Las sociedades múltiples encuentran en sus diferencias sus principales oportunidades de cohesión en el marco de un entendimiento civilizado. Pero, también, aquellos contrastes tienden a profundizar latentes problemas de raíz pasada, por ejemplo, el racismo.
Si bien, en los últimos tiempos en nuestro país, el reconocimiento a las diversidades culturales y étnicas ha tenido una plausible evolución, especialmente, en el plano jurídico, el mismo merece ser dimensionado en la expresa aceptación social, en todos sus órdenes. En tal sentido, la convivencia entre mestizos, indígenas, negros, montubios, no puede estar circunscrita al mero sentido declarativo, sino que dicha interrelación debe encauzarse en la praxis cotidiana, no exenta de complejidades. Las comunidades multiétnicas no deben desarrollarse desde su parcelación, sino, desde un enfoque integrador, respetando sus rasgos distintivos. La globalización va de la mano de la homogeneización de tendencias y estilos de vida, situación que contraría el vasto escenario societal.
Para Catherine Walsh “el concepto de la interculturalidad va más allá de la diversidad, el reconocimiento y la inclusión. Revela y pone en juego la diferencia no solamente cultural sino colonial, a la vez que busca maneras de negociar e interrelacionar la particularidad con un universalismo pluralista y alternativo”.
Es menester entonces descolonizar mentes y actitudes. Desprendernos de taras que son fruto de la heredad pretérita, con el afán de construir una colectividad incluyente y participativa. Esto supone, la profundización de las características democráticas a partir de los derechos y obligaciones ciudadanas y de la intervención del propio aparato estatal, como instancia generadora de políticas públicas, así también, mediadora y convocante, en el marco de un equilibrio en las relaciones de poder.
Las sociedades transitan entre conflictos y la búsqueda de soluciones, entre heterogeneidades geográfico-identitarias y procesos cambiantes vertiginosos. Ante ello, las asimetrías persisten como resultado de un modelo excluyente. Esta lacerante realidad conlleva a rescatar la condición policultural de nuestros pueblos, en la medida de disminuir las brechas sociales, al menos en la perspectiva de acoger las identidades como valiosas herramientas de respeto al otro/a y, a la par, de sentido unitario.
La interculturalidad es un fenómeno inacabado que merece la recurrente atención de los sujetos sociales, en la medida de repensar nuestro entorno como un territorio en donde podemos albergar sueños comunes en medio de latentes diferencias.
Diario El Telégrafo, noviembre 02 del 2011
Estimado:
ResponderEliminarComo siempre, tus artículos son oportunos y esclarecedores. Hay que dejar bien claro las diferencias entre sociedad multicultural y sociedad intercultural, pues la primera reconoce las diferencias culturales en su seno, pero hasta ahí; la segunda propicia y organiza las relaciones entre ellas, aspecto al que debemos aspirar en nuestras sociedades híbridas.
Abrazos,
Juan Nicolás Padrón