Este espacio contiene artículos de opinión y datos informativos sobre arte, cultura, identidad y análisis político. Aunque en esencia, se nutre de la semilla literaria que crece como la vida, y, a ratos, se ausenta como la muerte.
miércoles, 16 de febrero de 2011
APRENDER LA LECCIÓN
El Ecuador es un país de contrastes, de evidentes paradojas. Sus accidentes geográficos, a ratos, también se muestran humanos. La sociedad ecuatoriana tiende a sumergirse en pasiones inmediatistas que obstruyen el visor del mañana. Nuestro territorio patrio, es una entelequia que se niega a construir el futuro desde el acatamiento jurídico y la tolerancia comunitaria. Esto es, en el ámbito del cumplimiento de deberes y la aplicación de derechos. En el axioma del bien común y en la conducta promisoria y mancomunada. En la edificación de objetivos comunes que fortifiquen el desarrollo nacional.
Miguel Donoso Pareja considera que el Ecuador “[…] es un país esquizofrénico, partido, escindido mental y emocionalmente[…] así como la esquizofrenia conduce a las personas a la locura total, una identidad nacional esquizofrénica puede llevar a un país a su disolución, a desmoronarse, a caerse en pedazos”. Dicha reflexión podría sonar exagerada, sin embargo, en la cotidiana vivencia, los hechos corroboran que el Ecuador, en ciertos momentos, navega en el desequilibrio colectivo. Eso se apreció el jueves 30 de septiembre; día en el cual miembros de la Policía Nacional se levantaron contra el orden constituido, ante reformas legales que -según la interpretación policial- regulan beneficios, bonos extraordinarios y prebendas económicas al sector público, especialmente, a la fuerza uniformada.
Una escalada de violencia se dio tras la decisión de los protestantes, de paralizar sus actividades profesionales, destinadas a controlar el orden y propagar la seguridad ciudadana. Al contrario de tales principios, los gendarmes se apostaron en los cuarteles con clara actitud beligerante e irrumpieron salvajemente en las vías, calles, plazas, en lugares públicos, e, incluso en espacios de propiedad privada, a través del uso de elementos de represión, dirigidos a la población en circunstancias de indefensión. Ante ello, el pueblo indignado buscó canales de expresión a favor de la democracia. En el país ahondó el caos. El saldo fue nefasto: saqueos, robos, fallecidos. Por su parte, la comunidad internacional rechazó cualquier intento de quebrantamiento democrático. No cabe discusión de que fue un acto de sublevación hacia la máxima autoridad. Un testimonio de irracionalidad propiciada por una entidad llamada a convocar a la paz social. El presidente Rafael Correa se vio acorralado en un centro hospitalario ante la agresividad de las tropas policiales, no obstante, la lealtad demostrada por el ejército, que contribuyó a su rescate. No es factible que se trate de minimizar los hechos, que de por sí solos, fueron protervos y oscuros, los mismos que sobrepasaron la exigencia de la derogatoria de una ley secundaria, cuyo reclamo debió encauzarse -en términos de franco diálogo- no sólo al Ejecutivo, sino, fundamentalmente, a la función legislativa. El entretejido de la revuelta policial, supera las meras demandas salariales y, la prevalencia de reconocimientos y medallas. En ese entramado se determinan parámetros de desestabilización institucional y, lo que es más grave, el cisma de la democracia, y el debilitamiento de la coexistencia pacífica y la armonía social. Los postulados democráticos fueron afectados ante el amotinamiento de policías inconscientes y, según denuncias del oficialismo, por la confabulación de sectores políticos opositores.
Más allá del análisis post-30 de septiembre y de las sanciones que arrojen las investigaciones de los órganos judiciales y de control, es necesario que el país redescubra los derroteros de la reconciliación nacional. Por un lado, la posibilidad de que los actores políticos contrarios al proyecto gubernamental, eleven su nivel de criticidad y respuesta propositiva y, por otro, que el Primer Mandatario, acoja su investidura con sabiduría, aminore su voz altisonante y consolide su condición de estadista. Cada página de la historia, guarda profundas enseñanzas que debemos retenerlas en la memoria, con el afán de comprender con madurez la validez de sus lecciones, desechando cualquier indicio de esquizofrenia.
Diario El Telégrafo / 06-octubre-2010 / pág.08
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