domingo, 10 de agosto de 2014

Cuando el Sol baila hasta el amanecer



Miles de indígenas se toman simbólicamente las calles de Otavalo en un ritual dedicado a la vida y a la fertilidad. Es la convivencia cíclica de un amanecer nuevo, en donde la tierra tiene  la expectativa de frutos benignos para su labrador.

El mote, las papas, la fritada, el cuy, la gallina, la chicha, son parte del jolgorio, sumándose a estos alimentos el arte de la flauta, el tambor y el rondador. El churo despierta el sentimiento de los montes y alerta a los habitantes de las comunidades la importancia de reivindicar esta fiesta ancestral. Las máscaras, disfraces, zamarros se mezclan en baile cómplice y pícaro, destinado a ironizar los momentos malos: el dolor y humillación se desechan completamente al compás de la música autóctona.

Los guerreros del tiempo cuidan su entorno natural, celebran con sus huarmis la bendición del Dios Sol, la bondad de la cosecha. El poder se expresa mediante la tenaz lucha por la toma de la Capilla, en donde el ejemplo de valentía, temple y honor se dan en la fuerza de estos hombres que históricamente asimilaron un proceso sanguinario de conquista. Son más de 500 años en que los pueblos indios han logrado definitivamente salir del olvido y el letargo, a pesar de la marginación constante del mestizo.

Los cantos dispersos demuestran la ansiedad por comunicarse con dioses extraños para el mundo occidental, pero comprensibles dentro de una cosmovisión andina que tiene que ser recuperada en su mayor contexto, como fuente primaria de identidad y arma letal para vencer la ola extranjerizante encargada de eliminar nuestras raíces.

El Inti Raymi (Fiesta del Sol) tiene sus complejidades, y es precisamente en ello en donde radica su trascendencia. La pasión en los ritmos cadenciosos, el coqueteo de las mujeres, el zapateo incansable de los danzantes, la capacidad organizativa de los participantes resaltan a lo largo de este encuentro milenario.

La herencia española, que dejó con la cruz y la espada, con la Biblia y los caballos, con la ignorancia de los presidarios y el látigo un forzado mestizaje en la mayor parte de América, no ha sido óbice para mantener la tradición india y acrecentar estos valores culturales.

San Juan está en la sangre india como las nubes en el cielo, como los árboles en el bosque, como las abejas en la colmena. Es como un reloj biológico que le impulsa al cuerpo a bailar en círculos interminables en donde los espíritus son los primeros invitados.

Diario El Telégrafo /  26 Jun 2013

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