miércoles, 16 de febrero de 2011

“ROSITA, LA TAXISTA” O LA PARODIA DEL ABSURDO


Con insistencia hemos escuchado últimamente en nuestro país, discutir sobre los contenidos de los medios de comunicación. Al respecto se ha sugerido un tratamiento especial en la producción nacional, en donde la calidad, profesionalismo, veracidad, técnica, innovación, vayan de la mano en perspectivas de brindar espacios informativos, formativos y de sano e inteligente entretenimiento ciudadano.

Sin embargo, la realidad nos demuestra, que esa proyección comunicacional, tan sólo es un noble anhelo de las audiencias. Mas, los responsables directos del manejo programático de los medios, siguen obnubilados en el rating, en la rentabilidad del espacio mediático, en la “exclusividad” informativa, en la propagación de la crónica roja, rosa y social, en maneras subliminales tendientes a cautivar y persuadir al lector, oyente o televidente.

Es así, que, en el ámbito de la televisión, esos contenidos -con escasas excepciones- se alejan de esquemas renovados, creativos, críticos, rigurosos, lúdicos, creíbles y, serios. Y, se acercan cada vez más a propuestas superficiales, sensacionalistas, mercantilistas, caricaturescas. Los formatos se interponen, desgastándose entre sí, en un rutinario devenir televisivo. Se omite la marca original made in Ecuador. A lo mucho, se reciclan programas foráneos, o, se reproducen enlatados desde el mal gusto y la reiteración conceptual.

Visto de esta manera, es preocupante -por no decir indigno- la proyección de la publicitada telenovela “Rosita, la taxista”, por Ecuavisa; canal que deja entrever una historia recreada cuyo personaje principal es una mujer supuestamente de ascendencia kichwa otavalo radicada en Guayaquil, sin embargo, en su actuación se denotan visibles incongruencias lingüísticas o idiomáticas y de vestimenta, situación que trastoca el sentido identitario de los pueblos y nacionalidades indígenas, restituyendo complejos raciales, y, minimizando -ante injustificadas secuelas históricas de predominio mestizo- la capacidad del otro por su diferente condición étnica. Cabe recordar que los otavalos son reconocidos por su talento en la elaboración y comercialización de artesanías y por el quehacer artístico-musical. También sus hijas e hijos paridos de la pachamama han sobresalido en variados campos como la cultura, política, ciencia, tecnología, industrias, etc. Por ello, no es casual que Mario Conejo, estudioso de la sociología y primer alcalde indio de Otavalo, haya intervenido hace poco en la Sesión Plenaria de Alto Nivel de la ONU, en la evaluación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, en representación de Latinoamérica.

“Rosita, la taxista” no refleja en su aspecto medular la cosmovisión de la indígena personificada. Al contrario, el trasfondo temático, en donde prima la banalidad y la ridiculización, muestra cierta deformación cultural, cuyo síntoma pernicioso es el racismo. Asimismo, hay una carga regionalista, y la estigmatización a partir de la categoría colonial de casta social.

“Rosita, la taxista” no es tan sólo un “entretenido” culebrón al peor estilo mexicano o venezolano, sino que es la muestra palpable de la práctica excluyente que se vive en nuestro país, y de la mediocre producción televisiva nacional. Como asevera la periodista profesional y huarmi otavaleña, Lucila Lema: “Creemos que hay que hacer mucho más, para ganar audiencia en un horario triple A, y más aún, para aportar a la construcción de un Estado plurinacional desde la televisión o cualquier otro medio de comunicación, donde el raiting no sobrepase al respeto y la dignidad de la gente”.

Diario El Telégrafo / 29-septiembre-2010 / pág.08

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