sábado, 19 de noviembre de 2011

La catarsis de un creador intenso (*)


Con un nombre sugerente Marco Terán expone sus sueños en la lona desafiante del hecho creativo, sin ambages, con toda la fuerza oculta que resuelve develar los ángeles y demonios que circundan en la intimidad del artista.

“Catarsis” define una explosión cromática y el estallido de los recuerdos arrumados por un buen tiempo en el baúl pleno de sentimientos entrecortados. Es la emanación de sensaciones internas purificando del pasado las vivencias que rehúyen emigrar de la frágil memoria. Es un acto de emancipación de la melancolía y del surgimiento lúcido de seres excepcionales pertenecientes a un imaginario peculiar. Es la exhibición de las ansiedades y angustias que perturban al hombre en su percepción más intrínseca de la vida. Es el grito de la voz acallada por viejos tabúes. Es la liberación espiritual a través del fantástico pincel. Es la búsqueda de nuevos territorios y la exploración de geografías ignotas. Es el impulso de las pasiones que obsesionan al ser humano en el desvarío de la negra noche, utilizando para el efecto la máscara de la felonía.

Marco Terán es un pintor quien por medio de un trabajo serio y obsesivo ha traspasado los límites de lo convencional y rutinario, de lo decorativo y baladí. Teniendo en cuenta que el arte plástico increpa a la fugacidad de la mera ilustración visual, la propuesta de Terán adquiere ribetes de trascendencia en el arduo oficio de la proyección pictórica.

“El arte bueno es siempre una síntesis dialéctica de lo real y de lo irreal, de la razón y de la imaginación”, sentencia Ernesto Sábato. Y, es, precisamente, en esa dualidad entre lo tangible y lo ficticio, en donde Marco Terán expresa todas sus virtudes desacralizando aquella dimensión exclusivamente terrenal. En sus cuadros, manchados de acrílico y de ideas vitales aparecen mujeres que pierden su candidez ante el espasmo de las miradas cómplices. Los cuerpos femeninos imprimen el sello de sensualidad y de excitante desnudez; aquellos senos que amamantan la perfidia masculina, se muestran en su plenitud.

Asimismo, la infancia se revela en los juegos iniciales y en las conversaciones interminables. En tanto, la naturaleza irrumpe con pedazos de luna en el firmamento. Los rostros se esconden tras antiguos antifaces. Las esquirlas apuntalan reiteradas ausencias en el escondrijo del inquisidor. Los amantes trastocan las tradiciones del Oriente Medio.

Los personajes de Terán surgen de relatos fantasmales que despiertan la curiosidad del espectador/a. A ello su suman dioses anónimos y doncellas de cabellos largos y alas dispuestas a surcar cielos desconocidos. Figuras especiales invaden sus pinturas en una búsqueda de los resquicios del pretérito.

Los violetas, dorados, verdes, se imponen como colores preferentes en la identidad de este artista que se desplaza entre la comunión de los días grises y la sorpresiva alusión a seres lejanos y extrañas maneras de aprehender el influjo artístico.

Que la catarsis de Marco Terán continúe como un torrente interminable entre la abstracción de los sentidos y la permanente búsqueda del yo verdadero.

(*) Texto leído en el acto de inauguración de la exposición pictórica "Catarsis", de Marco Terán, Sala Luis Toro Moreno de la Casa de la Cultura Ecuatoriana - Núcleo de Imbabura, Ibarra, noviembre 18 del 2011

DEMOCRACIA E INTERVENCIÓN CIUDADANA

En el marco democrático es plausible la intervención de los actores sociales en la toma de decisiones, para lo cual es imprescindible la apropiación de la problemática frente al desarrollo, con seriedad y responsabilidad y, con ello, de las apremiantes alternativas de solución, esto en doble vía, tanto en la ciudadanía toda, así, como al interior del aparato estatal.

La democracia en los últimos tiempos ha tenido variantes que intentan fortalecer su concepción. Especialmente, en Latinoamérica con la irrupción de regímenes de tendencia progresista, el enfoque democrático ha derivado en una mayor injerencia popular, para lo cual la configuración de la democracia participativa, se antepone a la tradicional democracia representativa (liberal). Esto, sin duda, permite reformular ciertas categorías a partir de cada realidad territorial.

El principio democrático cuenta con la mediación de los sujetos sociales, para el efecto, se sugiere que tal presencia vaya de la mano de la participación ciudadana, cuya riqueza radica en la visibilización de las diferencias y el reconocimiento de las identidades, a más de la preocupación colectiva por los conflictos y asuntos comunes. Dicha actitud colaboracionista implica la sumatoria de la heterogeneidad social: mestizos, indios, negros, montubios, mujeres, niñas/os, jóvenes, adultos, personas de la tercera edad, discapacitados, migrantes, trabajadores, homosexuales, lesbianas, etc.

En esa línea, es necesario generar condiciones favorables en el plano jurídico, para que el Estado dote a la población de las normas legales pertinentes que propendan al involucramiento de la gente en su presente y, especialmente, en la construcción de un futuro sustentable, óptimo y esperanzador. Claro, que, la cuestión de la inclusión ciudadana en la esfera pública, no se reduce tan sólo a la existencia de leyes para el efecto, sino, que, a la consolidación de una cultura ciudadana.

La radicalización de la democracia supone ir más allá de la vigencia institucional de los movimientos y partidos políticos y, del pleno ejercicio del voto. Su función conlleva a replantear el quehacer público instando a una corresponsabilidad ciudadana. En el mejor término, politizando a la ciudadanía. Para lo cual, es imperioso el interés que preste el conglomerado social respecto de las políticas públicas que emanan de las entidades de representación popular. Sobre lo anotado, vale resaltar que la participación ciudadana tiene plena incidencia en localidades en donde poseen estructuras gubernativas parroquiales, municipales y seccionales. En estos ámbitos, la dinámica participativa es amplia y plural, en ella se revela la conjunción entre mandatarios y mandantes, garantizando desde abajo hacia arriba el ejercicio de una democracia multidimensional.

Tomado de Diario El Telégrafo, noviembre 16 del 2011

viernes, 11 de noviembre de 2011

Taita Leonidas Proaño, profeta de verdades


La lucha de los pueblos tiene en su seno la mirada visionaria de mujeres y hombres comprometidos con su destino, desde una óptica conjunta y colectiva. Esa lucha se ve reflejada en la historia con signo propio, desde las aspiraciones comunes. La emancipación popular, entonces, es el resultado de una predisposición mancomunada de objetivos ligados a la obtención del bien común, a partir de la anhelada liberación social.

Monseñor Leonidas Proaño Villalba (San Antonio de Ibarra, 29 de enero de 1910 - 31 de agosto de 1988) es un personaje que rebasó la coyuntura existencial, para quedarse en el corazón de los humildes. Fue el cura de los desposeídos, quien jamás se amilanó ante el poder y las circunstancias adversas. Desde su niñez encarnó la pobreza como un medio de conciencia individual y, posteriormente, comunitaria. Él sintió cercana las carencias que arroja el sistema capitalista y, desde esa realidad lacerante, fue entendiendo la palabra de Dios, como un valioso instrumento de redención a favor de los más pobres.

Su condición sacerdotal fue causa de alegría, pero, también, de angustia permanente. Su decisión de caminar junto con los indios y campesinos obtuvo como respuesta de la jerarquía católica y de sectores conservadores los más variados epítetos y la consabida censura. Es que la Iglesia concebida tradicionalmente ha respondido al funcionalismo institucional, en tanto, que, la Iglesia pensada por Proaño, es aquella que se acerca a la gente, organiza círculos de discusión bíblica, moviliza a grupos de base en la tentativa evangelizadora, orienta a los creyentes en la búsqueda de la comunión, cuestiona las estructuras socio-económicas. En síntesis, es una Iglesia viva.

Proaño hizo de su labor pastoral un testimonio fidedigno de vida, sin poses, alejado de la pirotecnia. Su sensibilidad humana le permitió adentrarse en la problemática que aqueja a los sectores indígenas de la serranía ecuatoriana, especialmente, de Imbabura y, con amplio conocimiento de causa, de Chimborazo, tras su desempeño como Obispo de esta última provincia. Fue un íntegro predicador de los designios de Dios, y, fundamentalmente, un militante de tales postulados en la cotidianidad, demostrando en todo momento una ejemplar conducta ética. Su preocupación por los desposeídos le impulsó a gestionar proyectos y obras de carácter social, educativo, cultural, teológico y recreativo. En el plano reflexivo fue autor de escritos de variado análisis, para lo cual sobresalió su pluma ilustrativa y directa, que lo condujo también a la tarea periodística.

Fue un auténtico hombre de fe, de esos que van escaseando en el mundo: “Hombres nuevos, luchando en esperanza,/ caminantes, sedientos de verdad./ Hombres nuevos, sin frenos ni cadenas,/ hombres libres que exigen libertad”.

Diario El Telégrafo, noviembre 09 del 2011

SOCIEDADES DIVERSAS

Las sociedades múltiples encuentran en sus diferencias sus principales oportunidades de cohesión en el marco de un entendimiento civilizado. Pero, también, aquellos contrastes tienden a profundizar latentes problemas de raíz pasada, por ejemplo, el racismo.

Si bien, en los últimos tiempos en nuestro país, el reconocimiento a las diversidades culturales y étnicas ha tenido una plausible evolución, especialmente, en el plano jurídico, el mismo merece ser dimensionado en la expresa aceptación social, en todos sus órdenes. En tal sentido, la convivencia entre mestizos, indígenas, negros, montubios, no puede estar circunscrita al mero sentido declarativo, sino que dicha interrelación debe encauzarse en la praxis cotidiana, no exenta de complejidades. Las comunidades multiétnicas no deben desarrollarse desde su parcelación, sino, desde un enfoque integrador, respetando sus rasgos distintivos. La globalización va de la mano de la homogeneización de tendencias y estilos de vida, situación que contraría el vasto escenario societal.

Para Catherine Walsh “el concepto de la interculturalidad va más allá de la diversidad, el reconocimiento y la inclusión. Revela y pone en juego la diferencia no solamente cultural sino colonial, a la vez que busca maneras de negociar e interrelacionar la particularidad con un universalismo pluralista y alternativo”.

Es menester entonces descolonizar mentes y actitudes. Desprendernos de taras que son fruto de la heredad pretérita, con el afán de construir una colectividad incluyente y participativa. Esto supone, la profundización de las características democráticas a partir de los derechos y obligaciones ciudadanas y de la intervención del propio aparato estatal, como instancia generadora de políticas públicas, así también, mediadora y convocante, en el marco de un equilibrio en las relaciones de poder.

Las sociedades transitan entre conflictos y la búsqueda de soluciones, entre heterogeneidades geográfico-identitarias y procesos cambiantes vertiginosos. Ante ello, las asimetrías persisten como resultado de un modelo excluyente. Esta lacerante realidad conlleva a rescatar la condición policultural de nuestros pueblos, en la medida de disminuir las brechas sociales, al menos en la perspectiva de acoger las identidades como valiosas herramientas de respeto al otro/a y, a la par, de sentido unitario.

La interculturalidad es un fenómeno inacabado que merece la recurrente atención de los sujetos sociales, en la medida de repensar nuestro entorno como un territorio en donde podemos albergar sueños comunes en medio de latentes diferencias.

Diario El Telégrafo, noviembre 02 del 2011

Otavalo: advocación telúrica y bolivariana


En esa evocación telúrica de constante arraigo al suelo natal, Otavalo convive con un legado vital, de manos del libertador Simón Bolívar, tras decreto suscrito aquel 31 de octubre de 1829. Con tal antecedente, conviene relievar la condición bolivariana de este pedazo de suelo imbabureño, henchido de magia paisajística y de una honda convicción de afecto humano. Esa rebosante herencia debe ser debidamente interpretada en la contemporaneidad. Junto con la advocación bolivariana, este rincón sarance se nutre de un pasado glorioso que resalta a través de sus etapas político-administrativas, como señorío, corregimiento, asiento, villa y, ciudad.

Otavalo es cuna de la interculturalidad, esto es, escenario geográfico andino de fuerte raigambre indígena y de una inevitable mixtura mestiza. A ello, se suman asentamientos minoritarios afrodescendientes y grupos migratorios, como efecto de una acelerada movilidad social. En tal esfera, el Valle del Amanecer -como lo definiera Aníbal Buitrón- persiste en rasgos esenciales que caracterizan su condición de pueblo pujante y libérrimo, como son: diversidad, talento, creatividad, bondad turística y apego al emprendimiento en sus diversos órdenes.

Desde luego, que, al poseer potenciales que se sintetizan en lo turístico, productivo y artesanal, es de entender la complejidad de su desarrollo, visto desde la integralidad de los ámbitos inmersos. En esto, hay que insistir en la irremediable búsqueda de diálogo y acercamiento entre las diversidades étnico-culturales, en una exploración interminable de las aristas que configuran la identidad otavaleña. El respeto a la otredad nos faculta un cabal reconocimiento de la sociedad en su más amplia concepción. Esa actitud ciudadana debe aflorar, como antítesis a ciertos rezagos racistas que aún perviven en estratos sociales acomplejados de su propia realidad comunitaria.

Y, con lo descrito, también debe añadirse otros factores que permiten la construcción de una colectividad incluyente y participativa; la armonización de los actores por su situación generacional, de género y de discapacidades. Ya que al fin y al cabo, todos somos parte de una misma matriz que nos debe conducir por mejores derroteros: la condición humana.

En Otavalo se siente un ambiente cosmopolita, en donde sus habitantes van sumándose a una dinámica que no se desprende de la vorágine mundial, con problemas y fenómenos sintomáticos de una sociedad propensa a la mercantilización y el individualismo. Esa crisis de valores debe ser rebatida con aquella herencia orgullosamente bolivariana y con aquel tesón que se desprende del pasado, y sirve de faro que ilumina el camino en proyección futura.

Diario La Hora, octubre 31 del 2011

GOBIERNOS ESTUDIANTILES Y DEMOCRACIA

En el ámbito del crecimiento humano, la consolidación democrática es pertinente desde todos los niveles de interrelación social. En tal sentido, es plausible que al interior de las entidades educativas se propenda a robustecer espacios de participación interactiva, debate razonado y procesos de elección estudiantil.

Tal situación ha evolucionado favorablemente en nuestro país en esta última etapa en donde a través de disposiciones de la ley del ramo se ha ido institucionalizando esta loable práctica de participación escolar. Efectivamente, el alumnado en una dinámica convocatoria eleccionaria interviene en la designación de sus representantes, quienes asumen las directrices de los gobiernos estudiantiles; espacios de fortalecimiento democrático.

A partir de aquello, se generan varios aspectos positivos, como el empoderamiento cívico, por intermedio, de la cabal difusión de los derechos y obligaciones de la población. Así también, la divulgación de los postulados que rigen en el sistema democrático, generando pautas iniciales en la cimentación de valores ciudadanos.

Ante eso, las niñas, niños y adolescentes que cursan estudios en los ámbitos: primario y secundario, asimilan preceptos de convivencia comunitaria: mutuo respeto, tolerancia, discernimiento de planes de trabajo, razonamiento electivo, exigibilidad de sus derechos y acatamiento de sus deberes, dentro y fuera del aula. En síntesis, se va cimentando una conducta positiva en el contexto del desarrollo comunitario y de la construcción ciudadana.

Además, se propende a la visibilización de nuevos liderazgos con enfoque pro-activo, quienes asumen determinada designación en los concejos estudiantiles con responsabilidad y actitud altruista, entendiendo el compromiso institucional, antes que el protagonismo particular. El líder o lideresa del gobierno estudiantil a más del rol conductor, asume la mediación de conflictos entre sus compañeros/as de grado o curso.

Cabe decir, que, esta tarea tiene como principal guía el desprendimiento del docente de la materia afín, quien se suma a las iniciativas de la niñez y juventud, coadyuva en su procesamiento y conduce pedagógicamente a la consecución de los fines previstos.

El estudiante, entonces, empieza a imbuirse del espíritu democrático, que, posteriormente, redundará en una directa intervención e involucramiento en la toma de decisiones en pro del bien común.


Diario El Telégrafo, octubre 26 del 2011

COSMOVISIÓN INDÍGENA Y PRÁCTICA ANCESTRAL

En el artículo “Resistencia Indígena” de mi autoría, publicado en junio del 2010 en este mismo espacio, hice referencia a aspectos del entorno de los pueblos y nacionalidades originarios de nuestro país.

De tal reflexión quedó pendiente una aproximación al derecho consuetudinario y a las prácticas ancestrales. Esta temática me parece pertinente subrayar en vista del manejo ligero que dan ciertos medios de comunicación, cuando se difunden “linchamientos” o lo que califican como “justicia por mano propia”, con lo cual se desorienta a la colectividad respecto de las costumbres, tradiciones, saberes y conocimientos milenarios de las comunidades nativas.

Ante ello, es pertinente reconocer la riqueza indígena a través de su cosmovisión, entendida como una amplia perspectiva de vida en relación a signos y códigos culturales y a una fuerte reivindicación pretérita, que se superpone en vía oral y de manera inter e intra-generacional. Entonces, la juridicidad indígena, engloba una serie de vivencias y postulados ajenos a la mirada occidental, en donde se acogen modos de existencia material y espiritual, características idiomáticas, expresiones festivas, religiosas y gastronómicas, valores comunitarios, formas de organización político-administrativa en una geografía determinada.

La justicia indígena adquiere ribetes propios que comprende la legitimidad de los cabildos y asambleas; instancias desde donde se resuelven los problemas internos de las comunas, con procedimientos como la mediación de conflictos. Con esto, el derecho consuetudinario, se afianza como un mecanismo que debe entenderse complementario al sistema jurídico ordinario. Jamás paralelo o de similar jerarquía, sino incluyente al ordenamiento legal nacional. Esto, considerando la condición unitaria del Estado ecuatoriano.

Sin embargo, a ratos se observa el uso y abuso en la aplicación de los derechos colectivos, los mismos que están amparados por preceptos constitucionales y tratados internacionales, factor que no puede contravenir con tales cuerpos normativos, ni con los elementales derechos humanos. No hay que olvidar el principio del debido proceso, como garantía de un idóneo juzgamiento.

Esta distorsión ha generado una reacción negativa por parte de la población mestiza, sumado a ello el influjo morboso y sensacionalista de la prensa “independiente” que califica los casos de delitos o infracciones cometidos en jurisdicciones indígenas, desde concepciones neocolonialistas, sin considerar la complejidad del asunto indígena, el cual está atravesado históricamente por el oprobio y la inequidad.

Esta realidad conlleva a una compartida responsabilidad de los actores inmersos: representantes de las Funciones del Estado (especialmente la Judicial), dirigentes indígenas, periodistas, educadores, etc., en la ardua tarea de discutir la importancia de entender nuestra heredad indígena, de incorporarla a la estructura judicial y, algo que me parece medular, contribuir en la construcción de una sociedad armónica y orgullosa de su dimensión multiétnica.


Diario El Telégrafo, octubre 19 del 2011

30-S: RESTROSPECTIVA Y MIRADA AL FUTURO

El 30 de septiembre del 2010 es una fecha de ingrata recordación en las páginas de la historia inmediata del Ecuador, ya que la paz y seguridad colectiva se vio afectada por un intransigente reclamo policial. Los sucesos acaecidos en aquel aciago día han sido valorados desde diferentes ópticas, según la mirada interpretativa de los actores involucrados y de la ciudadanía común.

En tal sentido, hay que recordar que las demandas de la fuerza pública superaron las dimensiones meramente salariales y de reconocimiento formal (insignias y condecoraciones). El descontento policial -reflejado en una revuelta pública- tuvo otras connotaciones de evidente desestabilización institucional. Los hechos hablan por sí solos: agresión presidencial, toma de pistas aéreas, interrupción de la tarea legislativa, amotinamiento en cuarteles, pronunciamientos atentatorios al Estado de Derecho, irrupción en medios informativos estatales, interrupción del tránsito, violencia en las calles, quema de llantas, emisión de gases lacrimógenos, disparo de proyectiles, heridos y muertos. Asimismo, robos, asaltos y saqueos patentizaron la indefensión de la gente. En definitiva, varias horas de convulsión e incertidumbre social.

La obligada retención del presidente Rafael Correa en la casa de salud, por tropas uniformadas fue ciertamente injustificable, y, con ello, la actuación posterior de la oposición política, en donde se revelaron protervos afanes conspiradores y golpistas, contando para el efecto, con la anuencia de la inteligencia norteamericana, según lo detalla Eva Golinger. Así también, se colige que sectores de derecha (Sociedad Patriótica, Madera de Guerrero, PRIAN, entre otros) aplaudieron dicha sublevación y, sus acólitos provenientes de una supuesta “izquierda radical” (MPD, Pachakutik) convocaron a un frustrado levantamiento en contra del régimen. Al contrario de ello, la gente emergió, sobre todo en Quito, desde la indignación para defender la democracia y “luchar hasta las últimas consecuencias”, como relata María del Carmen Garcés.

Lo gravitante de este acontecimiento fue la ruptura democrática; atentatoria al marco legal vigente. Y, el deterioro de la entidad policial, cuya legitimidad se vio severamente afectada dentro y fuera de su estructura orgánica. La gente perdió la confianza en los gendarmes, quienes actuaron desde la barbarie. Como lo expresó en un cartel María Fernanda Restrepo, aquel fatídico 30-S, en las afueras del Regimiento Quito: “Los que están armados jamás pueden dialogar”. Eso es lo que le hace falta al Ecuador: un diálogo sin máscaras, ajeno a las mezquindades y abierto a las sugerencias y alternativas de solución ante los grandes problemas que aquejan a la nación.

En tanto, tras las lamentables secuelas aún continúan las investigaciones en las instancias judiciales, sin que se esclarezca este episodio de manera contundente y se sancione a sus principales responsables.

Que el 30-S del año pasado nos sirva de testimonio cardinal en la perspectiva de radicalizar nuestra democracia, la misma que no deja de ser vulnerable como consecuencia de sus raíces heredadas y, que, la madurez ciudadana coadyuve a cimentar renovadas directrices y fortificar remozados liderazgos en la clase política ecuatoriana.


Diario El Telégrafo, octubre 16 del 2011

VERSO VITAL Y FUEGO PERDURABLE


La poesía es la expresión fidedigna del ser humano, en cuya esencia emerge el dolor y la rebeldía, la tentación y el martirio, la cavilación y el ensueño. Las palabras se funden en un torrente de ideas provenientes de la nada, en pos de la perpetuidad del verso.

La intimidad traspasa el papel y se perenniza en un ritual taciturno, en donde el poeta se sumerge en mares lejanos y se desangra a partir del vital oficio. Entonces, aparece el acto mágico de la creación y recreación literaria, sin ambages, libre como los colibríes, a la vez que, lacerante como la condición del expatriado.

Carmen Váscones considera que “la poesía, es una constancia del abrazo entre la composición y descomposición, entre la destrucción, construcción y reparación, entre la muerte y la vida, entre el cielo y el fuego, entre lo bestial y humano, entre la nada y la palabra. Entre tú y yo”.

“Palabra de Dragón” (Casa de la Cultura Ecuatoriana – Núcleo de Chimborazo, agosto del 2011), es el poemario perteneciente a Patricia Noriega Rivera. Un cántico irreverente de búsquedas y cuestionamientos, de penumbra y precipicio, de lascivia y pasión, de ímpetu y redención, de infancia y melancolía.

El amor y el desamor asoman en una recurrente línea descriptiva, a la par, que, se dibujan sintetizados esos detalles comunes que van marcando la huella existencial. Las lágrimas de esta poeta se transforman en estalactitas que superan el acto ordinario. El recuerdo se interpone con el horizonte; es la sombra de la noche asomando en la rendija de las habitaciones prohibidas, son los espejos que proyectan cuerpos aletargados ante el umbral del precipicio. Como lo describe la autora: “Entonces empezó a serpentear/ y danzamos en medio del vino./ Mi brazo en su espalda y su mano en mis ojos./ Nos arrogamos de inmortalidad/ al ver nuestros cuerpos en el techo,/ cuando conocimos la libertad de los animales/ desnudos”.

Es el erotismo que se dispone a recorrer en la piel de las conciencias desmitificadas de amaneceres clandestinos, es la furia de los fonemas que erizan la piel de las beatas dominicales, es la celebración del acto carnal y de la evocación lúdica: “Contigo me pierdo en medio del cinismo,/ así como en la escritura,/ que es la soledad total,/ es uno devorándose a sí mismo,/ es el eco del grito”.

Las piezas poéticas están debidamente agrupadas en capítulos, en donde se anteponen subtítulos precisos y sugerentes. Se denota un trabajo de depuración textual.

Patricia Noriega enciende a las almas perdidas con su discurso lírico dedicado a la tierra y al culto de la pacha mama, a la amistad perdurable y al influjo de la ciudad vacía. Ella interpreta su cosmogonía a través de la tinta y el silencio. Invoca al jaguar y se abraza entre la lluvia con el mítico dragón.


Diario El Telégrafo, octubre 12 del 2011