miércoles, 27 de octubre de 2010

FANTASÍA Y ESPECTÁCULO EN EL GRAMADO


Con el presente texto cierro la serie de comentarios relativos al denominado rey de los deportes: el fútbol.

En esta entrega haré brevemente énfasis a su procedimiento evolutivo, sentido anecdotario, vínculo inexorable entre el balón y el pueblo, su fiesta principal, incidencia mercantilista, entre otros aspectos inherentes a la tradición futbolera.

Es bien difundido que el fútbol tuvo sus principios reglamentarios en Inglaterra. Aunque también se conoce que históricamente las comunidades primigenias de China practicaron un juego cercano a la pelota y los pies. Similar destreza lúdica se sabe hubo en la antigüedad en los grupos sociales egipcios y japoneses. Y, no se descarta que en otros territorios también se haya replicado esta actividad cargada de potencia y dinamismo.

El primer mundial de fútbol se realizó en Uruguay en 1930. El país anfitrión de consagró campeón. Louis Laurent fue el primer anotador de la historia de los mundiales, representando a su nación contra México. Desde aquella época el fútbol tendió a profesionalizarse; se mercantilizó perdiendo cierto encanto. Entró a formar parte del libre mercado. Del negocio lucrativo. De la explotación laboral. De la fama fútil y el desplome humano.

El fútbol latinoamericano tiene afinidad al toque suave, creativo, al pase corto, demorado en la jugada inmediata, sobrepoblado de gambetas, a la individualidad que impone la propia sobrevivencia del hombre-jugador. En tanto, que el fútbol europeo es mecanicista, rudo, regulado en la precisión geométrica, rápido y exigente en el desempeño físico, en otras palabras, calificado por algunos como profesional y moderno. Y, en esa modernidad, el fútbol pierde el sortilegio de la barriada, de la inocencia infantil en las improvisadas canchas de tierra, de la dignidad por defender los símbolos del club. En el libro “El fútbol a sol y sombra” de Eduardo Galeano, el autor considera que “El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía”.

El fútbol es fiesta, carnaval y entretenimiento. Derrota, impotencia y lamento. El estadio habla a través del público. Grita sin descanso como un loco personaje extraído del manicomio (aunque todos sabemos que el verdadero manicomio no se encuentra al interior de cuatro paredes desgastadas y sucias, sino en los exteriores de ese frío edificio construido de cemento e indiferencia). Este deporte le perteneció por mucho tiempo al género masculino. Pero hoy, la mujer ha ingresado en esta esfera de entrenamientos, partidos oficiales, contrataciones y farándula. El fútbol es universal. No tiene género. Le pertenece a todos y a todas.

Tras el pitazo final, regreso nuevamente a la mirada de Galeano: “En el fútbol, ritual sublimación de la guerra, once hombres de pantalón corto son la espada del barrio, la ciudad o la nación. Estos guerreros sin armas ni corazas exorcizan los demonios de la multitud, y le confirman la fe: en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres e hijos”.

Artículo publicado en El Telégrafo, 11 de agosto del 2010, pág.08

Fútbol: pasión y sentimiento de masas


El fútbol tiene un lenguaje propio. Es un deporte que convoca a la emoción y al esfuerzo particular y grupal. Apasionante para muchos, banal para algunos, el juego de la pelota es una manera desenfrenada de desechar pesares y un ejercicio inconsciente de catarsis social.

El fútbol se relaciona con el hecho cultural. Se acerca a la cultura de masas. Por lo tanto, no conoce de fronteras. Coexiste en la cotidianidad. Jorge Valdano manifiesta que “el fútbol es cultura porque responde siempre a una determinada forma de ser. Los jugadores actúan como el público exige, de forma que el fútbol se termina pareciendo al sitio donde crece”. En buena parte la idiosincrasia se ve expresada en las actitudes y particularidades que tienen los equipos. Este deporte se convierte en un elemento complementario de la identidad popular.

El fútbol le pertenece al pueblo. A ratos aturdido. A veces melancólico. Siempre esperanzado. El ritual inicia tras el movimiento del balón. La felicidad del aficionado se detiene en el tiempo, se reproduce en las calles, en las plazas y, desde luego, en los estadios: monumentos destinados al derrumbe de multitudes en donde se conjugan gritos infinitos y lágrimas anónimas; templos aturdidos de ruido y fiesta.

El árbitro: individuo con vestimenta negra (guardando la tradición), cuyo accionar lo vuelve enemigo común; juez que monitorea y controla lo incontrolable, esto es, el desborde del balón en medio de las pasiones humanas.

Daniel Samper Pizano cree que “el fútbol es mucho más que veintidós hombres y una pelota de cuero. Hay algo más que alegría en protagonistas y espectadores cuando se produce un buen pase, y hay mucha más que la felicidad pasajera de los dos puntos cuando revienta el gol de la victoria. El fútbol es una fuerza que brota de la última víscera, de lo más hondo de la existencia, de las aguas oscuras del conflicto humano”. Es un sentimiento que se desborda desde la subjetividad del hombre, es el placer del fanático reducido a cada fin de semana. La cancha tiene el color de la esperanza. Acoge con maltrato a esos 22 gladiadores que se sumergen en su césped en defensa de una camiseta. Cada partido atrae tensión y nerviosismo. Un tiro de esquina es una opción a la meta trazada. El disparo de un penal es la puerta abierta a la consolidación del ansiado gol. Son 90 minutos en donde la angustia y el vértigo se anidan en la hinchada.

El fútbol al ser espacio de creación, también se relaciona con la manifestación literaria. Pier Paolo Pasolini asevera que “en el fútbol hay momentos que son exclusivamente poéticos: uno de ellos es el momento del gol. Cada gol es siempre una invención, una subversión del código, cada gol es ineluctabilidad, atropello, estupor, irreversibilidad. Tal como la palabra poética”. En definitiva como describe el propio Pasolini: “El fútbol que expresa más goles es el fútbol más poético”.

Artículo publicado en El Telégrafo, 04 de agosto del 2010, pág.08

El milagro del fútbol


El fútbol mueve masas. Agita corazones. Se inserta en la profundidad de los más variados estratos sociales. Por ejemplo, en los barrios marginales, en donde la figura del balón de cuero es tan solo un espejismo.

El fútbol es pasión descarnada; sinfonía de orquestas disímiles cuyas características se entremezclan con la habilidad individual y el solidario ritmo colectivo. Es desprendimiento y tentación. Fama y desdicha.

Domingo tras domingo los estadios son testigos de la fiebre humana, del hincha común, del parcero anónimo que intercambia el fracaso diario y el aliento de esperanza. La cerveza se riega en los cuerpos sufridos de los espectadores. Las barras complementan el jolgorio en medio de la jungla y el sol canicular. El fútbol es sinónimo de intuición, fortaleza, disciplina, parsimonia y ñeque en el gramado.

Todo va bien hasta cuando reflexionamos sobre la mercantilización de este noble deporte. Todo tiene sentido y lógica, hasta cuando reparamos en su afán de lucro y espectáculo, el mismo que esconde poderosos intereses comerciales, mediáticos, publicitarios, económicos y, hasta políticos. Otra vez el ogro del poder acechando con sus inmensos tentáculos. Aquí cabe la sentencia de Daniel Samper Pizano: “El fútbol es un fenómeno social pero, hasta el momento, está mejor vendido que jugado”.

Entonces cuando caemos en cuenta de esta triste realidad, el fútbol pierde su encanto, se evapora la gambeta mágica, y el estilo del toque suave y suscitador se pierde en la neblina de días pasados y, en este caso, mejores. Y recordamos las jornadas felices en donde la pelota era de trapo o de periódicos marchitos y, los arcos se confeccionaban con la ropa de los protagonistas o de las piedras que se recogían de los alrededores de la canchita maltratada por el sistema que ha privilegiado a unos pocos en perjuicio de la mayoría. Y es -irónicamente- de esa mayoría de donde han surgido los genios del fútbol.

Por eso el fanático -ese personaje pintarrajeado de ilusiones, aturdido entre gritos incesantes, disfrazado con la ilusión de la gloria, abanderado del pitazo inicial- prefiere el juego bonito (jogo bonito) que se impone a fuerza de la destreza del típico astro futbolero, que se desplaza sonriente junto con el pase perfecto, que armoniza las jugadas retenidas en el tiempo y en el espacio, que entreteje el camino hacia las redes, para gritar al unísono el gol. En otras palabras, la poesía en la cancha. Como dice Héctor Negro: “El ritual o la fiesta del domingo, que han hecho/ para que crezca el fútbol con milagro de pan./ El gol vendrá estallando desde truenos dispersos/ y su eco prodigioso ya no se apagará./ Regueros rumorosos volcarán los regresos/ y más allá del lunes la pasión arderá”.

El fútbol es un diálogo íntimo con la pelota, el sutil encanto de la número cinco expresando el lenguaje universal de la estética. Más allá de certámenes rimbombantes, jingles auspiciosos, documentos precontractuales, premios onerosos, cuya finalidad se divorcia con el honor y sudor a la camiseta.
El fútbol tiene códigos que se perennizan con el aplauso de la gente, con las lágrimas derramadas ante el resultado adverso, con el inagotable abrazo que emana del triunfo, con la amistad transmitida por el intercambio de camisetas, con el cúmulo de acciones que le hacen un deporte creíble, amado y sensible. Y, por supuesto, popular.

Artículo publicado en El Telégrafo, 28 de julio del 2010, pág.08

COMUNICACIÓN ORGANIZACIONAL


Para abordar el tema expuesto es necesario referirme de manera general a la comunicación.
En tal sentido, podemos definir a la comunicación como un proceso interactivo con el cual el hombre transmite ideas, sensaciones, emociones, sentimientos hacia el resto del conjunto de la sociedad, sean una o más personas. En cierto modo la comunicación tiene el influjo de su entorno socio-cultural, de los sistemas: político y económico que van imponiéndose desde las estructuras de poder, del entorno sociológico y ambiental. Esa incidencia influye en la aplicación de los modelos comunicacionales.
Incluso me atrevería a sentenciar que las comunidades humanas poseen como eje esencial las relaciones interpersonales y, a partir de ese hecho cotidiano, pero no por eso menos relevante, los diferentes actores sociales construyen vínculos interactivos en escenarios indistintos, como el hogar, el aula, el barrio, el lugar de trabajo, el centro de diversión, el negocio privado, el ente estatal, etc.
Según Rodrigo Santillán Peralbo: “Solo cuando se establece una correlación recíproca entre significados que se intercambian se produce el proceso de comunicación. Si existe correspondencia entre los códigos (entendido que el código como término del acto comunicativo es el idioma, que obligadamente tiene que ser el mismo entre emisor y receptor, de lo contrario no habrá comunicación) del comunicador y del perceptor, el mensaje tiene grandes posibilidades de éxito; es decir, los referentes lingüísticos deben ser iguales entre emisor y receptor”.
En la interrelación del hombre con el fenómeno social, ha sido esencial la aplicación de un sistema comunicativo, a partir de mecanismos e instrumentos (lenguaje táctil, oral, visual, escrito, alfabeto, papiro, tinta, imprenta, papel, video, etc.) desarrollados por los integrantes de la colectividad, paralelo a las diferentes etapas histórico-culturales. A lo largo de la historia de la humanidad su evolución ha sido ciertamente vertiginosa. Hoy nos encontramos enfrentados a la vorágine de las tecnologías de la información y la comunicación.
Con tales antecedentes, la comunicación organizacional es el eje vinculante de la entidad o corporación entre sí con su comunidad cuya dinámica va configurando una verdadera cultura organizacional a través de la formulación de un plan estratégico.
Dicho aquello, la comunicación en la existencia corporativa se vuelve una necesidad elemental, ya sea, para que fluya una interconectividad entre los públicos internos, o, para que la relación entre la entidad y los públicos externos se convalide en la práctica cotidiana, desde una lógica que brinde respuestas con responsabilidad social, legitimando así, la vigencia y permanencia institucional en el imaginario colectivo.
Es lógico considerar que las instituciones a partir de sus políticas, metas y objetivos planteados pretendan -como mecanismo de posicionamiento- la proyección al conjunto de la comunidad a la que se deben. En gran medida, la razón de ser y de existir de los entes colegiados son los públicos. En la empresa privada: los clientes y consumidores; en la institucionalidad pública: los usuarios, beneficiarios, en suma, la ciudadanía. Como dice Germán Hennessey Noguera: “Si las organizaciones son colectivos humanos, la comunicación es una necesidad de las organizaciones. La comunicación debe ser una gestión no propiedad de una persona, sino apropiada por todas las personas; no excluyente, sino incluyente. Comunicación no debe ser una gestión externa a la gente, sino para la gente, con la gente y por la gente”.

Artículo publicado en El Telégrafo, 21 de julio del 2010, pág.08

Publicidad y responsabilidad mediática


Los medios de comunicación masivos tienen un compromiso determinante en su ámbito de acción social. La función que cumplen no se limita tan sólo al proceso informativo o a la transmisión de los principales hechos. Sino, que, también, se convierten en catalizadores de la realidad circundante, con lo cual, directa o indirectamente, influyen en el devenir comunitario.

Los medios transmiten sensaciones, emociones, pensamientos, sentimientos, sucesos. Con ello, reflejan la crudeza de los actos, a ratos, en “vivo y en directo”. El lector, oyente o televidente asimila tal fenómeno comunicacional, con lo cual obtiene elementos de juicio que le permiten definir un determinado razonamiento o conclusión.

Por tal motivo, la regulación del aspecto publicitario en la esfera mediática a través de un cuerpo jurídico será vista de forma positiva, concomitante al impacto que éste tiene en la comunidad. La Asamblea Nacional discute recogiendo las recomendaciones de la comisión especial respectiva -no obstante de dilaciones y poca seriedad parlamentaria- lineamientos que arriben a un consenso de cara a la aprobación de la Ley Orgánica de Comunicación. Al momento se agota el análisis de propuestas de diferentes bancadas legislativas, gremios profesionales, actores sociales y de ciertos asambleístas tras iniciativa particular.

En lo relativo al tema publicitario resalta la responsabilidad social de los medios sobre el pautaje que efectivicen en su malla programática. Hay varios parámetros que deben medirse más allá de la norma legal. Es indudable que debe prevalecer la condición ética del anunciante, por encima de la tendencia utilitaria y el objetivo pragmático de convencimiento del potencial cliente o comprador. Si la publicidad es considerada como “una forma destinada a difundir o informar al público sobre un bien o servicio a través de los medios de comunicación con el objetivo de motivar al público hacia una acción de consumo” (www.es.wikipedia.org), es evidente que el Estado como ente de control público debe establecer ciertas “reglas del juego” que permitan, por un lado, generar mecanismos de divulgación empresarial y corporativa y, por otro, crear un ambiente idóneo para que la ciudadanía defina por cuenta propia sus necesidades y requerimientos de consumo.

En más de una ocasión se ha puesto en el tapete de discusión la manera poco creativa de difundir productos publicitarios. Mujeres semi-desnudas, cuerpos esbeltos, sexismo, violencia visual, tendencia consumista en grado extremo, son elementos visibles en la prensa escrita y, con mayor fuerza en la TV (menos en la radio), los mismos que degeneran la verdadera vocación del concepto publicista. Por ello, tras la evolución institucional en nuestro país en los últimos años, el ciudadano/a (antes que consumidor/a) tiene espacios de reclamo y denuncia. Así por ejemplo, la Defensoría del Pueblo. Igualmente, se plantean mecanismos de protección infantil y adolescente.

Es legítimo que los entes empresariales, industriales, productivos, propendan a estimular la adquisición de sus productos y prestación de servicios, pero eso, no implica, que trastoquen ni lesionen los elementales preceptos de moralidad y sentido común de la gente.

Por otra parte, la potencial ley también controlaría que en época electoral los medios se circunscriban a las políticas de la función electoral, en cuanto a la distribución de propaganda. Tal hecho, democratiza la participación ciudadana y, motiva a la intervención en los procesos eleccionarios. Tras la aprobación de la mentada ley se aspira a que nuestro país tenga un instrumento legal viable en relación a la difusión de spots y cuñas en los medios de comunicación.

Artículo publicado en El Telégrafo / 14 de julio del 2010 / pág.08

BASTIDAS O LA MANO DADORA DE EXPRESIÓN


José Bastidas Narváez (Otavalo, 1960) es un hombre sencillo, de apariencia carismática, pequeño de estatura, pero inmenso de sentimientos nobles. Él transmuta a través de la paleta sueños propios y ajenos, transfigura en el óleo seres extraños que develan la crueldad humana, establece cánones a partir de hechos individuales que marcan huellas indelebles, sugiere signos que decantan la tragicomedia de una época maquillada de modernidad.

Artista con ese hálito característico de la sensibilidad, transita por los caminos insospechados del fenómeno pictórico. Le apuesta a los colores intensos, como la lluvia que reaparece con apremio en invierno. Él conoce de la solidaridad desde la infancia, por ello, su conducta se acerca a la preocupación social. Silencioso gira alrededor de la cátedra y el enunciado lúdico. Las horas noctámbulas sirven de temporalidad para el desarrollo creativo. Como un explorador nato, Bastidas insiste en la búsqueda de nuevas respuestas a esas añejas interrogantes filosóficas. Para Marco Antonio Rodríguez, el citado pintor elabora un discurso “que enseña una manera de ir estructurando sus composiciones, entre variantes y signologías, entre fondos y formas, como quien extrae la materia ambicionada de una cantera que está explotando con febrilidad y pasión”. Cantera en donde se acumulan determinados preceptos de vida; mujeres endemoniadas con el fragor de la tentación, hombres ensimismados ante la destrucción ambiental, figuras fantasmagóricas extraídas de mundos ajenos, criaturas grises atrapadas en la deteriorada fauna, en suma, actos cotidianos observados con sarcasmo e irreverencia.

De mirada transparente y risueña, Bastidas entreteje su propuesta creacional con humildad, sin desprenderse de la subjetividad que convierte a su obra en un vendaval de alto componente humano. Él trabaja ausente de elogios públicos, concentrándose en la amalgama de lo medular: el arte plástico. Cabe decir que su paso por el Colegio “Daniel Reyes” y la Universidad Central del Ecuador (Escuela de Educación Técnica, Facultad de Filosofía) coadyuvó en el afán del perfeccionamiento profesional. La crítica de arte, Inés Flores sentencia: “Sensible con el hombre del pueblo, el pintor hace sus personajes -trabajadores, músicos populares, señoritas del común, etc.- el objeto básico de su temática. Y trata cada uno de sus asuntos de modo espontáneo y directo, sin refinamientos ni preocupaciones esteticistas, con un dibujo fuerte, de rasgos estilizados y una paleta de colores intensos. Las veladuras en la obra de Bastidas contribuyen a matizar, los efectos cromáticos, en el contexto de una composición equilibrada y firme”.

Bastidas es un pintor con oficio definido, entre la lontananza de lo banal y el ansia de lo estético. Ha expuesto en varias ciudades de nuestro país. Así también, en España, Colombia, Venezuela, México, Costa Rica, Bolivia, Brasil, Suiza, Chile, Argentina, Bulgaria, Egipto. En el pasado mes de junio, el Museo de Arte de Queens, en Nueva York (Estados Unidos) abrió sus puertas para exhibir su reciente obra en una muestra con el título “Juegos Cromáticos”.

Este pintor abstrae lo insubstancial en la perspectiva elocuente de trascender con la pincelada precisa. Él posee la mano -o mejor dicho- las manos dadoras de expresión que a su vez redescubren a la hermosura.

Artículo publicado en el Telégrafo / 07 de julio del 2010 / pág.08

ALBA


La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) es un acuerdo histórico, que recoge el legado integracionista de Simón Bolívar. A partir de la afirmación de la unidad en la diversidad, los países miembros (Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Mancomunidad de Dominica, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda) coinciden en la impostergable necesidad de sumar esfuerzos comunes en los aspectos: político, económico, productivo, ambiental, cultural. En esa línea promueven proyectos en las áreas de la educación, salud, ciencia, tecnología, turismo, industria, comercio, telecomunicaciones, infraestructura, energía y minería.
Esta propuesta tiene como peculiaridad la cooperación de los citados Estados y, paralelamente, el intercambio de experiencias de los movimientos sociales, en un andamiaje ciudadano incluyente y democrático. Al respecto, conviene subrayar el alto sentido convocante de la ALBA, en términos de radicalizar la concepción democrática. De alguna manera se retoma el criterio de Heinz Dieterich sobre democracia participativa. Él cree que ésta es “… la capacidad real de la mayoría ciudadana de decidir sobre los principales asuntos políticos de la nación. En este sentido, se trata de una ampliación cualitativa de la democracia formal, en la cual el único poder de decisión política reside en el sufragio periódico por partidos-personajes políticos. En la democracia participativa, dicha capacidad no será coyuntural y exclusiva de la esfera política, sino permanente y extensiva a todas las esferas de la vida social…”.
La ALBA irrumpe en la agenda regional a fines del 2004, con la denominación de Alternativa Bolivariana para las Américas, reivindicando la lucidez libertaria de Bolívar, Martí, Sucre, O’Higgins, San Martín, Sandino, entre otros pensadores y estrategas que propugnaron la creación de la patria grande. Es innegable el componente ideológico de la ALBA, cuyo enfoque propugna un socialismo de nuevo tipo; la práctica consistente y consecuente con el remozamiento de una izquierda que responda a los actuales momentos de los pueblos americanos y, que, a través de su ideario y tesis basadas en nuestra realidad, contraponga alternativas viables al desgastado modelo capitalista. Asimismo, las visiones coincidentes de varios países de nuestro continente, repercuten en una posición geopolítica radical, cuya perspectiva es ir trazando lineamientos concretos concomitantes al respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe.
En tal sentido, el 24 y 25 de junio en Otavalo, se desarrolló la X Cumbre de la ALBA, con la participación de centenares de delegaciones diplomáticas, autoridades indígenas y afrodescendientes, la presencia de los mandatarios: Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, de Venezuela, Bolivia y Ecuador, respectivamente y, de Esteban Lazo, vicepresidente de Cuba. Al final del evento se suscribió la Declaración de Otavalo.
De este documento se desprende “la construcción de un modelo alternativo de soberanía económica expresado en una Nueva Arquitectura Financiera (…) para consolidar un sistema de intercambio y cooperación recíproco, solidario, participativo y complementario, que fortalezca nuestra soberanía alimentaria”. Así también el “compromiso para avanzar en los procesos de construcción de sociedades incluyentes, culturalmente diversas y ambientalmente responsables, que excluyan la explotación del ser humano, en las que existan condiciones para un diálogo entre iguales y un intercambio real de saberes, conocimientos y visiones en nuestra región”.
Cabe decir que en la Cumbre -como eje central- se discutieron preceptos relativos a la interculturalidad, plurinacionalidad y aplicación de políticas públicas que superen los complejos racistas, es decir, temas propios de nuestras naciones heterogéneas.

Artículo publicado en diario El Telégrafo / 30 de junio del 2010 / pág.08
Fotografía: Thalía Ambrossi

miércoles, 28 de julio de 2010

GUSTAVO A. JÁCOME; EL MAESTRO


Otavalo tiene un hijo predilecto: Gustavo Alfredo Jácome (1912). De él no se puede hacer exclusiva referencia sólo como poeta, sino, también, como narrador, literato, estudioso de la estilística, hombre preocupado por su entorno y las circunstancias propias de la vida y, maestro, en el más amplio sentido semántico de la expresión, derivado desde los confines bíblicos.

Gustavo A. Jácome, proviene de la estirpe normalista del Juan Montalvo. Su vasto conocimiento en Ciencias de la Educación, lo impulsó al ejercicio docente por décadas en la Universidad Central del Ecuador. Su perspectiva narrativa se junta con el sendero indigenista, tal como se revela en “Porqué se fueron las garzas” (Premio “José Mejía Lequerica”, 1980). Tal vez, por su apego telúrico y la preocupación del fenómeno interétnico sarance. En el plano profesional sobresale su asesoramiento a la UNESCO. La apasionante vocación en las aulas le permitió la creación de hermosas piezas poéticas dirigidas a la niñez; “Luz y Cristal” y “Amparito”. Este último trabajo según el autor, compendia su propia infancia.

Jácome a más de “Porqué se fueron las garzas” ha escrito “Los Pucho-Remaches”, “Siete Cuentos”, “Barro Dolorido”, “Viñetas Otavaleñas”, “Romancero Otavaleño”, “Estudios Estilísticos”, entre alrededor de 40 obras. De manera rigurosa ha realizado trabajos sobre César Dávila Andrade, Gonzalo Escudero, César Vallejo, Rubén Darío y, textos pedagógicos. Guarda con entusiasmo la enseñanza acogida en la escuela “Diez de Agosto”, particularmente, la cátedra impartida por otro prohombre coterráneo: Fernando Chaves Reyes (olvidado a causa de una prolongada y silenciosa desmemoria colectiva). De su reciente producción bibliográfica aparecen “Gazapos Académicos en Ortografía de la Lengua Española” y la reedición de un par de textos.

Marcelo Valdospinos Rubio califica a este maestro y estudioso de las letras como: “Doctor en otavaleñidad”, parodiando a lo que en su momento Benjamín Carrión expresara de Pío Jaramillo Alvarado: “Doctor en ecuatorianidad”. El propio fundador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana definió así a nuestro personaje: “Caso excepcional este de Gustavo Alfredo Jácome dentro del hacer intelectual: el hombre que transita por todos los caminos de la literatura y del pensamiento, con paso seguro, sin vacilaciones… Es un alto apreciador literario… Jácome es, ante todo, un hombre. Con poder de Maestría. O sea de repartir sus dones entre sus semejantes”.

Jácome como formador de generaciones conoció de manera integral la realidad del sistema educativo ecuatoriano, en vista de su vinculación en los diversos niveles (del primario al universitario). Él es el caballero sensible de las ausencias prolongadas de la tierra natal. Podría especular que el hálito de chagritud, o sea, de profundo respeto y cariño al lugar de procedencia permitió transmitir su canto y Balada de Amor a Otavalo (cada verso lúcido y bondadoso refleja los sentimientos íntimos de este vate por excelencia). Esa sensibilidad le motivó donar la biblioteca particular (cuatro mil libros) a su ciudad de origen; acto éste de desprendimiento y desinterés.
Ante ello, el Municipio otavaleño se ha comprometido a edificar un ambicioso y moderno complejo cultural comunitario que llevará su nombre.

Es inevitable compartir la querencia al lomerío y al espejo azul, en época veraniega, descrita por Jácome: “En la esplendidez del cielo veraniego, el ocaso diluye su tristeza. Silenciosa, y dulcemente, en la pálida mejilla de la tarde, comienza a brillar, trémula, como una lágrima, la primera estrella. Paz. Silencio. Y un sentimiento inefable que sube del corazón y florece en los labios: Otavalo…”.

Artículo publicado en diario El Telégrafo, pág. 08, junio 23 del 2010

ALFARO Y MARTÍ EN EL SIGLO XXI


La difusión cultural es un instrumento vital para que las naciones latinoamericanas coincidan en la afirmación de las utopías permanentes y los sueños libertarios, no obstante, del irreversible trajinar del tiempo.

Bajo la convocatoria de la Casa Editora Sur-Editores y el auspicio de varias instituciones, en estos días se desarrolla de manera itinerante en Ibarra, Quito, Latacunga, Ambato y Riobamba, una propuesta académico-artística de hondo significado, denominada: “Siglo XXI entre Alfaro y Martí, hacia la integración en América Latina”. Proyecto de socialización de las raíces histórico-políticas que supera al mero enunciado formal y, se apoya en el axioma ratificatorio de la permanente hermandad existente entre la isla cubana y nuestro país. Válida iniciativa que en el aspecto esencial reúne en conversatorios a historiadores y estudiosos del pasado (Froylan González, Addys Cupull, Marcela Costales, Jaime Galarza Zavala, Jorge Núñez), quienes comparten sus indagaciones respecto de esos dos símbolos contagiados de heroicidad y patriotismo: Alfaro y Martí.

Efectivamente, a través del incesante activismo cultural, los citados países han consolidado un camino de respeto a su soberanía y una marcada defensa a su autodeterminación. En ese justo desprendimiento unitario, cabe resaltar el latente principio de solidaridad que incluso ha superado la perspectiva ideológica -aunque es innegable que el apoyo brindado a la tierra de Fidel, tiene como cordón umbilical la lección de rebeldía y de ansia independentista en el fulgor del alba, pese al bloqueo comercial, propaganda contrarrevolucionaria y campaña de desinformación imperialista por más de cinco décadas, acechando al proceso revolucionario cubano- en aras de superponer el decoro de la naturaleza humana.

Pero a más del componente cultural, Cuba y Ecuador han coincidido en términos generales -independiente de las coyunturas gubernamentales-, en una alianza en los aspectos: diplomático, educacional, turístico, médico, científico, comercial, industrial, productivo. Por eso, cada vez que se antepone la tarea insoslayable de integración latinoamericana, se rememora consecuente con la heredad histórica de nuestros pueblos, quienes lucharon por su liberación inicial en el período colonialista español y, en la etapa contemporánea decisiva para América Latina, repiten tal actitud en el marco democrático, en donde emergen vientos de transformación social y el relámpago de la esperanza asusta a los poderosos, reeditando con caracteres particulares en cada región un proceso emancipador contrapuesto al capitalismo salvaje, por tanto, a los designios neocoloniales impuestos desde el norte.

Cuba y Ecuador, también se juntan por medio de la palabra escrita. Su literatura le pertenece a Amerindia y al mundo, por su condición amatoria, cotidiana, vivencial y social.

Cuba y Ecuador arrastran la huella de dos íconos: José Julián Martí y Eloy Alfaro Delgado. Ambos, amantes de la libertad, guerreros de batallas incontables, líderes que traspasaron el umbral del destino, hombres vehementes de carne y hueso que trascendieron al fantasma del olvido, amigos de ideales comunes. Junto a ellos, evocamos las semejanzas y diferencias de sus patrias vigentes y fecundas, en síntesis, de Latinoamérica: territorio de infinitas bondades, dolores inclementes, gobernantes insulsos, pero también, de mujeres y hombres diversos y sencillos, valientes y decididos, sensibles y generosos.

Contagiado de la pretensión integradora transcribo un recado reflexivo de José Martí: “El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber”. Ese deber es, sin duda, la búsqueda insaciable de la dignidad, el progreso y la felicidad de nuestros pueblos con hálito ancestral y espíritu indomable, sin descuidar la inclusión de todo germen insurgente.

Artículo publicado en diario El Telégrafo, pág. 08, junio 16 del 2010

POESÍA EN PARALELO CERO


“Un mensaje de hermandad y de solidaridad para todos los poetas de este Encuentro, para no dejar morir la palabra ante la voracidad de algunos seres humanos que después de saquear a otros ya están agotando las riquezas de la tierra; que nuestras palabras continúen mostrando la belleza del mundo natural y social, y nuestros versos sirvan para demostrar que ‘hoy es siempre todavía’… Si hay poesía y lluvia, hay cosecha". Esta frase-saludo emitida desde la hermana isla de Cuba, por Juan Nicolás Padrón, tras conocer sobre la realización del recital “Voz a Vos” en Otavalo; en el marco del Segundo Encuentro Internacional de Poetas en Ecuador “Poesía en Paralelo Cero”; cuya cobertura incluyó Quito y Esmeraldas (evento desarrollado del 30 de mayo al 05 de junio), resume en buena parte la intención de juntar a través de la estética de la palabra, a varios países del orbe; es decir, a diferentes identidades, concepciones, estilos, complejidades, temáticas que circundan a partir de la condición humana.

En Otavalo se escuchó con atención y de viva voz la creación de 12 poetas provenientes de México, España, Colombia, Chile, Perú, Bolivia, Israel, y, desde luego, Ecuador (Margarito Cuellar, Víctor Cabrera, Isla Correyero, Eloy Sánchez Rosillo, José Luis Díaz-Granados, Malú Urriola, Mario Meléndez, Victoria Guerrero, Vilma Tapia, Margalit Matitiahu, Carlos Eduardo Jaramillo y Yaron Avitov). El tiempo se detuvo a través de los demiurgos de los vates invitados. El público asumió como suyas las estrofas leídas desde la entonación rítmica de los deseos y desdichas. El amor y el desamor fueron fantasmas rondando en la sala “Jaime Andrade Vargas”. La vida y la muerte hicieron un guiño en medio de miradas atónitas y atormentadas por el silencio de nuestras almas. Bebimos el zumo de la tierra otavaleña: el hervido de mora, para aminorar los efectos de la llovizna noctámbula. Fuimos libres entre montañas y tótems milenarios. A partir de códigos secretos pudimos desmitificar a la simbología poética en Otavalo; territorio intercultural de viejos mitos, atrayentes artesanías y encantamiento paisajístico. Adicionalmente, se efectuó la presentación de las memorias del encuentro (voluminosa publicación de El Ángel Editor y la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”), y, de la revista Punto de Partida Nº160 de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuya editora es Carmina Estrada, en donde se recoge y acoge en muestra antológica a 13 jóvenes poetas ecuatorianos.

Escribir es un acto de fe. Y, a la vez, de inmolación. Cada verso guarda un momento imperecedero. Cada imagen recrea el entorno telúrico. Cada idea es un grito desesperado que convoca a la angustia y a la desolación.

Según Xavier Oquendo Troncoso -coordinador general del encuentro-, ese quijote contemporáneo que le apuesta desconsolado a la metáfora: “La poesía, siempre estará al servicio del pueblo… ahí estará, la poesía siempre, mirando desde el futuro el presente. Y buscando la belleza debajo de los escombros que es en lo que se convertirá el mundo. La última sobreviviente será la poesía”.
Con ella, con la última sobreviviente al final del crepúsculo, se agitó el telón delicado del absurdo y la nada; junto al sortilegio de nuestro pueblo orgullosamente andino y la invocación profética de la palabra eterna.

Artículo publicado en diario El Telégrafo, pág. 08, junio 09 del 2010

RESISTENCIA INDÍGENA


La dinámica reciente del movimiento indígena se ha visto nuevamente centrada en la praxis de la resistencia y agitación de las comunidades nativas. Esto, en el marco de serios cuestionamientos a cuerpos jurídicos tendientes a regular temas de trascendencia en la convivencia comunitaria como la minería y el agua.

Ante ello, exento de una interpretación estrictamente legal, que corresponde esgrimir a los entendidos en tal materia, considero pertinente reflexionar en torno a la realidad de los pueblos y nacionalidades indígenas del Ecuador. Cierto es, que determinados dirigentes de las agrupaciones indígenas han devenido a ratos en una retórica etnocentrista que los aleja de la adhesión del resto de la mayoría de la población ecuatoriana. Esta percepción de la dirigencia impide la construcción de un proyecto serio de unidad nacional. Incluso ese liderazgo indio ha tenido más de un reparo de sus propios congéneres. Ariruma Kowii, intelectual kichwa, asevera que “para recuperar la fortaleza del Movimiento Indígena del Ecuador, es importante reconocer los errores que hemos cometido, el no reconocerlos o el slogan de que casa adentro se deben arreglar las cosas, no nos ha ayudado mucho y más bien dicha práctica se ha constituido en el principal instrumento de los intereses individuales y de grupo, que tienen secuestrado la membresía y la conducción del movimiento” (La Verdad, 23-diciembre-2004, pág.07). Intereses que, por citar un par de ejemplos, se han manifestado en el plano electoral y en el acceso a espacios burocráticos de poder.

Sin embargo, desde el equilibrio analítico debemos regresar la mirada al campo y observar su lacerante situación cotidiana. Precisamente, porque el Estado no ha brindado las garantías necesarias para un desarrollo integral de la población distante de la vorágine urbana. No es ninguna novedad señalar que los últimos gobiernos de turno han incumplido con la tarea de reducir la pobreza, concentrada -a simple vista- en la ruralidad; dicho en otras palabras, las condiciones de vida de la gente son deplorables. Según datos proporcionados por el SIISE, al corte de fines del 2009, la sociedad indígena alcanza el 68.4%, del total de la pobreza nacional (36%).

El sector rural sobrevive con pocas opciones que estimulen ingresos económicos, productividad y progreso. Las políticas públicas se vuelven inmediatistas y clientelares. Basta rememorar regímenes populistas que ha propósito de programas oficiales escondieron tras de sí, ingentes redes de corrupción. O gobiernos propulsores del capitalismo salvaje que favorecieron a los grandes propietarios de la tierra y limitaron el ascenso del pequeño y mediano agricultor.

Áreas consideradas prioritarias para el crecimiento humano como educación, salud, vialidad, servicios básicos, fueron en las últimas décadas cimentándose con lentitud extrema. Tal hecho provocó la incontrolable ola migratoria del campo a la ciudad; fenómeno de tremendo impacto social, característico del enfoque globalizador.
Como dato confirmatorio vale recabar las proyecciones de población efectuadas por CEPAR en nuestro país para el año 2010; las cuales de un total de 14’899.000 habitantes, se superpone la estimación urbana (10’250.000), a la rural (4’649.000).

La protesta indígena tiene que ser observada desde la integralidad de la propia cuestión indígena. Diría desde su propia cosmovisión. Más allá de la coyuntural aprobación de cuerpos normativos, debemos reconocer que el Estado ecuatoriano es plurinacional, por precepto constitucional y, porque así irradia su histórica diversidad étnico-cultural. Pero, además hay que insistir en la importancia de la práctica intercultural, desde el respeto y la aceptación al otro. Eso incluye prácticas ancestrales y el derecho consuetudinario; aspectos que serán motivo de otro ejercicio de opinión en esta columna.

Artículo publicado en diario El Telégrafo, pág. 08, junio 02 del 2010

RAYMUNDO MORA Y SU VERDAD ARTÍSTICA


La sensibilidad humana permite acercarnos al embrujo artístico y a las complejidades de la estética creadora, posibilita redescubrir dimensiones insospechadas de sentimientos ocultos, genera elementos determinantes que superan la noción de la realidad. Para Ernesto Sábato “El arte es la manera de ver el mundo de una sensibilidad intensa y curiosa, manera que es propia de cada uno de sus creadores, e intransferible”.

Franklin Raymundo Mora Mediavilla (Otavalo, 1949), es el pintor cautivado de la bondad terrígena, del ambiente solariego, de los callejones empedrados de recuerdos, del reflejo que brota del hombre común, de la inocencia de las personas que deambulan junto con la humildad y, a ratos, con la indigencia.

Mora bosqueja en el lienzo, figuras de raíz tradicional, de carga costumbrista, de procedencia popular, de sello urbano; relacionados con nuestra mágica realidad latinoamericana. Ha utilizado en cada etapa productiva: el lápiz, carbón, acuarela, óleo y la témpera. Para él, pintar “es el oficio de vivir”. Por ello, vive cada instante con regocijo y entusiasmo, la incesante indagación de personajes desconocidos y criaturas noctámbulas; plasmados en cuadros que se asemejan a fotografías extraídas de álbumes añejos. Es impresionante la autenticidad de sus dibujos. Mora se interioriza en el arte como un ritual que, no obstante, ratifica el realismo de su entorno. Cabe aquí, nuevamente, el criterio de Sábato: “No se hace arte, ni se lo siente, con la cabeza sino con el cuerpo entero; con los sentimientos, los pavores, las angustias y hasta los sudores”. Es decir, con los miedos escondidos y audacias prolongadas, con los temores solitarios e incongruencias fugaces.

Raymundo Mora; docente de enseñanza media y superior, retratista, caricaturista y, esencialmente artista plástico, considera que su obra es una “posibilidad de síntesis, de equilibrio, que descubre paisajes subjetivos”. Reticente a las nuevas tecnologías que se juntan con el arte, es partidario de la pintura arraigada al caballete, tal como le inculcaron en el Instituto de Artes Plásticas “Daniel Reyes” de San Antonio de Ibarra. Su afán de mejoramiento profesional le acercó a México -y a la corriente de los muralistas-, al cursar estudios en la Universidad Nacional Autónoma (UNAM). En dicho país, fueron acogidas sus caricaturas en el diario Excelsior. Ganador de varios premios (Primer Premio Nacional de Periodismo Gráfico “Jorge Mantilla Ortega”, Diario El Comercio, 1998), también ha recibido otras distinciones en el territorio nacional. Más de 30 exposiciones individuales y 20 muestras colectivas, dentro y fuera del Ecuador, delatan la relevancia de su trabajo creativo. El universo pictórico de Mora se expande entre la configuración de rostros anónimos envejecidos en el tiempo, bandas populares, huarmis orgullosas de su procedencia kichwa, personalidades extraídas de los libros de historia, duendes juguetones provenientes de relatos fantásticos contados por nuestros mayores, y, paisajes andinos.

Con tono filosófico cree que “hemos llegado a un momento de la historia del arte en el que hay que empezar a construir lo destruido, ha recomponer y a revisar conceptos”.

Raymundo Mora supera los 40 años de incansable actividad con el pincel y la paleta, lapso en el cual ha ratificado su pasión por el arte y, el intrínseco amor por su tierra natal: Otavalo.


Artículo publicado en Diario El Telégrafo, pág. 08, mayo 19 del 2010

SINDICALISMO OTAVALEÑO

Para referirnos a la organicidad del movimiento obrero otavaleño, hay que aludir obligatoriamente los orígenes de la Sociedad Artística, cuyo año de fundación data de 1909. Su aparecimiento institucional, como describe Álvaro San Félix “…fue calificado de relevante en la ciudad, en donde por primera vez el artesanado y el obrerismo locales se unían con fines de protección, educación y progreso”. La mayoría de socios-fundadores eran artesanos. Por ello, el nombre de la entidad. Desde luego, no se trató de concebir un cuerpo sindical como tal, pero sí, de aglutinar a un conglomerado humano con similares anhelos y preocupaciones, respecto del devenir social; en búsqueda de la justicia y la igualdad. En lo posterior, incluso, su propio local fue testigo de la consolidación del obrerismo citadino, ya que sus directivos facilitaban el espacio físico para que gremios nacientes de trabajadores se reúnan en sendas asambleas.

A más de la Sociedad Artística, se destacó la presencia de dinámicos sindicatos textiles de las fábricas San Pedro y La Joya. Estos fueron verdaderos centros de agitación y militancia, cuya finalidad fue exigir un mejor trato patronal. Para el efecto, se adoptaron medidas extremas como el uso del derecho a huelga y la toma de las inmediaciones fabriles, tal como lo detalló el diario de orientación socialista La Tierra, el 21 y 24 de octubre de 1934. En este periódico de tinte combativo se reflejaba “…el incumplimiento patronal de las leyes que protegen a la clase trabajadora… haciendo hincapié sobre los objetivos de los huelguistas y el derecho que tenían para exigir sus reclamos que no son otra cosa que mejores salarios, mejor trato, menos horas de trabajo…”. Eran tiempos en donde emergía por primera ocasión el fantasma político de José María Velasco Ibarra en la Presidencia de la República.

Es preciso sostener que en Otavalo entre 1924 y 1930 hubo una activa participación de la Liga de Cultura “José Vasconcelos”. Sus integrantes, la mayor parte, intelectuales de izquierda, directa o indirectamente mantuvieron relaciones fraternas con gremios de ascendencia popular y clasista. Esta situación propició el ambiente óptimo para la capacitación y pedagogía sindical.

En marzo de 1935 apareció el sindicato de zapateros “1º de mayo”, cuyo órgano de difusión se denominó Defensa Obrera. En la función de secretario general se desempeñaron, entre otros: Humberto Dávila, Manuel Guerra, Augusto Dávila F. En tanto, en 1947 emergió el Sindicato de Peluqueros.

En las décadas del 40 y 50 dichos sindicatos fueron auténticos fortines de discusión ideológica y praxis revolucionaria. En su seno acogieron las ideas progresistas de la época, en medio de intensos debates, la formación doctrinaria, el asesoramiento de dirigentes nacionales y pensadores socialistas y, la influencia de corrientes y hechos históricos que concitaron la atención en nuestro país y el orbe.

Era tal la incidencia sindical en Otavalo, que sus dirigentes y activistas apoyaron el surgimiento de estamentos similares en cantones vecinos como Antonio Ante, en la poderosa fábrica Imbabura (Industrial Algodonera). Coadyuvaron en ese propósito: Luis Enrique Cisneros, Alberto Suárez Dávila y César Vásquez Fuller.

Así lo refiere Rodrigo Villegas Domínguez: “Estos distinguidos otavaleños se trasladaron a la población de Atuntaqui y luego de sendas peroratas, lograron que más de doscientos trabajadores se agruparan en el primer Sindicato de Trabajadores de la Fábrica Textil ‘Imbabura’” (Historia de la Provincia de Imbabura, Centro de Ediciones Culturales de Imbabura, Ibarra, 1988).

Transcurrido el tiempo la organización sindical otavaleña desarrolló su incidencia en varias factorías y en la institucionalidad pública (hospital, municipio,…) a la vez que -a partir de los 90- fue contagiándose del debilitamiento, desmovilización y crisis de la estructura organizativa obrera expresada en el escenario nacional e internacional.

Artículo publicado en diario El Telégrafo, pág.08, mayo 09 del 2010

Liga “José Vasconcelos”

Entre las décadas de los 20 y 30 del siglo XX en Otavalo, surgió la denominada Liga de Cultura “José Vasconcelos”. Esta agrupación propendió a la realización de conferencias, talleres, publicaciones, recitales artísticos, representaciones dramáticas, asistencia social.

La Liga mantuvo una intensa actividad periodística y literaria con la impresión del periódico “Adelante” y de la revista “Imbabura”. Como antecedente a su conformación vale señalar que sus integrantes promovieron el medio informativo “Germen” (1923). Es a fines de 1924 que aparecen públicamente con el beneplácito de la ciudadanía otavaleña. Tuvieron una previa planificación que es detallada por José Ignacio Narváez, activista de la Liga: “El plan formulado comprendía la presentación de conferencias para ilustrar al pueblo y mantener vivo su interés por las causas de la Patria y de la Humanidad, el sostenimiento de publicaciones donde exponer un ideario y combatir taras sociales y políticas y bregar por la incorporación de las mayorías indígenas a la cultura”.

Los integrantes de esta entidad fueron: Aurelio Ubidia, Víctor Alejandro Jaramillo, José I. Narváez, Miguel Valdospinos, Víctor Gabriel y Enrique Garcés Cabrera, Francisco Humberto Moncayo, Luis Enrique Cisneros, Luis A. León, Guillermo Garzón Ubidia, Luis Gómez Bravo, Luis Enrique Álvarez, Carlos J. Almeida, Rafael Alberto Balseca, Alfonso E. Rodríguez, Carlos Chávez, y, como guía principal: Fernando Chaves Reyes, ese destacado intelectual, educador, político y diplomático que brilló con luz propia dentro y fuera del país.

En términos generales, es interesante destacar que este grupo de trabajadores de las letras y promotores del quehacer cultural, trascendieron en los diversos campos de la creación y el conocimiento científico: la sociología, política, historia, arqueología, literatura, filosofía, pedagogía, música…, ellos fueron descollantes figuras en Imbabura y el Ecuador, en el contexto de la problemática indigenista y de la defensa del laicismo, especialmente en la tarea educativa. Ocuparon significativos cargos en el servicio público y, a través de sus escritos esbozaron tesis de denuncia social y planteamientos de interés académico.

La mayoría de los “Vasconcelos” fueron adeptos a la corriente socialista, que en aquella época irrumpía con fuerza a nivel nacional, continental y mundial. Por ello, no es casual que en “Adelante” se insertara el programa de principios del Partido Socialista Ecuatoriano (PSE), en el año de su fundación: 1926. El estamento llevó como lema “Por la Igualdad y la Cultura”. La influencia de la Liga fue determinante, pese a su trajinar intermitente, en vista de la formación universitaria en la Capital, y de responsabilidades profesionales de sus agremiados. El movimiento cultural que se levantó en aquella época sobrepasó los linderos cantonales y provinciales. Siempre de la mano de Chaves, en ese entonces, conocido por sus novelas “La Embrujada” y “Plata y Bronce”, por su preocupación pedagógica, y su ímpetu en el ambiente ideológico de izquierda.

La Liga tuvo como denominador común el pensamiento vasconceliano. Es decir, comulgó con los principios de equilibrio y justedad en las relaciones interétnicas. El influjo de José Vasconcelos en este grupo de otavaleños fue notable, más aún, en la reivindicación de la convivencia indígena, sometida por siglos a la explotación y al aislamiento racial. El filósofo mexicano planteó la posibilidad del mejoramiento de la condición de vida de los pueblos indios a través de procesos educativos in situ. Y, de la visibilización de sus características culturales. Estos preceptos calaron hondo en los “Vasconcelos”, tomando en cuenta que en Otavalo se cimentaron desde tiempos remotos considerables grupos indígenas.

El preclaro autor de la “raza cósmica” visitó Otavalo en junio de 1930. Los gestores de la Liga se reagruparon para recibirle a su patrono. Fue un momento histórico de reencuentro y de camaradería. Luego de la estancia de Vasconcelos en suelo otavaleño, la entidad que llevó su nombre se escindió dejando una próspera semilla, en lo que respecta al ámbito educativo-cultural, en el norte ecuatoriano.

Artículo publicado en diario El Telégrafo, pág.08, mayo 03 del 2010

viernes, 30 de abril de 2010

OTAVALO: PUEBLO QUE VIVE DE PIE



Otavalo tiene como fisonomía geográfica la belleza expresada en lagunas, montes tutelares, cascadas y otros accidentes propios de la naturaleza andina. Igualmente, en esta ciudad de la región septentrional del Ecuador, confluyen grupos derivados de la indianidad y el mestizaje. No cabe duda, que, Otavalo tiene proyección nacional e internacional, por su emblemática paisajística y por el talento y laboriosidad de su gente.

La sociedad otavaleña convive en un marcado proceso de sincretismo étnico-cultural. Por un lado, los mestizos en constante construcción de su yo individual y colectivo, con la heredad de los diversos estadios historiográficos (pre-hispánico e hispánico), que confluyen en la inacabada problemática nacional del mestizaje.

Por, otro, los indígenas, conscientes de su pasado (pre-incásico, incásico, colonial), predispuestos a trazar los designios del porvenir en medio del sostenimiento de sus valores y la influencia de elementos extranjerizantes inevitables en tiempos de modernidad, y, motivados a visibilizar la lacerante explotación registrada en las páginas del pretérito (obrajes, mitas, encomiendas), la misma que fue marcando una evidente resistencia racial. Al respecto, Gonzalo Rubio Orbe señala: “Pese a todos estos factores (muchos de ellos mantenidos desde la Colonia) y a una serie de fuerzas y elementos negativos, de destrucción de lo indio, de su cultura y valores, el aborigen otavaleño ha sobrevivido, y lo ha hecho de pie y con formas verticales de lucha, de conquista de sus derechos…”.

Efectivamente, no es desconocido para nadie que “lo indio” ha tenido diversas maneras de interpretación en el escenario nacional. Y, en Otavalo, tal denominación ha ido paulatinamente generando lecturas disímiles que, de alguna manera, han confluido en una relación interétnica si no armónica en su totalidad, al menos, superable, mermando en los recientes años, la carga racista local. Es curioso palpar en el hecho cotidiano que este tema no forma parte sustancial en la discusión de la agenda pública, quizás por rezagos mentales históricos, sin embargo, mestizos e indígenas sobrellevan en la praxis una interdependencia que supera el contexto social, ya que aspectos productivos, comerciales, financieros, políticos, religiosos, deportivos, artísticos, etc., obligan a sostener tal interrelación. Ciertamente, hay temores de lado y lado ha aceptar a la otredad. Por desconocimiento. Por intolerancia.

Aunque no se quiera decir, en Otavalo existe un racismo solapado y de doble vía. Ventajosamente, las nuevas generaciones asumen esta realidad desde otra óptica, con otros patrones actitudinales. Ciertos jóvenes kichwa-Otavalos, por ejemplo, por efecto de la emigración, al retornar del extranjero a su ciudad natal mantienen adecuados flujos comunicacionales con sus similares de procedencia mestiza. Los prejuicios van aminorando cada vez que las miradas humanas irrumpen de estratos generacionales recientes. Hay factores que inciden como la preparación académica, el interés de superación profesional, la óptica ecuménica ante las relaciones sociales.

El sentimiento de apropiación de “lo blanco”, tiende a comprimirse. Desde luego que quedan rezagos post-colonialistas de sectores mestizos reaccionarios. Ellos demuestran -por citar un caso- su intransigencia étnica cuando reniegan del poderío económico del “indio” urbano.

Por otra parte, hay que considerar el discurso de un determinado colectivo de la dirigencia indígena que no supera las limitaciones etnocéntricas. Reivindican los postulados indígenas, dando la impresión de su desinterés por la consolidación de una comunidad intercultural.

Cabe aquí la aseveración de Hernán Rodríguez Castelo: “Lo que hace de Otavalo ciudad única y explica sus más agudas peculiaridades es la coexistencia de las dos razas, la india y la mestiza… Y las dos razas han mantenido a través de los tiempos dos lenguas, dos culturas, dos religiones [...], dos ordenamientos jurídicos […]; dos cosmovisiones, en suma”. Otavalo, es en definitiva, según su antiguo nombre: “pueblo que vive de pie”.

Extraído de Diario El Telégrafo, martes 27 de abril de 2010, página 10.

sábado, 10 de abril de 2010

INTROSPECCIONES Y SENTIDOS MÚLTIPLES (*)



La sola existencia del hombre en el espacio terrenal posibilita la interacción de ideas, conceptos, simbolismos, abstracciones, sensaciones que se sumergen como bocanadas en el hecho cotidiano-existencial.

El ser humano tiene la tarea inmanente de decidir por su destino, en la perspectiva de acumular experticias que vayan consolidando identidades propias. Ante el misterio del cosmos, el espíritu y la materia se confabulan en medio de incertidumbres y dudas. No cabe vacilación, que por la irresponsable actitud e inercia humana, la naturaleza se observa unimismada ante su inevitable destrucción. Desde luego, tal descomposición ecológica tiene el sello de una ideología salvaje, la cual exalta el libre mercado, y, por tanto, la paulatina degradación humana y paisajística. Somos en síntesis el resultado de una perversa forma de ir amontonando la chatarra que caracteriza al capitalismo de nuevo tipo (llámese neoliberalismo); ciertamente, en plena etapa de desmonte.

A partir de esa lacerante realidad los poetas-pintores o, pintores-poetas, Vanessa Mosquera y Nelson Villacís, se hallan en la búsqueda de la respuesta pertinente en pro de la consolidación del acertijo creativo. Desde la noche. Desde el sosiego. Desde el silencio. Desde la crueldad y la felonía. En fin, desde la carga inevitable de alegrías momentáneas y desdichas prolongadas, Vanessa y Nelson le apuestan al verso preciso y al trazo iluminado.

Desde el “Sexto Sentido”, Vanessa Mosquera expone más allá de la epidermis, las profundidades de la estética. Con ingenuidad. Con atracción hacia maneras sutiles de pregonar la belleza artística considerando la esfera de lo irreal y lo mágico. Vanessa “le levanta la falda a la luna”, -según la poética de Joaquín Sabina-, desde el pincel, a partir de las horas noctámbulas en donde los cazadores de ilusiones están al acecho de sus víctimas, colgados en los tejados marchitos. O como asevera la propia Vanessa con rasgo literario: “Hay otra vida en la Luna/ Esa que no vemos/ La Luna nos hala hasta su desnudo ropero/ Donde desviste nuestros trapos con sus misterios”.

En sus cuadros se visualizan cuerpos alejados del morbo, los mismos que pugnan por reencontrarse con el principio de la creación mundana. La feminidad emerge amamantando las honduras vernáculas de nuestros orígenes. Un infortunado individuo decide concluir con la falacia vivencial, optando para ello, por el acto suicida, cuyo vértigo impresiona, al igual que nos deja múltiples interrogantes.

Asimismo, las tonalidades que cubren el cielo de cometas aparecen en una metáfora infantil, con la frescura derivada de la ternura de los primeros años. Vitrales, acrílicos, carboncillos, son materiales utilizados, con el visor lúdico e imaginativo.

En tanto, Nelson Villacís nos devuelve la esperanza con sus “Introspecciones”, o sea, con una mirada autocrítica, con una aproximación del yo interno, sin censuras, ni temores. Nelson como buen abogado del diablo se replantea con el velo artístico la incesante construcción identitaria, como esteta de la irreverencia camina consciente de los peligros que conlleva sumergirse en las honduras del mar de los colores. Y, lo hace con profundidad como un filósofo extraño en estos tiempos de modernidad. Se plantea descubrir los misterios del arco iris, a propósito de un misticismo asumido con parsimonia, sabiduría y respeto. Confluye en la concepción de los mandalas, esto es, figuras o diagramas de significados complejos, en donde su interpretación permite acercarnos con los designios de la vida, según el esquema oriental. Por ello, las figuras geométricas no son imposiciones gratuitas, sino el resultado de una solitaria investigación y anhelo particular por compartir los rituales del humanismo.

Nelson, informal a ratos, desinhibido siempre, sostiene una carga crítica a nuestro sistema socio-político, para lo cual aspira la interactuación artista-espectador; en la imprecación del oficio más antiguo de las sociedades y en la simbología de una decadente institución, cuyas sotanas y cruces se encuentran -actualmente ante denuncias de pederastia o pedofilia- en pleno escenario del juzgamiento, reproche y condena mundial.

Pero, también Nelson con aliento esotérico se muestra formal en sus cuadros estilizados y de aplaudida presentación y encuadre. Él es el pintor erótico de la piel femenina, de la carne desmitificada, de las piernas y los senos destrabados de prejuicios feligreses. El arte impregnado en los cuerpos desnudos también tiene su espacio en esta amplia y dilatada exposición, a través de la fotografía.

Con Nelson me une una profunda amistad. Viejo amigo de tertulias. De anécdotas furtivas. De incienso y relicario. De versos al filo de la madrugada. De cartas y lecturas enigmáticas. De bohemia y canción errante. Aquí sus lágrimas derramadas en el papel: “Amargo como el lamento/ Dulce y calmo como el asueto/ Llora por ti mismo/ Y deja en paz a tus muertos”.

He aquí mi punto de vista sobre la apertura de esta muestra pictórica. Espero que el dilecto público asistente no comparta en lo absoluto lo dicho, luego de observar detenidamente la citada propuesta creativa, ya que así lo determinan los designios del arte: cada ser o individuo tiene su propia óptica del universo y de sus alrededores.

(*) Presentación de la exposición conjunta
“Introspecciones” y “Sexto Sentido”
Salas de la Casa de la Cultura-Imbabura
Ibarra, 09-abril-2010

lunes, 5 de abril de 2010

OTAVALO: COBIJA DE TODOS



Las ciudades del Ecuador tienen sus particularidades, sello identitario, costumbres, tradiciones, sentido histórico, dinámica socio-cultural, descripción geográfica, imaginarios colectivos, relación productiva, que marcan sus diferencias, no obstante, del sentido unitario en la composición del Estado-Nación.

Otavalo es uno de los seis cantones de Imbabura. Con más de 110 mil habitantes (según el INEC, con proyección estadística al 2010). Con un fuerte componente interétnico, reflejado en la presencia mayoritaria de indígenas (kichwa otavalos), y, desde luego, de mestizos. En menor grado conviven grupos afro-ecuatorianos, provenientes del hecho migratorio provincial (Intag y Valle del Chota). El intenso movimiento comercial y la labor artesanal son un factor atractivo para la presencia foránea. Otavalo es conocido, además por su encanto natural; sus lagos y montes son la mejor carta de presentación en el ámbito turístico. Por eso, el flujo de visitantes nacionales y extranjeros es un elemento cotidiano en el contexto cantonal; ya sea en la urbe (dos parroquias citadinas), como en la ruralidad (nueve parroquias rurales). En este último sector sobresalen añejas actividades de corte: agrícola y manufacturera.

Otavalo, en el devenir pretérito tuvo sus antecedentes político-administrativos como cacicazgo, asiento, corregimiento, villa y, posteriormente, ciudad; denominación final suscrita por puño y letra del mismísimo libertador Simón Bolívar el 31 de octubre de 1829, por considerarle sitio “…susceptible de adelantamiento”.

Ya en el trajinar contemporáneo, un suceso de connotación para Otavalo fue la declaratoria del Congreso Nacional en el 2003, como Capital Intercultural del Ecuador; por las relaciones interétnicas palpables y, el bagaje policultural asentado en su entorno local. A más de los grupos étnicos descritos, también hay que señalar la coexistencia de europeos, norteamericanos, asiáticos y, sobre todo, latinoamericanos, tras la implantación en nuestro país de la dolarización (2000). No obstante de lo descrito, los signos racistas e intolerantes -aunque sin la fuerza e intransigencia de otrora- no han sido desterrados integralmente de la cotidianidad otavaleña.

Un elemento característico de Otavalo, es la comercialización de artesanías y productos textiles en la conocida Plaza de los Ponchos (Centenario), que data desde la década de los 70 del siglo pasado. En este lugar de difusión mundial laboran más de mil comerciantes y artesanos, los fines de semana. Aunque la conocida feria, ya tiene una regularidad semanal en la venta de sacos, camisas, blusas, pañoletas, bufandas, pantalones, chompas, tapices bordados, alfombras, sombreros de paja toquilla, bolsos, hamacas, bisutería, instrumentos musicales, adornos elaborados por diferentes y variados materiales, provenientes no sólo de la creación local, provincial y nacional, sino, del talento colombiano, peruano, boliviano, etc.
Sin desconocer la relevancia de este rasgo distintivo, la afluencia extrema de mercaderes, ha traído un problema aún intratable: la avalancha de vendedores formales e informales. En el entorno citadino, emerge de los días sábados, la movilidad de más de seis mil comerciantes, convirtiéndose Otavalo -por añadidura- en ciudad-mercado.

Otavalo -según una de sus interpretaciones etimológicas- significa “manta grande que cobija a todos”. Desde este pedazo de serranía ecuatoriana, se desprende un pequeño laboratorio socio-cultural de la realidad ecuatoriana, tal como lo advierte el historiador Enrique Ayala Mora. Otavalo, tampoco, se escapa de sus propias contradicciones e ironías históricas: su parque principal se denomina Simón Bolívar, aunque tiene la efigie del guerrero Rumiñahui; su principal orgullo étnico es la vigencia kichwa-otavalo, sin embargo, en la esfera política, recién en el 2000, se acepta y respalda democráticamente a uno de sus hijos como alcalde: Mario Conejo Maldonado, sociólogo indígena que continúa desde aquel año administrando los “hilos del poder local”, en la tierra de los mindalaes, los brujos milenarios y las deidades andinas.

Otavalo, abril 05 del 2010

Publicado en Diario El Telégrafo, pág.11, 06-abril-2010

miércoles, 10 de marzo de 2010

EL ARTE IMPLÍCITO DE ALFONSO ENDARA



¿Qué es el arte? León Tolstoi considera que “el fin del arte es la belleza, que ésta se conoce por el placer que produce, y que el placer, a su vez, es una cosa importante por el solo hecho de ser un placer…”. Sin embargo, el propio Tolstoi delibera así: “Para dar una definición correcta del arte es pues necesario, ante todo, cesar de ver en él un material de placer, y considerarle como una de las condiciones de la vida humana. Si se considera así, se advierte que el arte es uno de los medios de comunicación entre los hombres”.

Mirado así al arte, destacamos dos condiciones primarias de su existencia: la belleza que emana del placer y la comunicación derivada a partir de la estética. Entonces, la cotidiana jornada existencial se contrapone a ratos, tras el resplandor del crepúsculo, la mirada tierna del recién nacido, el paisanaje que cobija nuestra serranía, el trovador entonando quimeras, el pescador navegando en los viejos océanos, la mujer nocturna fantaseando con una fracción de la luna, la muerte ingresando a hurtadillas a la casa del vecino, la soledad cumpliendo el rol de acompañante en el colofón del longevo, la carretera sin un destino fijo, la impotencia del humilde ante la proliferación de la miseria, la paradoja sintetizada en la opulencia de pocos, y la desdicha numerosa.

El arte acoge y recoge ese pragmatismo, que, a su vez, se convierte en latente ficción. “…el arte es un reflejo de la sociedad en que aparece”, asevera Ernesto Sábato. Desde ese reflejo pertinente emerge Alfonso Endara (Quito, 1960); experimentado pintor de paradojas humanas, a veces, desde el rostro unipersonal -el retrato-, otras, desde las bufonadas del ser y sus máscaras hipócritas, y, finalmente, -con una enorme sabiduría proveniente del mensaje bíblico-, desde la contextualización mística de los hacedores de la parábola, la sentencia y lección de los versículos, y, la advocación de las bendiciones sempiternas.

Endara se resiste a catalogar su obra como arte religioso, más bien su imán referencial gira alrededor del hecho contemplativo, en donde se bifurcan mujeres angelicales metamorfoseadas con una flor, féminas hermosas de dorso semidesnudo en un acto reverencial de fe hacia el Creador invisible, hombres arrepentidos frente al muro de las indulgencias.

Títulos de cuadros conmovedores como: “Paz de Dios”, “Buscando justificación por su pecado”, “La elegida”, “El atrevimiento del intelecto”, “Una flor más”; nos sumergen a pasillos inmutables de conventos franciscanos, largos corredores de claustros misteriosos, cuartos con cirios encendidos ante la presencia silenciosa de la cruz bendita.

“Confrontación”; (calificativo de esta muestra pictórica) constituye el resultado de la dilatada cavilación del autor ante los dogmas y creencias que merodean en religiones diversas que, al fin y al cabo, tienen la injerencia humana. Él confronta los signos oscurantistas y devela ciertas contradicciones mutiladas en la historicidad oficial.

Endara, quien ha participado en más de 40 exposiciones individuales, tiende la mano creativa a partir de la armonización de una estructura con estilo clásico. Por ello, en algún momento de su trajinar artístico sedujo a los fantasmas que rondan al famoso Miguel Ángel. El pintor que se lleva el elogio de este comentario no se desentiende de su realidad próxima, y, ante ella, se vuelve un febril contestatario.

Placer por el enunciado artístico y ansias por comunicar sus demiurgos internos es lo que nos proporciona en el lienzo, el pintor de las almas sosegadas: Alfonso Endara, entre saudades y el relicario desde donde se desprende la creación.


(*) Presentación de la muestra pictórica
“Confrontación” de Alfonso Endara
Sala Rafael Troya
Casa de la Cultura “Benjamín Carrión”
Núcleo de Imbabura
Ibarra, diciembre 11 del 2009

VITERI: TRAZOS SILENTES Y ANIMISTAS DE ÉBANO



El arte siempre tendrá múltiples interpretaciones, concomitante, a la cosmovisión de una humanidad compleja, diversa, disímil.

A partir de ese ámbito creacional el ser desde su inteligencia expande aristas que enaltecen los sentimientos y la belleza, como condición primigenia del fenómeno artístico. No obstante, el grito rebelde, la ignominia, la canción triste, también se bifurcan en escenarios creativos, como respuesta del artista ante la desmemoria y la falacia que, en determinados estadios sociológicos ha inducido el poder oficial.

Bladimir Viteri (Ibarra, 1981); militante activo del pincel, se atreve en plenilunio a desentrañar la existencia que se junta con los días rutinarios. Joven creador de trazos silentes, se abre paso con decisión propia, pero, fundamentalmente, con un estilo que irrumpe en la plástica provincial y nacional con buenos augurios. Para él, la condición humana es vasta expresión que se sumerge en el lienzo sin taras mentales. Obsesionado por plasmar los artilugios de la vida; Bladimir se sumerge desde el vacío en los cuerpos de los amantes nocturnos, en la feminidad con sus gestos y siluetas prominentes, en semblantes con la finura de los colores que le vuelven asequibles a cada una de sus composiciones artísticas. Tenue cromática con la cual el espectador degusta de una propuesta con técnicas y materiales múltiples. En una etapa pictórica, por ejemplo, se anteponen líneas simples que acrisolan un mensaje límpido y transparente.

El origen de su vocación tiene referencia en la búsqueda incansable de respuestas que confirmen esos caracteres identitarios que van afianzando su condición de hombre en el entorno societal. Efectivamente, la negritud cobra fuerza en cada uno de sus cuadros. Por tal motivo, -directa o indirectamente- este catador de la pintura se aferra con conciencia y conocimiento a sus raíces terrígenas, a esa historia colectiva que habla de exclusiones y ausencias, de ritmos cadenciosos y calles polvorientas, de promesas incumplidas por políticos rufianes, de carreteras olvidadas, de gambetas futbolísticas, de navidades tristes y quimeras perennes.

“El arte debe ser estudiado no por pueblos sino por culturas y el verdadero enriquecimiento del espíritu humano se hace al confrontarlas entre sí, aún cuando quizás nunca podamos entender en su profundidad una cultura que no sea la nuestra”, reflexiona Claudio Mena Villamar.

Bladimir propaga y dignifica su cultura primigenia y, con ello, ratifica la irrestricta condición de sociedad intercultural en la cual convivimos y transitamos ante el espasmo del tiempo. Somos diferentes y, en la huella de la heterogeneidad vamos asimilando la riqueza policultural. Este joven artista resalta en su producción la libertad para configurar un pensamiento pictórico, una filosofía telúrica proveniente desde el análisis plástico. Bladimir demuestra en sus cuadros su condición de ente libre predispuesto a transmitir con soltura los desvelos de la época posmoderna.

Entre sus muestras propositivas sobresalen: Negritud y Origen, Discursiva a uno mismo, Estética de la Negritud, Ídolos y Animistas, Afro Génesis y Blanco y Negro.

“El hombre contemporáneo ha perdido la capacidad de asombrarse frente al mundo visual y externo”, cavila Mena Villamar. Sin embargo, y, contradiciendo esta apreciación, el citado creador nos brinda pautas sensibles y poetizables para asombrarnos de nuestro entorno, para entender y tolerar la multietnicidad, para cerrar los ojos por un instante y comprender los insondables significados de la vida, de la paisajística natural, y, claro, los avatares que trae consigo el delirante oficio de pintor.

Otavalo, octubre del 2009

Otavalo: remanso paisajístico y espacio multicultural



Otavalo conmemora 180 años de condición citadina, de legado bolivariano, de pueblo pujante “susceptible de adelantamiento”. Desde aquel 31 de octubre de 1829 ha quedado la huella indeleble del libertador Simón Bolívar, tras su decreto de erección de villa a ciudad. Este mandato honra a una población valiosa y trabajadora que bajo dicha égida pretérita convive con intensidad en el presente, sin descuidar los eslabones que debe forjar en perspectiva futura.

La fecha anotada conlleva el orgullo colectivo y el compromiso latente por preservar los postulados de aquella corriente bolivariana: libertad, civismo, dignidad,… Preceptos emancipatorios tan concordantes con el pensamiento y acción del padre de América: Bolívar. De él debemos rescatar los valores inmanentes que corresponden al ser humano en su integridad: lealtad, moralidad, estoicismo, ecuanimidad, justeza, etc. Como afirma Clara Luz Zúñiga: “Bolívar fue íntegro como soldado e ideólogo de la independencia, y en esto radica su verdadera grandeza: supo interpretar, en el curso de la misma guerra las aspiraciones de las gentes sencillas, de indios, negros, mulatos, zambos y llaneros, que se habían levantado contra sus opresores… Bolívar fue un superhombre por la extensión y las consecuencias de su obra, por la miseria de los medios que tuvo a su alcance, por la percepción grandiosa de su ideal glorioso, por su visión del futuro, por la fe en sí mismo, por la tenacidad de su acción, por el desprendimiento y el desinterés, por su valor personal, por la fuerza extraordinaria de su ser, por su vida y por su muerte”.

Otavalo a través de la historia ha mantenido un firme romance bolivariano. Porque así lo determina sus páginas pasadas. Porque así lo exigen los vientos modernos de nuestra patria grande. Porque así se identifican las mujeres y hombres asentados en su geografía local.

Otavalo; remanso de preciosidad paisajística, alegoría multicultural, comarca vital de ensueño y espacio cosmopolita que entreteje el intercambio productivo-comercial. Ciudad de raigambre bolivariano, pero, también, de honda condición andino-tutelar e hispánica-occidental. Con derecho propio “capital intercultural” del Ecuador.

La historia nos permite reformular el destino de los pueblos, el vértigo indiscutible del porvenir. Las lecciones que repasamos desde la historiografía posibilitan enmendar errores e ir abriendo camino hacia la luz del progreso y adelanto colectivo.

Cada 31 de octubre en Otavalo reeditamos una página esencial de contexto cívico-administrativo, pero, además, desde el caleidoscopio humano ratificamos el compromiso latente que tenemos las ciudadanas y ciudadanos asentados en el Valle del Amanecer por contribuir al desarrollo integral a través de nuestra faena cotidiana, tal como demandó hace cerca de dos siglos el Libertador caraqueño.

Otavalo, octubre 30 del 2009

ECLOSIONES DE LUZ Y COLOR (*)



La pintura es -quizá- la expresión de mayor transparencia -junto con la literatura- para develar la cotidiana existencia del ser humano. Su apreciación recoge los vericuetos, dicotomías, miedos, incertidumbres, fracasos y esperanzas desde la contemplación y el desvelo. La paleta de colores se dispersa cuando el artista asiste al pleno acto de la creación.

El creador es un navegante de ilusiones que destella sentimientos insondables, a ratos, contenidos en el sencillo tránsito de los días. El pintor canaliza desde su criterio personal la estética del lienzo, conjuga elementos mágicos desde su óptica irreverente y desacralizadora, divulga -consciente o inconscientemente- desde su intimidad los demiurgos que le acechan en las tardes grises.

“Eclosiones de luz y color”; título de la muestra colectiva que tenemos el honor de presentar en esta tarde en su apertura, promueve -tal vez en una analogía al realismo mágico- imágenes de guerreras posmodernas en pleno harakiri, pueblos andantes, anfibios romeriantes, vendedoras de frutas e ilusiones teniendo como telón de fondo el valle de la negritud, árboles multicolores, miradas ocultas en la selva agreste, lectura pausada de la abuela inconfundible, figuras irregulares en blanco y negro, el rondador de huella andina, paisanaje de tonalidad dorada, parajes costumbristas, individuos caminando hacia la nada, como diría el poeta Iván Oñate: “Nada surgida de la nada”, retratos acariciando la ternura y sensualidad, cuerpos femeninos acogiendo la fragilidad de mariposas azules y la energía de la luna llena, rompecabezas en búsqueda de nuevas piezas, verde-claros exaltando a la pacha mama, hombres desenredando su extraña cabellera que se extiende hacia el cielo, fragmentos que intentan asemejarse a un pájaro anónimo, “la guerra contra el hombre y ahora en contra de la naturaleza”.

Los elementos descritos -juntos con otros- van dando forma y contenido integral a esta exposición masiva. Siempre estaremos de acuerdo respecto de la certeza de que la producción pictórica en sí, habla por sí sola, ante las corrientes e istmos que va asimilando cada autor/ra.

Gilberto Almeida, Washington Andrade, Gabriela Ayala, Vicente Bolaños, Nelson Calderón, Mauro Cárdenas, Guillermo Collahuazo, Lety Cuadrado, Vicente Cualchi, Rigoberto Díaz, Edmundo Fierro, Marcelo Galindo, Lucía Heredia, Fernando Erazo, Marcelo Paredes, Miguel Heredia, Genaro Onofre, Edgar Reascos, Ángel Rodríguez, Edison Ruiz, Edgar Sandoval, Jorge Tabango, Jaime Torres, Mery Valverde, César Vinueza, Carlos Yépez, Jorge Yépez y Hernán Román dejan impregnados en estos cuadros que tenemos el agrado y la complacencia de observar, parte substancial de la existencia humana, de su propio yo, y, junto con ello, de la otredad, con signos de pertenencia y de exploración del cosmos.

Jean Paul Sartre aseveró que “la contemplación estética es un sueño provocado y el pasar de ese sueño a la realidad, un auténtico despertar”. Lo que provocan estos -nuestros- pintores es despertar en los simples espectadores profundas revelaciones ante el misterio de la creación y, tan sabio como aquello, ante la entelequia de la vida.

(*) Presentación de la muestra pictórica colectiva
“Eclosiones de luz y color”
Otavalo, octubre 16 del 2009
Galería de Arte “Jaime Andrade Vargas”

YAMOR 2009



Septiembre tiene una especial connotación en nuestro entorno geográfico.

En el caso de Otavalo, el citado mes conlleva una profunda significación andina, enraizado con el grano amarillento, y, cautivado por la degustación culinaria, la bondad del allpa mama, el misterio de la leyenda y la alegría popular. El Yamor no se limita a la descripción de aquella chicha que identifica con plenitud a nuestro cantón, sino que se abre paso en medio de la modernidad como referente festivo de connotación nacional e internacional. La quincuagésima séptima edición de la fiesta del Yamor ya es una realidad contagiosa y llena de expectativa. Para el efecto, el Comité Ejecutivo -instancia de organización y coordinación- no ha escatimado esfuerzos, pese a la coyuntura político-administrativa que implicó la etapa de transición de las directrices municipales. Superado tal situación se han delineado los objetivos básicos de la fiesta para el presente año.

El Yamor es elemento identitario esencial de las y los otavaleños; bálsamo que inspira querencia natal, vino ocre -en palabras de Enrique Garcés- que contagia de afecto y reencuentro comarcano, bebida tutelar de raicillas incásicas, producto natural que le convierte al maíz en resultante de alimento, ritual y sincretismo cultural. Precisamente, esta festividad nos permite repensar en lo que somos, en nuestra fortaleza sintetizada en un lenguaje semiótico diverso, en las formas disímiles del comportamiento humano, que en nuestra llacta tiene el afloro de la interculturalidad.

Dicha celebración -que se desarrolla del 4 al 13 de septiembre- cuenta con el auspicio y apoyo de los gobiernos: municipal, provincial y nacional, empresa privada, sectores productivos, barriales, sociales, culturales, deportivos y de socorro de nuestra ciudad, Cámaras de Comercio y de la Pequeña Industria. Asimismo, Jorge Perugachy, es el autor de la obra que ilumina el afiche promocional; expresión de alto contenido artístico que ratifica la profunda sabiduría y creatividad existente en nuestro lar natal.

La presencia masiva de la ciudadanía a las diferentes actividades incluidas en la programación general corrobora la huella indeleble de otavaleñidad y, el reconocimiento anual ante el advenimiento de la cosecha. Bendita sea nuestra tierra propia.


Otavalo, septiembre del 2009