en dinámicas contemporáneas complejas.

En Nicaragua he aprendido una lección pragmática: el revolucionario está en donde el sol aparece.


Diario El Telégrafo, agosto 03 del 2011

Gabriela: barro y poesía - III parte


Esta radiografía existencial es un cúmulo de ideas y preceptos, y, a la vez, de realidades internas. Gabriel Mistral era dulce y e inflexible. Creadora y luchadora. Reservada y henchida de alegría por la sonrisa inicial de sus alumnas. Una mujer "hecha rudamente, a cincel, tallada de precipicios” a decir de Volodia Teitelboim.

Muchas cosas se han dicho de su intimidad, llegando incluso, al extremo de especular su preferencia sexual. Como si eso importara a la hora de deslumbrarnos con el trazo perfecto de su adjetivación, o de asombrarnos por ese estilo inconfundible que aportó positivamente a la literatura hispanoamericana, al igual que Juana de lbarbourou y Alfonsina Storne. Es que, así son esos enormes personajes que sobrepasan el umbral de la perennidad, sin inmutarse por la infamia que refleja la mediocridad de los vencidos. Gabriela fue brillante, pese a esa infranqueable oscuridad que le envolvieron sus días y su complicado temperamento. “Si no soy más que una pobre mujer que ha padecido, que enseña niñas y que suele hacer un mal verso cada año. Cuando no enseño, leo: me interesa más el alma de los otros que la mía, cuya monotonía me ha fatigado”.

Es que a través de la lírica se internó en “el alma de los otros”, aunque, también, expuso sus demonios, temores y anhelos. Paulatinamente, hizo del acto de escribir, un hechizo para paliar el sufrimiento de los días interminables, en donde las ausencias fueron parte de su realidad. Por eso, el día y la noche fueron el tiempo propicio para desentrañar con esas imágenes inconfundibles todos los rinconcitos del globo terráqueo. Ella ¬-que recibió de su país natal en 1951, el Premio Nacional de Literatura- tuvo una fuerte expresión de apego a la sinceridad que sólo brinda la niñez. La escritura se convirtió en un ritual imparable. Mujer henchida de introspectivo canto que aún palpita en una especie de ofrenda al género femenino. En su melodía se desprende el anticipo a la separación definitiva, advirtiendo una enorme fuerza espiritual. “Te acostaré en la tierra soleada/ con una dulcedumbre de madre/ para el niño dormido/ y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna,/ para tocar tu cuerpo de niño dolorido/ Malas manos tocaron tu vida desde el día/ en que, a una señal de astros, yo dejé su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía./ Malas manos entraron trágicamente en él./ Y yo le dije a Dios: Por las sendas mortales le llevan ¡Sombra amada que no sabe guiar!/ Arráncalo, Señor, a esas manos fatales/ o le hundes en el hondo sueño que le sabes dar”.

Murió en Estados Unidos, tras un intenso peregrinaje, el 10 de enero de 1957. Hoy queda su rima exquisita, el fruto de la angustia y el temblor de su poesía; "Guedejas de nieblas/ sin dorso y cerviz,/ alientos dormidos/ me los vi seguir,/ y en años errantes/ volverse país,/ y en país sin nombre/ me voy a morir".

Diario El Telégrafo, julio 27 del 2011

Gabriela: barro y poesía - II parte


La literatura que caracterizó a Gabriela Mistral tuvo dos enfoques marcados: la que estuvo dirigida a los infantes a través de las rondas, llena de ternura y transparencia melódica y rítmica. En tanto, que, la otra, ligada con la vivencia individual, en donde se plasma el dolor, la angustia y el desenfado por los sentimientos terrenales. Al respecto, Aída Moreno Lagos afirma: "La obra poética de Gabriela Mistral puede dividirse en dos parte: la que esta escritora ha llorado sus íntimos pesares o ha puesto alas a sus impresiones de la vida y la naturaleza, y la otra, la que ha dedicado a interpretar el alma de la niñez penetrándola con toda su intuición de educadora inteligente para traducir sus balbuceos o sus anhelos prístinos".

La propia Moreno sentencia que “la modalidad literaria es tan de ella que sus composiciones, aun sin firma, pueden reconocerse. Y de la aparente desarmonía o desgarbo de sus versos, fluye un conjunto armónico tan íntimo y tan puro que el espíritu al percibirlo parece arrodillarse porque en el presiente el advenimiento de la belleza y de la verdad".

Mistral vio la luz en Chile, como Pablo Neruda -el comunista de los veinte poemas de amor- , Salvador Allende, los integrantes de lnti Illimani, Víctor Jara, Nicanor y Violeta Parra. Fue cónsul de su país en Génova, Madrid, Lisboa, Nueva York, Los Ángeles y Brasil. Por eso, se deduce su obsesión errante, otro de los pilares para la creación literaria. Esas andanzas en medio de la desolación y el desaliento. Pero, desde luego, también entre la esperanza y la utopía por una sociedad distinta.

"Hablaba pausadamente, sonriendo, y cuando le aparecía el gesto duro de la araucana que llevaba dentro, sus ojos lucían un brillo sorprendente, como si una luz interior brotase de ellos, para desbaratar sombras e iluminar caminos. La fuerza interior le venía de lo indio y lo vasco que había en ella, y que proclamaba jactanciosamente", ilustra José Pereira.

Pero la mismísima Mistral se autodefine así: "soy cristiana de democracia total. Creo que el cristianismo, con profundo sentido social, puede salvar a los pueblos. He escrito como quien habla en la soledad, porque he vivido muy sola en todas partes. Mis maestros en el arte y para regir la vida: la Biblia, el Dante, Tagore y los rusos. Mi patria es esta grande que habla la lengua de Santa Teresa, de Góngora y de Azorín. El pesimismo es en mí una actitud de descontento creador, activo y ardiente, no pasivo. Admiro, Sin seguirlo, el budismo; por algún tiempo cogió mi espíritu. Mi pequeña obra literaria es un poco chilena por la sobriedad y la rudeza. Nunca ha sido un fin en mi vida; lo que he hecho es enseñar y vivir entre mis niñas. Vengo de campesinos y soy uno de ellos. Mis grandes amores son mi fe, la tierra, y la poesía".

Diario El Telégrafo, julio 20 del 2011

Gabriela: barro y poesía - I parte


Hablar de Gabriela Mistral es aludir a un mito latinoamericano. Al menos así lo consideran varios estudiosos de su obra y, de su vida. En esa imagen de mujer afligida y triste se esconde un misterio permanente. En sus ojos delata ese ímpetu por conquistar el mundo a través de la palabra oral y escrita. Nació en la ciudad de Vicuña-Chile, el 7 de abril de 1889.

Sus orígenes fueron humildes. Tal hecho marcó honda raíz a lo largo de su existencia. Su condición de maestra fue inmanente. Amó a la niñez, tal vez, como una forma secreta de suplir su vacío maternal, aunque, paradójicamente, se refiera a ella como la mayor obra de arte, el oficio que nunca se detiene y el viaje perdurable. Mistral no fue Mistral. Fue Lucila Godoy Alcayaga. Hija de Jerónimo Godoy Villanueva y Petronila Alcayaga. Desde temprana edad se inmiscuyó en la enseñanza a las generaciones tiernas. Desde luego, que la literatura fue parte vital dentro de esa soledad que la acompañó como una sombra en constante acecho. Escribió en verso y en prosa. Personalmente, tengo profundo apego por su prosa poética; esa mezcla lírica que le envuelve al lector/a con la metáfora fina, y, con la aguda interpretación de los hechos que desnudan la condición humana.

Según José Pereira Rodríguez, ella: “escribía como hablaba: con gracia, con profundidad, con dominio de la expresión y con singular atractivo e interés. Por esto, leerla es escuchar el eco inextinguido de su voz que lucía simpáticas inflexiones melodiosas”.

La grandeza de su figura no fue consecuencia exclusiva del Premio Nobel de Literatura obtenido en 1945, sino su desprendida actitud en la búsqueda incansable por construir una sociedad justa, solidaria y libre, sin mayores apasionamientos políticos ni enfoques doctrinarios que -a ratos- obnubilan esos fines altruistas, sino con la tierna presencia femenina y la inigualable reflexión intelectual que sobrepasó barreras geográficas, diversidades étnicas, estratos sociales y niveles culturales. Su grandeza radicó en dedicar interminables horas a la formación de los párvulos, de esos “locos bajitos”, en frase de Joan Manuel Serrat. Gabriela creó poesía, y a su vez, trazó en sus días el enigma que determina el verso. Por eso dijo “La poesía es en mí, sencillamente, un rezago, un sedimento de la infancia sumergida. Aunque resulte amarga y dura, la poesía que hago me lava de los polvos del mundo y hasta de no sé qué vileza esencial parecida a lo que llamamos el pecado original, que llevo conmigo y que llevo con aflicción”.

Diario El Telégrafo, julio 13 del 2011