miércoles, 16 de febrero de 2011

¿LA MUERTE ES SÍNDROME DE AMNESIA?


La muerte es sinónimo de ausencia. Tal vez, de silencio y olvido. A la muerte se contrapone el inevitable transcurrir del tiempo. De la vejez de las horas. Del alejamiento tangible. Tras la muerte de las personas, queda la heredad de sus actos, de sus defectos, de sus virtudes. Queda el hálito de su comportamiento y la huella de sus ejecutorias. La muerte es una sombra que ronda a lo largo de la vida del hombre, a la espera de su intervención final.

Hace dos años murió aquel caudillo de la derecha ecuatoriana de marcada influencia en la agenda pública nacional, en décadas recientes. El ex presidente de la República, el ex legislador, el ex alcalde de Guayaquil. El representante de la plutocracia. El señor de los caballos y de los tabacos -como diría Carol Murillo-. El ex empleado de Luis Noboa Naranjo. El amigo de Fernando Aspiazu Seminario. El ingeniero mecánico graduado en Estados Unidos. El persistente gobernante de mano dura, cuya obsesión fue la aplicación del neoliberalismo en nuestra resquebrajada patria. O sea, el adalid del fracasado sistema económico que ha desembocado en el ahondamiento de la brecha ricos-pobres. El necio defensor del capitalismo salvaje, aupado por sus congéneres Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Augusto Pinochet. El máximo dirigente del -también extinto- Partido Social Cristiano. El secuestrado en la base de Taura. Aquel personaje polémico que mantuvo estrechos compromisos con sectores exportadores, ganaderos, agricultores y, de la banca privada. Ferviente aliado del imperio del norte. Intransigente ante la libertad de expresión y pensamiento. Enemigo del aporte intelectual. Opositor del disenso político y león hambriento de los sectores progresistas y de izquierda. Intolerante contradictor del ejercicio democrático (basta recordar las tanquetas colocadas por su expresa orden en la Corte de Justicia para impedir la posesión de sus autoridades, o las constantes pugnas con la Función Legislativa). En su gobierno se propagó una sistemática violación a los derechos humanos, recientemente detallados en el extenso informe de la Comisión de la Verdad, luego de varios años de indagación, sin embargo, de las decenas de libros y documentos similares publicados con anterioridad por grupos de DDHH y periodistas, así como también, denuncias presentadas en juzgados y tribunales y la lucha inquebrantable de familiares, allegados y amistades de las víctimas, con el afán de visibilizar y conocer la veracidad de los hechos de los centenares de estos casos atentatorios a la dignidad humana cometidos en el régimen de la Reconstrucción Nacional. Fue la época perdida de jóvenes soñadores y militantes de utopías inconclusas, en donde se impuso la brutalidad de la tortura, de la desaparición, de las detenciones extrajudiciales, de métodos siniestros de amedrentamiento y amenaza.

Tras el fallecimiento del mentado político, sus discípulos aún lloran su ausencia. Porque se quedaron huérfanos de conducción, porque se redujeron aún más en su nicho regional, porque descubrieron que sin él poco o nada representan en términos electorales. Por ello, algunos retornaron a su actividad particular, otros aspiran catapultarse desde la esfera futbolística, y los menos, insisten en total desventaja en la arena política, con cierto reencauche partidario. ¿Cuál es la lección tras este deceso? Que el poder jamás es perenne y, que, a pesar de la muerte, la memoria colectiva nunca podrá darse el lujo de olvidarse del pasado por traumático y doloroso que éste sea. Tal vez por ello, no sea fortuito que el escenario político ecuatoriano haya dado un giro a la izquierda. Enhorabuena.

Diario El Telégrafo / 29-diciembre-2010 / pág.08

No hay comentarios:

Publicar un comentario