En el centro Irma Droz, Directora Fundadora de América Madre – AMA, en una tertulia literaria con un grupo estudiantil, como actividad complementaria al 23° Encuentro de Escritores Americanos. |
He ahí la plenitud de las ideas, la fraternidad de lo dicho y de lo callado, el abrazo que recoge afectos, el estallido de las penurias y el aroma del café cargado de gozo, la sonrisa a flor de piel, la austeridad de lo indecible, el relámpago en la caída de la tarde, el sollozo de los excluidos, el advenimiento de vientos promisorios, la ruptura de lo banal, la antítesis del caos, la seducción de viejos pecados, la piel de los otros, los abrazos que se recogen en el tiempo, la balada preferida por los amantes discretos, las casitas multicolores en donde aguarda la historia y la histeria de sus habitantes, el letargo de los días, el conjuro del amor, la catarsis del desamor, la increpación de lo insensible, la mirada taciturna de las personas demolidas ante la vida, la fe que se impone afuera de las catedrales.
He ahí los árboles cuyas hojas van a la deriva del viento tropezando en la gran metrópoli, cuyas veredas lucen doradas, como fulgor de otoño. He ahí el resplandor literario derivado del 23° Encuentro de Escritores Americanos, efectuado hace poco en Santa María de Punilla, Cosquín y Alta Gracia (Argentina), bajo la convocatoria de la institución cultural América Madre – AMA, cuya directora general es Irma Droz, mujer íntegra que respira destello poético y comparte solidariamente el júbilo de la vida.
Cerca de 100 poetas y narradores de Chile, Perú, México, Ecuador y, desde luego, del país anfitrión, difundieron su voz y la dialéctica del verbo. Recitales poéticos, ponencias, talleres de trabajo, intercambio de publicaciones, fueron las actividades desarrolladas en el marco de este evento que proyecta la creación de las letras como consolidación de la paz e integración continental.
Entonces las palabras fluyeron por sí solas, como un torrente de afectos y decires, de anhelos y quebrantos, de penurias e ilusiones. María Eugenia Hernández exclama: “Amo tus manos peregrinas que adivino/ cristal de roca enamorada,/ calladas centinelas del silencio/ luz azul de los espejos,/ que vierten en las sombras sin destello/ todo el caudal del mar devoto, siempre preso”.
Y María Ester Chapp responde desde su sed: “Hincar tus ojos en la tierra/ mientras braman lobas ancianas/ en las manos del poeta/ flotan letras que un día fueron magas/ curiosamente dormidas”.
En tanto, Juan Carlos Aviñó, desde el fuego y la evocación femenina, cavila: “Te celebro,/ mujer de los inviernos,/ pálida luz/ que crece desde el frío./ Te siento/ cada vez menos forma,/ más metáfora…,/ separada del tiempo,/ en otro espacio./ Destinado a no ungir/ la caricia de tu aliento,/ voy tras su estela,/ cautivo del poema”.
El homenaje a Jorge Luis Borges se impone a través de la pluma de Teresita Morán: “Ahora que has desandado el laberinto/ y en el último espejo te contemplas,/ quizás te devuelva la mirada el arquetipo,/ aquel que escribió todos los versos/ y urdió todas las tramas […] Ahora que eres dueño de todos los instantes/ y no hay fuga de arena sigilosa,/ ni clepsidra implacable que te midan los tiempos,/ desciende a tu memoria y rescata/ del sueño que tal vez no soñaste,/ el milagro del sésamo que nos devuelva/ por una vez siquiera, el genio de tu verbo”.
Una reunión entrañable de orfebres que modelan con la palabra la esperanza del mañana, en donde se ratificó el enunciado de Octavio Paz: “Mientras haya hombres, habrá poesía”.
Diario El Telégrafo / 24 Abr 2013
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