No hay mejor manera de constatar que la
literatura redime, cuando la misma aflora de los recovecos grises, en donde la
realidad -que atraviesa la propia invención- es un cúmulo de practicidad,
dureza y resistencia. Cada huella trazada en el sendero es una pista para el
rompecabezas creativo. Entonces ¿qué sucede cuando el escritor describe con su
texto catártico la abyección humana? ¿Cuál es el impacto de la germinación
artística que bebe -literalmente- de la niebla de la noche? ¿Qué motiva en el
creador transmutar al papel su lacerante pesadilla en una conjunción ficcional
y pragmática en donde lo que interesa es el fruto narrativo o lírico? Pues una
sensación demoledora en el lector/a. Una especie de ataque epiléptico en
ayunas. Un golpe bajo cuyo efecto nos deja sin respiración. Un alarido en la
madrugada insomne. Una bofetada en el alma. La interiorización del individuo en
pos del destello de luz existencial.
EL
PRÍNCIPE DE LOS CANALLAS (Editorial Mar Abierto, ULEAM, Manta, 2014), de Pedro Gil,
es un libro que contiene historias confesionales. Es la respuesta siniestra y
contundente ante la desidia por reconocer que en la calle desolada se cuelan la
miseria, la desdicha y orfandad. El talante observador de Pedro se aleja del
artificio y se acerca a la maldición de la palabra retocada con cincel y
marcado humor ácido: “Ya sé, la sociedad está enferma. El amor está enfermo, mi
voluntad está enferma, pero no vengan a decirme que la esperanza está enferma
que ahí sí me meto un tiro”. Relatos de economía narrativa en donde desnuda la
condición social. Trazos vívidos y temidos de burdeles, cantinas, amaneceres
fatales, golfas, traidores y traiciones, centros de rehabilitación, amores a la
deriva, locos, delincuentes, asesinos y rufianes. Nada más y nada menos que la
vida en toda su extensión como boca de lobo hambriento: “Lo único viviente era
la demencia de mi barrio, habituado al temor, a la hermosura que se prostituye,
a los débiles que se fortalecen en la violencia, su única defensa. La compasión
es inútil, asunto de los que viven por las afueras”. Ante lo cual, no hay
oportunidad para el sofisma moralista o el recato en el manejo idiomático tal
como recomienda la academia. La pluma de Pedro tiene el espaldarazo de otras
plumas vitales y sangrantes para el intelecto y la composición metatextual:
Jean Genet, Ernest Hemingway, Graham Greene, Edgar Allan Poe, y también el
acompañamiento cinematográfico de actores como Marlon Brando, Robert De Niro,
Charles Bronson.
Complementariamente, consta Crónico (2012), un conjunto de poemas elaborados en una clínica
psiquiátrica, con la sombra de los “angelitos medicados” y la ternura de la
“guerrera”. Etapa de desintoxicación corporal a la par del torrente de versos
crudos y crueles: “Solo un hombre duro puede reposar en una tumba de niño” o
“el vicio no fue entrar/ fue salir de la vida práctica”. Nuevamente, se
constata la vigilia fantasmal de otros creadores: Vallejo, Paz, Panero, Dávila
Andrade, Nieto Cadena, Itúrburu: “Lo real es un espanto/ lo imaginario
también”.
En los ESCRITORES
DELINCUENTES (Alfaguara, Madrid, 2011), José Ovejero afirma: “Un buen
escritor es aquel que tiene una mirada original sobre el mundo y sabe contarnos
lo que ve”. Pedro cumple esto a cabalidad, consciente, además, de que la
literatura salva. Y, que en esa apuesta antepone todo su fuego en el asador.