viernes, 11 de noviembre de 2011

Taita Leonidas Proaño, profeta de verdades


La lucha de los pueblos tiene en su seno la mirada visionaria de mujeres y hombres comprometidos con su destino, desde una óptica conjunta y colectiva. Esa lucha se ve reflejada en la historia con signo propio, desde las aspiraciones comunes. La emancipación popular, entonces, es el resultado de una predisposición mancomunada de objetivos ligados a la obtención del bien común, a partir de la anhelada liberación social.

Monseñor Leonidas Proaño Villalba (San Antonio de Ibarra, 29 de enero de 1910 - 31 de agosto de 1988) es un personaje que rebasó la coyuntura existencial, para quedarse en el corazón de los humildes. Fue el cura de los desposeídos, quien jamás se amilanó ante el poder y las circunstancias adversas. Desde su niñez encarnó la pobreza como un medio de conciencia individual y, posteriormente, comunitaria. Él sintió cercana las carencias que arroja el sistema capitalista y, desde esa realidad lacerante, fue entendiendo la palabra de Dios, como un valioso instrumento de redención a favor de los más pobres.

Su condición sacerdotal fue causa de alegría, pero, también, de angustia permanente. Su decisión de caminar junto con los indios y campesinos obtuvo como respuesta de la jerarquía católica y de sectores conservadores los más variados epítetos y la consabida censura. Es que la Iglesia concebida tradicionalmente ha respondido al funcionalismo institucional, en tanto, que, la Iglesia pensada por Proaño, es aquella que se acerca a la gente, organiza círculos de discusión bíblica, moviliza a grupos de base en la tentativa evangelizadora, orienta a los creyentes en la búsqueda de la comunión, cuestiona las estructuras socio-económicas. En síntesis, es una Iglesia viva.

Proaño hizo de su labor pastoral un testimonio fidedigno de vida, sin poses, alejado de la pirotecnia. Su sensibilidad humana le permitió adentrarse en la problemática que aqueja a los sectores indígenas de la serranía ecuatoriana, especialmente, de Imbabura y, con amplio conocimiento de causa, de Chimborazo, tras su desempeño como Obispo de esta última provincia. Fue un íntegro predicador de los designios de Dios, y, fundamentalmente, un militante de tales postulados en la cotidianidad, demostrando en todo momento una ejemplar conducta ética. Su preocupación por los desposeídos le impulsó a gestionar proyectos y obras de carácter social, educativo, cultural, teológico y recreativo. En el plano reflexivo fue autor de escritos de variado análisis, para lo cual sobresalió su pluma ilustrativa y directa, que lo condujo también a la tarea periodística.

Fue un auténtico hombre de fe, de esos que van escaseando en el mundo: “Hombres nuevos, luchando en esperanza,/ caminantes, sedientos de verdad./ Hombres nuevos, sin frenos ni cadenas,/ hombres libres que exigen libertad”.

Diario El Telégrafo, noviembre 09 del 2011

2 comentarios:

  1. El extinto Monseñor Leonidas Proaño constituyó un monumento al servicio munitario y a la verdad, pues en múltiples ocasiones no dudó en afrontar las críticas de las que fue víctima por su cercanía con los desposeídos de esta patria. La Iglesia de ese entonces y la actual no ha cambiado de pensamiento, pues la ideología única que manejan se sigue manteniendo inamovible. No cabe duda que Proaño fue de esos religiosos que le hacen falta al país en la actualidad, esos que critican y viven con el alma siempre a órdenes de la comunidad y no del capital.

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  2. francisco molina flores11 de noviembre de 2011, 12:44

    Monseñor Proaño fue un verdadero apòstol de Cristo,vivio y sintio en carne propia los embates y desigualdades de la distribucion de la riqueza,la cual estaba y està acuñada incluso actualmente en pocas manos,vivìa,acompañaba y predicaba a los que menos tenìan,cosa que dificilmente harà los representantes actuales y cùpula esclesiastica,enseñada a las grandes mesas de enormes manteles blancos,en donde se puede observar finisimas vajillas de cristal,a los cuales son invitados a su satisfacciòn permanentemente,creo que nunca se sentaran en una de las mesas de las familias con las cuales monseñor Proaño cotidianamente compartìa.

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