miércoles, 16 de febrero de 2011

YAMOR


Septiembre tiene una especial connotación en el entorno geográfico imbabureño. Es la época en donde la energía tutelar deviene en alegría, cosecha, agradecimiento. Es el momento de celebrar las bondades que otorga la madre naturaleza, con sentimientos de gratitud y algarabía.

En el caso de Otavalo, el citado mes conlleva una profunda significación andina, enraizado con el grano amarillento, y, cautivado por la degustación culinaria (plato típico), la bondad del allpa mama, el misterio de la leyenda y la alegría popular. El Yamor no se limita a la descripción de aquella chicha reposada en grandes pondos que identifica con plenitud al citado cantón, perteneciente a Imbabura, sino que se abre paso entre la modernidad como referente festivo de connotación nacional e internacional. La Fiesta del Yamor es una realidad contagiosa y llena de expectativa.

El Yamor es elemento identitario esencial de las y los otavaleños; bálsamo que inspira querencia natal, vino ocre -en palabras de Enrique Garcés- que contagia de afecto y reencuentro comarcano, bebida tutelar de raicillas incásicas (tal como lo describiera el cronista Felipe Guamán Poma de Ayala), producto natural que le convierte al maíz en resultante de alimento, ritual y sincretismo cultural. Precisamente, esta festividad nos permite repensar en lo que somos, en nuestra fortaleza sintetizada en un lenguaje semiótico diverso, en las formas disímiles del comportamiento humano, que en nuestra llacta tiene el afloro de la interculturalidad, la misma que se observa reflejada en los diversos actos (pregón, designación de reina, festivales artístico-musicales, presentaciones dancísticas, eventos deportivos, etc.).

Esta celebración tiene una dualidad interracial, esto es, indígena y mestiza. La primera, por los orígenes de la chicha milenaria servida en el rústico pilche. Y, la segunda, por la concepción festiva que se aproxima enaltecida a las seis décadas. Con ello, damos testimonio vital de la mezcla y fusión cultural. Desde los tiempos remotos en donde se enaltecían a deidades y se invocaban a las fuerzas sobrenaturales. Desde que la fiesta transmutó de la elitización a una alegoría popular instalada en las calles y plazas. Cabe decir que en esa simbiosis cultural, la religiosidad tiene un aspecto trascendente, ya que el festejo enaltece la advocación de la Virgen de Monserrat (Patrona de Otavalo, según decreto municipal, del 4 de abril de 1863).

La masiva concurrencia de los turistas nacionales y extranjeros a los eventos incluidos en la programación general, corrobora el interés demostrado por adentrarse en las raíces pretéritas, por descifrar el legado de nuestros antepasados. Así también, en lo local, el involucramiento de la gente, fortifica la huella indeleble de otavaleñidad y, el reconocimiento anual ante el advenimiento de la cosecha. Bendita sea nuestra tierra propia.

Diario El Telégrafo / 01-septiembre-2010 / pág.08

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