domingo, 10 de agosto de 2014

Espejos en el tiempo poético (I)


 Acercarse a la semilla poética de un autor implica interiorizarse en sus afectos, dolores y concupiscencias, significa taladrar la mente y el corazón ajeno. En esa tarea sin horarios ni reverencias se descubre al hombre de carne y hueso, al remitente de deseos, al náufrago de ilusiones. Es una manera de redención, mientras las campanas rememoran a las víctimas del pasado.

Desde esa dimensión lectora y con un pleno reconocimiento de su faena lírica, repleto de imágenes y esplendor emerge el poeta Miguel Velayos (España, 1978), a quien cabe destacar por su prolija propuesta divulgada en varias publicaciones, las mismas que rondan la profusa reflexión del hombre, entre la luz y la sombra, entre el otoño y la desolación de la noche.

Entre sus libros, Velayos invoca la “Permanencia en el tránsito” (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2011), como un fiel testimonio del tiempo en donde reaparecen el vértigo de la infancia, las callecitas del barrio inicial, el retorno a la ciudad maldita, la orfandad reflejando heridas permanentes, el artificio del amor, la lluvia observada en el ventanal que nos sumerge a la soledad, el rumor del otoño, la piel revestida de pasión, la ausencia de atardeceres felices, la fatiga de las luchas inconclusas, el viaje por carreteras desconocidas, la herejía de la carne deseada, las lecciones del abuelo, la energía de los muertos, el color del luto, el fruto de la utopía: “Os hablo de esas tardes, en las que el mundo calla y/ la voz de los hombres parece comprenderse, unirse,/ redimirse, compartir sus secretos, y sus vidas…/ A veces, en los parques, al terminar un beso,/ la vida nos convence como nunca./ Os hablo de esas noches, de esos momentos breves/ que insisten en tratarnos de una forma distinta…”.

“Permanencia en el tránsito” está dividido por momentos y emociones determinadas, en donde confluyen el reloj de arena y la memoria, el reencuentro con los orígenes sanguíneos, la evolución histórica y el bullicio tecnológico, y la relación íntima que pervierte la razón y la calma: “El amor es el límite del cuerpo,/ más allá solo hay sombras, apagadas presencias de la nada./ Te quiero con el cuerpo, con la carne hecha carne/ de deseo, con las vísceras vivas de mi cuerpo./ El amor es frontera de la carne,/ más allá solo hay restos,/ apagados disturbios de la nada…”. Al final, la nostalgia y el grito rebelde de la palabra, mientras el vacío deja de ser un simple espejismo. 

Con la pedagogía que aviva la materia cotidiana, Miguel Velayos se somete a los designios de la poesía, a través de la sencillez y la autenticidad, fuera de mordazas o falsos rumores. Encarna el poema con soltura y, a la vez, con apremio. Como él lo dice: “Permanencia en el tránsito,/ en todo cuanto vive a pesar de la carne,/ permanencia en el sueño,/ que ha crecido después/ de la derrota…”.

Diario El Telégrafo /  21 Ago 2013

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