¿Cabe en una propuesta poética referirse al destino? ¿Resulta válido que en la grafía anide la ilusión de venturosos días? ¿Es menester expresar la belleza desde el silencio y el ocaso del placer? ¿Acaso es rutilante describir las ausencias en plena primavera? ¿Son perceptibles las huellas de la memoria en medio del olvido y el desaliento? ¿Hay aún horizonte válido en el tiempo fugaz? ¿Tiene trascendencia el soplo de viento que nos devuelve los delicados aromas y anuncia el final de los atardeceres? ¿Es pertinente el advenimiento del invierno cuando el desasosiego se impone como fantasma del pasado? ¿Conviene resumir en lenguaje metafórico el latido efímero de la felicidad y la penumbra contraída en el llanto?
De aspectos similares ilustrados a partir de la apropiación del verso, Rocío Cardoso (Uruguay, 1955) intenta dar respuestas en sus libros: Detrás de esa máscara, Verde Mburucuyá, Mujer dibujada de silencios, entre otros.
Los temas tratados reiteran la plenitud de la condición humana: muerte, amor (que “no es solo parte del paisaje”), desaliento, dolor, incertidumbre, sueños, recuerdos, se muestran vitales en la lírica expuesta. Es la profunda significación de los contornos de la vida, con sus pesares y controversias, con sus enigmas y rastros existenciales: “El peso del alma/ es pentagrama que no entiendo./ La luna,/ puñado de flechas,/ altera el tiempo,/ olvida risas de antiguas horas”.
Cardoso se inmola desde los quebrantos y pasajes marchitos, pero también se conmueve desde la contemplación y la luz de los ángeles. Su voz es también una tempestad erótica: “Te amparo en mis riberas/ y tus manos se aferran/ a mi desnudez/ entre sábanas/ con efluvio de pasión/ donde mi cuerpo es menos frío/ y mi rostro/ se ilumina con los amaneceres”. Es precisamente con la cadencia del oleaje que la autora se regodea en gemidos de salitre: “Me recorres/ hacia el este de mis muslos/ y al sur de mis espaldas./ Te detienes/ al norte/ donde mis pechos/ son presencia otoñal en el verano./ Mis caderas/ son salvaje asimetría/ al oeste de mi sexo…/ Aguardo/ tu piel de golondrinas/ para fundirme en tus besos”.
Los poemas de Rocío Cardoso guardan simbolismos entre la agonía y la conspiración del mañana. Emergen del vacío como un espejismo, aunque parezca una alegoría de rostros de la tierra nuestra y de siluetas nocturnas. Sus textos son la expiación de su sombra, pero, a la vez, son un fuerte grito de alerta ante el maltrato femenino y la decadente imposición patriarcal, asunto que a ratos socialmente se observa indiferente, cuando debería ser causa común de indignación: “A él no le importó/ el terror en su mirada/ ni las súplicas./ La tarde violácea/ eclipsó el aire con insultos./ Ella no opuso resistencia./ Retuvo el dolor/ como tantas veces,/ perdiéndose en medio del delirio,/ huyendo/ hasta el vientre de su madre”.
Tal actitud violenta encuentra destellos de emancipación: “Y otra vez,/ el espejo le devuelve/ un rostro amoratado/ que no puede gritar./ La humillación/ la abandonó a un lado,/ sin advertir que fue la clave/ que se negó a escuchar./ Al amanecer/ emigra con las gaviotas/ en busca de su propia libertad”.
Rocío Cardoso comparte su esperanza desde la incesante profecía poética. Como ella lo dice: “Todo ha cambiado,/ vibraciones,/ presencias./ Algo de mí seguirá vivo,/ palpitando/ en el contorno de esta casa”.
Diario El Telégrafo / 27 May 2014
http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/detras-del-atardecer-y-la-palabra-herida.html
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