viernes, 11 de noviembre de 2011

Otavalo: advocación telúrica y bolivariana


En esa evocación telúrica de constante arraigo al suelo natal, Otavalo convive con un legado vital, de manos del libertador Simón Bolívar, tras decreto suscrito aquel 31 de octubre de 1829. Con tal antecedente, conviene relievar la condición bolivariana de este pedazo de suelo imbabureño, henchido de magia paisajística y de una honda convicción de afecto humano. Esa rebosante herencia debe ser debidamente interpretada en la contemporaneidad. Junto con la advocación bolivariana, este rincón sarance se nutre de un pasado glorioso que resalta a través de sus etapas político-administrativas, como señorío, corregimiento, asiento, villa y, ciudad.

Otavalo es cuna de la interculturalidad, esto es, escenario geográfico andino de fuerte raigambre indígena y de una inevitable mixtura mestiza. A ello, se suman asentamientos minoritarios afrodescendientes y grupos migratorios, como efecto de una acelerada movilidad social. En tal esfera, el Valle del Amanecer -como lo definiera Aníbal Buitrón- persiste en rasgos esenciales que caracterizan su condición de pueblo pujante y libérrimo, como son: diversidad, talento, creatividad, bondad turística y apego al emprendimiento en sus diversos órdenes.

Desde luego, que, al poseer potenciales que se sintetizan en lo turístico, productivo y artesanal, es de entender la complejidad de su desarrollo, visto desde la integralidad de los ámbitos inmersos. En esto, hay que insistir en la irremediable búsqueda de diálogo y acercamiento entre las diversidades étnico-culturales, en una exploración interminable de las aristas que configuran la identidad otavaleña. El respeto a la otredad nos faculta un cabal reconocimiento de la sociedad en su más amplia concepción. Esa actitud ciudadana debe aflorar, como antítesis a ciertos rezagos racistas que aún perviven en estratos sociales acomplejados de su propia realidad comunitaria.

Y, con lo descrito, también debe añadirse otros factores que permiten la construcción de una colectividad incluyente y participativa; la armonización de los actores por su situación generacional, de género y de discapacidades. Ya que al fin y al cabo, todos somos parte de una misma matriz que nos debe conducir por mejores derroteros: la condición humana.

En Otavalo se siente un ambiente cosmopolita, en donde sus habitantes van sumándose a una dinámica que no se desprende de la vorágine mundial, con problemas y fenómenos sintomáticos de una sociedad propensa a la mercantilización y el individualismo. Esa crisis de valores debe ser rebatida con aquella herencia orgullosamente bolivariana y con aquel tesón que se desprende del pasado, y sirve de faro que ilumina el camino en proyección futura.

Diario La Hora, octubre 31 del 2011

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