Tranvía a la Malvarrosa (Alfaguara, Madrid, sexta edición, 1995), de Manuel Vicent; novela
digerible que habla desde un lenguaje directo, sin ambages, con tonalidad
intertextual en donde el cine junto con el sonido del bolero -a través de
letras de canciones- se fusionan e interactúan con un lector ansioso por
conocer el siguiente capítulo estructurado en pequeños sorbos, que desentrañan
los conservadores años 50 no exentos de focos de rebelión, especialmente, en la
juventud ávida de expandirse en los horizontes de la vida. El protagonista
-Manuel, devorador de Camus- transita de la adolescencia a la plenitud de los
años, lo cual implica descubrir y redescubrir amores, dolores, tensiones,
pasiones de la humanidad. En esa ruta él se encamina ya con inquietudes
femeninas y universitarias, en medio de un omnipresente régimen dictatorial,
cuya imagen franquista aparece hasta en los pasteles. Así también, atestiguando
ritos de la cultura popular. Valencia es el escenario -descrito en más de una
ocasión junto con otros lares vecinos- en donde irá dejando su inicial apego
religioso (influjo de su familia creyente), para adentrarse en los saberes del
conocimiento y la jurisprudencia y, desde luego, fisgonear en los márgenes de
una sociedad aparentemente pacata, acorde a su aspiración de convertirse en
escritor. Como asevera Manuel: "Todos los placeres pertenecían a los
sentidos y parecían eternos. Todos los terrores derivaban del pensamiento y
eran efímeros".
Manuel Vicent burla
-en el sentido metafórico- el modernismo para navegar por las aguas nada mansas
del posmodernismo. Y lo hace con maestría. Utilizando el tono irónico para
develar el conservadurismo social y desnudar los placeres tangibles del hombre.
No le interesa alcanzar la eternidad divina, sino sumergirse en la profundidad
mundana, para lo cual interpreta aquella realidad vista desde la autoficción.
Habla de la transición democrática, de las preocupaciones políticas, de los
amores fugaces y de los verdaderos, de las amistades iniciales, de la imposición
familiar..., todo un cóctel retórico que no se desentiende de las identidades
que se forjan en la geografía descrita casi como otro personaje añadido a
aquellos seres que surgen desde la penumbra y el amanecer cotidiano.
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